Erróneamente solemos creer que en verano tenemos que cuidar más la piel debido a que estamos más expuestas al sol. Sin embargo, el clima frío y seco del invierno también causan un importante daño a la piel. Se vuelve más seca, presenta picazón, y comienza a verse deshidratada porque sus enzimas –que requieren determinada cantidad de agua para funcionar– disminuyen su funcionamiento a causa del clima.
Y, por supuesto, nosotras no contribuimos a facilitarle la tarea haciendo cosas como ducharnos con agua excesivamente caliente –que suele deshidratar la piel e, incluso, irritar aquellas más sensibles– o usando ropa sintética, como el nylon –especialmente de las medias panty, que impiden la aireación adecuada de la dermis–.
Los ambientes calefaccionados tampoco ayudan: la calefacción interior puede reducir la humedad de una habitación al 20% o menos, es decir, un grado de humedad 30% menor de lo que es conveniente para la piel, lo cual puede provocar una sensación de picazón y sequedad, especialmente en brazos y piernas.
Hidratar, nutrir y energizar son tres tips básicos para contrarrestar los efectos de las temperaturas bajo cero. El frío hace que la piel se vea opacada, agrietada y se deshidrate, por eso cremas, geles, protectores, bálsamos, energizantes concentrados y fluidos especialmente indicados para estas épocas son ideales para reconstituir las propiedades naturales de la piel.
Así, estos productos consiguen devolver la vitalidad a la piel opacada, con tendencia al resecamiento y hasta aligerar la pesadez de las extremidades. Cabe aclarar que las reacciones ante el frío van desde los sencillos resecamientos y resquebrajamientos de la piel, hasta alergias y quemaduras más severas, que requieren asistir a una consulta con un dermatólogo.
Por otra parte, no sólo es importante proteger esas zonas delicadas, sino también aquellas que están más expuestas, como las manos, por ejemplo. Ellas son buenos indicadores de cómo está la deshidratación en el resto del cuerpo.
No menos importantes son los cambios bruscos de temperatura que el cuerpo suele soportar en invierno. Pasar del frío extremo de la calle a los ambientes calefaccionados también deja sus consecuencias. Aunque parezca increíble, la piel debe adaptarse a semejantes modificaciones en el termómetro y hay algunas que llegan a estresarse.
Esto se agrava cuanto más seco y ventoso es el clima. Para contrarrestar esta situación se recomiendan los productos oleosos, los que entre sus virtudes poseen la capacidad de actuar como base protectora.
La piel sometida a cambios tan abruptos necesita de emulsiones más consistentes y se beneficia altamente con determinados elementos como las ceramidas y las vitaminas A y E.
Nunca hay que olvidarse de limpiar la piel, sin importar si una se ha maquillado o no, ya que hay impurezas de la contaminación ambiental que se van instalando en el rostro a lo largo del día, y si no las retiramos pueden generar sustancias irritantes para la piel.
Es importante usar un tratamiento hidratante o antiedad, adaptado a las necesidades específicas de cada una. Es fundamental tener en cuenta que la piel deshidratada y sensibilizada hace que las arrugas y líneas se hagan más notorias.
El invierno es un buen momento para hacer tratamientos intensivos y es importante usar productos que creen una barrera protectora de la resequedad. Es recomendable usar cremas o emulsiones con gran proporción de aceites –si son vegetales, mejor– que eviten la evaporación del agua de la piel.
Así como la piel grasa es más resistente a los cambios bruscos de temperatura y los rigores propios del invierno y el verano, las pieles muy sensibles enrojecen, se afinan y se descaman. Para este problema lo ideal es usar jabones de glicerina, lociones faciales sin alcohol, pero ante cualquier reacción adversa se debe consultar al médico.