Amor con espacio propio: ¿libertad consciente o miedo disfrazado? - Revista Para Ti
 

Amor con espacio propio: ¿libertad consciente o miedo disfrazado?

Cada vez más parejas eligen vivir el amor sin compartir techo. La verdadera pregunta no es si convivir o no, sino desde dónde tomamos esa decisión: ¿desde la libertad o desde el miedo?

En los últimos años, algo empezó a cambiar en la forma en que nos vinculamos. Cada vez más parejas deciden vivir el amor sin compartir techo. Eligen verse con frecuencia, viajar juntos, compartir fines de semana… pero cada uno mantiene su casa, su cama, sus rutinas.

Para algunos, esta forma de amar es un acto de libertad: no tener que negociar por quién lava los platos, no discutir por la temperatura del aire acondicionado o por los horarios. Para otros, es una señal de alarma: ¿estamos evitando el verdadero contacto? 

Como coach, y después de acompañar a cientos de personas en procesos de transformación, aprendí que la clave no está en la forma externa del vínculo, sino en el “desde dónde” tomamos la decisión. No convivir no es, en sí mismo, un problema. El verdadero tema es si estamos eligiendo desde la libertad adulta o si estamos reaccionando desde miedos y heridas que aún no hemos sanado. 

Cuando elegimos y cuando evitamos 

La convivencia no garantiza conexión, así como la distancia no siempre implica falta de amor. Pero muchas veces, detrás de la elección de no compartir un hogar, hay un miedo profundo a lo que significa abrirse al otro en la cotidianidad. 

Convivir implica mostrarse tal cual somos, sin filtros ni maquillajes. Implica que el otro nos vea de mal humor, nos escuche decir cosas que no hubiéramos dicho en una cita perfecta, nos descubra en nuestras incoherencias. Nos pone frente al espejo de lo cotidiano, y ese espejo muchas veces incomoda. 

Por eso es importante preguntarnos: ¿realmente estoy eligiendo este formato de relación porque me hace bien y me enriquece, o porque me protege de algo que temo enfrentar? ¿Es un espacio de libertad o un refugio de seguridad donde evito el roce, las discusiones y, sobre todo, la vulnerabilidad? 

Herencias invisibles que nos moldean 

En mi libro Los Hilos Invisibles hablo de cómo mandatos, miedos y lealtades familiares condicionan nuestras decisiones más íntimas, incluso sin que lo sepamos. Muchas veces creemos que nuestras elecciones son 100% personales, cuando en realidad responden a guiones heredados. 

Si crecí viendo una convivencia cargada de discusiones, silencios tensos o falta de respeto, es lógico que mi cuerpo y mi mente asocien “vivir juntos” con dolor, pérdida de libertad o desgaste emocional. En esos casos, aunque no lo reconozca conscientemente, mi sistema interno buscará evitar que se repita esa historia. 

Desde la mirada sistémica, además, puede haber lealtades invisibles. Si mi madre fue infeliz en su matrimonio o si mi padre fue un hombre ausente, puedo estar reproduciendo patrones de distancia para “serle fiel” a esa historia y no traicionar a quienes amo. Incluso, en familias donde la pareja convivía, pero sin verdadera intimidad, podemos heredar el modelo de que lo seguro es mantener distancia. 

El amor y la intimidad que asusta 

La verdadera intimidad no ocurre en las cenas románticas ni en los viajes soñados. Ocurre cuando el otro me ve en mis días grises, cuando sabe que me molesta que deje la toalla tirada o cuando descubre mis manías. Ahí es donde el amor se pone a prueba: ¿puedo seguir eligiéndote después de verte en lo que no me gusta? ¿Podés seguir eligiéndome después de ver mis sombras? 

Evitar la convivencia puede ser, sin darnos cuenta, evitar esa prueba. Puede ser una forma de protegernos de la posibilidad de que el otro no nos soporte o que nosotros no soportemos al otro. Pero también puede privarnos de la oportunidad de crecer juntos en la fricción que la vida diaria inevitablemente trae. 

Preguntas que revelan intenciones 

Cuando acompaño a alguien que vive o considera vivir un amor sin convivencia, le propongo que se haga preguntas poderosas: 

  • ¿Esta decisión nace del amor o del miedo? 
  • ¿Qué historias familiares podrían estar influyendo en mi manera de relacionarme
  • ¿Qué temo perder si convivo con mi pareja? ¿Mi espacio, mi libertad, mi individualidad? 
  • ¿Qué temo encontrar en la convivencia que quizás hoy prefiero no mirar? 
    Estas preguntas no buscan que cambiemos nuestra decisión de forma inmediata, sino que la hagamos consciente. Porque cuando una elección se toma desde la conciencia, sea cual sea el formato, el vínculo tiene más chances de ser auténtico y pleno. 

Espacios que separan o que fortalecen 

No convivir no significa no amar profundamente. Hay parejas que, manteniendo hogares separados, construyen relaciones sólidas, sanas y llenas de intimidad. La diferencia está en si ese espacio es un muro que nos aísla o un puente que nos une. 


Un muro protege, pero también separa. Un puente permite que cada uno esté en su orilla, pero con la posibilidad de encontrarse en el medio, de manera libre y elegida.  Cuando la distancia se convierte en un puente, el amor no se enfría: se nutre del aire y del espacio para que cada uno crezca individualmente y aporte lo mejor de sí al encuentro. 

Lo que cambia cuando amamos desde la libertad 

Amar desde la libertad no es hacer lo que se me antoja sin considerar al otro. Es reconocer que mi vida tiene un centro propio, pero que el vínculo es un territorio que elegimos habitar mutuamente. 
Es poder decir: “Quiero estar con vos porque me nace, no porque dependa de vos para sentirme bien”. Es elegir compartir tiempo porque me suma, no porque me completa. Y es, también, estar dispuesto a que el otro me vea en mi totalidad, incluso si eso me incomoda. 

El verdadero hogar 

La convivencia es solo un escenario; no es garantía de amor ni de cercanía. El verdadero hogar no siempre es un lugar físico: es ese espacio emocional donde puedo ser yo mismo sin miedo a perderte. 

Podemos vivir juntos o separados, pero si no nos mostramos enteros, si no nos dejamos ver en nuestras luces y en nuestras sombras, estaremos conviviendo a medias, aunque durmamos en la misma cama. 

El desafío, con o sin convivencia, es que el amor no sea un refugio del miedo, sino un lugar de expansión. Porque solo cuando el amor nace desde la libertad y no desde la defensa, dejamos de protegernos del otro para empezar a construir con el otro. 


Y ahí, más que una dirección postal, encontramos algo mucho más valioso: un lugar donde nuestra esencia se siente en casa. 

Fuente: Manu Colombo, Licenciado en Relaciones del Trabajo por la Universidad de Buenos Aires. Coach ontológico y sistémico. Se entrenó en constelaciones familiares, psicología gestáltica, técnicas corporales, PNL y coaching ejecutivo y político, integrando cuerpo, emoción y lenguaje en una mirada profunda y humanista. Es creador del método MOV. Fundador de @manucolombomov, y autor de "Hilos Invisibles".

Suscribite al newsletter de Para Ti 

Si te interesa recibir el newsletter de Para Ti cada semana en tu mail con las últimas tendencias y todo lo que te interesa, completá los siguientes datos:

 
 

Más Para Ti

 

Vínculo copiado al portapapeles.

3/9

Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur adipisicing elit.

Ant Sig