Es tiempo de hermanas, tiempo de buscar ocasiones de charlas sin compromisos ni obligaciones en un espacio de tranquilidad. Estamos en vacaciones y el cuerpo nos pide descanso.
Decidimos viajar hasta la provincia de Córdoba, Argentina, a la Posada Qenti, enclavada en el paisaje serrano de Icho Cruz, en el valle de Punilla. Desde Buenos Aires nos dirigimos directamente al aeropuerto de la capital cordobesa. El aeropuerto dista unos 45 km de nuestro destino, Icho Cruz, nombre que en quechua significa Cruz de Palo.
A los costados de la carretera se plasma la devoción que tienen los cordobeses por el Gauchito Gil, uno de los santos paganos que tiene como principales seguidores a los camioneros. Así, mientras miro por la ventanilla del vehículo que me traslada el paisaje, van apareciendo continuamente pequeños altares con cintas rojas y ermitas que levantan los seguidores del culto para agradecer los favores recibidos.
Luego de unos 50 minutos llegamos a la Posada, que se halla rodeada por varias hectáreas entre caminos y sierras. Bajamos nuestras maletas y enseguida nos explicaron que el nombre de la Posada fue escogido porque la zona es muy visitada por la mayor, en tamaño, de las especies americanas de colibrí; la tradición nativa dice que los colibríes traen amor y alegría al que los observa. El nombre Qenti proviene del lenguaje de los comechingones -pueblos originarios que habitaron el lugar- y que en quechua significa colibrí.
Una vez llegado a destino, un asesor nos puso al tanto de actividades diarias a realizar y sus horarios. De esta manera podíamos optar por una o varias y planificarlas, ya que, de acuerdo con el plan seleccionado se combinaba alimentación y ejercicio físico.
Diariamente, temprano por las mañanas y después de un desayuno con jugos y panes artesanales, realizábamos una caminata acompañadas por los profesores del gimnasio de la Posada quienes nos guiaban por diferentes senderos serranos. La dificultad de esta actividad se iba incrementando con el correr de los días.
Por las tardes asistíamos a talleres de salud, charlas sobre nutrición, revitalización, actividades físicas, estrés, cansancio. Las charlas eran brindadas por profesionales en una pequeña sala de butacas muy cómodas. La misma sala se transformaba por las noches en cine para proyectar interesantes películas.
Además, la Posada dispone de servicio de masajes corporales y faciales, que alternábamos los días de descanso con clases de yoga para principiantes. Los días nublados aprovechamos la piscina cubierta y climatizada y tomábamos clases de aquagym. Los días de sol, la piscina exterior, siempre lista; siempre listo también el gimnasio donde los profesores nos indicaban los ejercicios diarios de entrenamiento, tanto básicos como personalizados
Por las noches, momentos de recreación: cenas con música con violines, música local y shows de stand up.
Conocimos las dos huertas orgánicas de la Posada. La más pequeña, ubicada detrás de la cocina, provee al chef lo indispensable para realizar menús diarios de gastronomía gourmet. Los menús pueden ser acompañados por diferentes tipos de té, limonadas, aguas frutadas, jugos de fruta y de verduras naturales, todo bien fresco.
La huerta orgánica más grande la conocimos de la mano de un ingeniero agrónomo quien nos explicó las características de cada uno de los vegetales y aromáticas que allí crecen.
Después de esos días de vacaciones saludables bajo los cielos del mundo cordobés, regresamos a Buenos Aires aún recordando las cabalgatas y los paseos en bicicleta que estuvieron siempre presentes. Nos trajimos dentro de las maletas los nuevos hábitos incorporados en ese paisaje serrano colmado de tranquilidad.