Hay una prenda que nunca puede faltar en mi valija de verano y que, con los años, se volvió casi un ritual: la túnica. No importa el destino ni el plan, siempre hay al menos una lista para acompañarme. Porque si hay algo que aprendí es que pocas piezas combinan tan bien comodidad, feminidad y versatilidad.
La túnica es esa aliada infalible que convierte cualquier plan en algo chic sin esfuerzo. Se lleva sobre el traje de baño con naturalidad, acompaña el paseo en la playa, se adapta al almuerzo bajo el sol y, con apenas un cambio de accesorios, se transforma en la elección perfecta para el atardecer.
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No ajusta, no incomoda, no impone reglas: cae, fluye y se mueve al ritmo del cuerpo y del verano, como si hubiera sido creada para esos días en los que la elegancia sucede sola.
Me gustan largas, amplias, y con telas livianas que se mueven con el viento. Algodón, lino, gasa: cuanto más natural el tejido, mejor. Las elijo en tonos neutros o blancos para el día, y con algún bordado, estampa suave o detalle artesanal cuando quiero algo más especial. Hay algo profundamente femenino en esa silueta suelta que no busca marcar, sino acompañar.

Otro de sus grandes secretos es que no entiende de edades ni de cuerpos. La túnica no juzga: abraza. Es una prenda democrática, relajada, que te permite estar elegante las 24 hs del día. Y eso, en la playa, es casi una filosofía de vida.

Si tengo que definirla en una frase, diría que es la pieza ideal para sentirse linda sin esfuerzo. Para caminar descalza, para tomar algo, para esos días en los que vestirse debería ser tan simple como respirar.

Por eso, cada verano vuelvo a ellas. Porque la moda también puede ser cómoda, consciente y profundamente femenina. Y porque, al final, no hay nada más elegante que sentirse bien.
El poder de los accesorios: collares XL y layering para elevar la túnica

Si la túnica es el lienzo perfecto, los accesorios son la firma personal del look. Collares XL, piezas artesanales y juegos de layering transforman por completo una túnica simple en un estilismo con intención. Me gusta superponer collares de distintas longitudes, mezclar texturas —madera, metal, piedras— y dejar que caigan sobre la tela liviana como un gesto casi natural.

El layering no solo aporta impacto visual, también suma carácter y sofisticación, convirtiendo una prenda relajada en una declaración de estilo. En la playa, menos no siempre es más: a veces, un gran collar es todo lo que hace falta para pasar del día al atardecer con glamour.
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