¿Qué pasa con el sexo en el posparto, ese tabú que todos esquivan mencionar? ¿Muere la pareja realmente? Entre pañales y chupetes, la sexualidad postparto deja de ser un tabú para convertirse en el gran desafío de las parejas actuales: reinventarse como vínculo cuando el deseo parece haberse esfumado.
Cuando un hijo llega, la cama se llena de chupetes, silencios, discusiones de madrugada… y el deseo, ese invitado invisible, queda exiliado tras la puerta. “Después de tener a mi bebé, mi cuerpo dejó de ser mío; pasó a ser todo para él y, de repente, ya no era de nadie. Recuperarlo no era cuestión de gimnasia ni de tiempo, la sensación de habitar un cuerpo suspendido era más existencial que física. Volver a habitarlo, reencontrarme con una piel que había cambiado de sentido, era también volver a nombrarme mujer” recuerdo haber escuchado en análisis, una vez, a una mujer.
“Y allí, el padre, apareciendo en una escena equivocada, dentro de la casa, pero sin saber cómo entrar en esa nueva trama”. La maternidad cambia la manera de vivir la sexualidad, no solo en la práctica :menos tiempo, menos energía, más cansancio; sino también en el significado. El cuerpo de la mujer deja de ser solo erótico, para convertirse en cuerpo materno.
La mirada del hombre también se transforma: ¿Cómo desear quien ahora es “la madre de mi hijo”? Muchas mujeres sienten que pasaron de ser pareja a ser “solo mamás”. Y muchos hombres, aunque cueste decirlo, experimentan el quedarse en segundo plano como una mezcla de exclusión, celos y vacío lo que, a muchos, los lleva a la inacción.
El bebé, en ese estado de dependencia absoluta que asegura su supervivencia, impone una urgencia imposible de desatender. La libido de ambos padres se redirige hacia ese niño que todo lo demanda. Y así, el vínculo de dos se convierte en un vínculo de tres… y cuando hay tres, a veces, puede sentirse que uno sobra.
La triada también consiste en una construcción y un reacomodo de la familia. El posparto confronta a la pareja con la necesidad total de cuidado que impone la supervivencia y que no admite pausas, que despierta en la madre identificaciones con su propia infancia y con cómo fue mirada y cuidada en su niñez. Si en esa escena, el padre queda relegado, la pareja se resiente.
El deseo necesita espacio, diferencia y juego. Sin eso, se apaga. ¿Cómo sostener la intimidad cuando la mujer se siente invadida por la fusión con el bebé? Padres primerizos pueden pasar meses, incluso un año entero o más, sin intimidad. Ella dice: ‘No tengo ganas, solo quiero dormir’. Él confiesa: ‘Me siento afuera de todo’. No es falta de amor, es falta de lugar. ¿Entonces qué lugar ocupa el padre: sostén emocional o espectador excluido?
Cuando la pareja logra hablarlo, ponerlo en palabras y escuchar las necesidades del otro, aparece la posibilidad de recrear espacios donde no sean solo padres, sino también pareja. Donde el cariño vuelva a circular y, poco a poco, puedan reencontrarse como amantes.
No sucede de la noche a la mañana: requiere comunicación, organización y pedir ayuda para sostener lo cotidiano. Porque el deseo no regresa como un viejo conocido que golpea la puerta, se reactiva con citas robadas, besos improvisados y la decisión de volver a elegirse, incluso en una casa que nunca vuelve a estar en silencio.
Quizás el verdadero desafío no es recuperar la sexualidad después del parto, sino reinventarla. Porque cuando un hijo nace, también muere la pareja que fuimos, y empieza la pareja que podemos llegar a ser. No es ser madre o ser mujer, es una nueva intimidad, donde el deseo no compita con la maternidad, sino que encuentre su propio lugar.
Fuente: Déborah Bellota. Psicóloga, psicoanalista, especialista en maternidad, crianza y familia. Directora de MCF, Centro de Atención Psicológica
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