Una mañana de noviembre de 1992, en una casona de La Plata, cuatro vidas fueron arrancadas de la forma más brutal. La historia quedó marcada en la memoria colectiva como “el caso Barreda”, pero esa etiqueta oscureció lo más importante: las víctimas. Durante décadas, los titulares repitieron el nombre del odontólogo que disparó, mientras se borraban los rostros de las mujeres que murieron a manos de su violencia. Hoy, más de treinta años después, vale volver a poner el foco en ellas.

Elena Arreche, la abuela que madrugaba para cocinar
Elena tenía 86 años y una rutina llena de pequeños gestos de amor. Se levantaba temprano para preparar strudels que compartía con sus nietas antes de que fueran a la escuela. Amaba el té al estilo inglés y lo disfrutaba cada tarde junto a su hija Gladys. Era la presencia cálida y discreta que sostenía la casa.

Gladys McDonald, la madre que todos llamaban “Beba”
A los 57 años, Gladys era la que cuidaba de todos. Sus amigos la llamaban “Beba” y la recuerdan siempre atenta, pendiente de sus hijas y de su madre. Compartía con Elena la costumbre del té de las cinco, una tradición familiar que las unía. Su vida giraba alrededor de la familia, y en ella encontró su mayor orgullo.

Cecilia Barreda, la odontóloga que soñaba con viajar
Cecilia tenía 26 años y desbordaba simpatía. Extrovertida y transparente, había estudiado en el Normal 1 de La Plata, donde era conocida por llegar tarde con su amiga Inés. Se recibió de odontóloga, como su padre, pero su horizonte iba más allá de los consultorios: le apasionaba viajar, conocer el mundo, descubrir otras culturas.

Adriana Barreda, la pianista que quería tocar en el Argentino
A los 24 años, Adriana llenaba la casa de música. Tocaba el piano y soñaba con presentarse en el Teatro Argentino de La Plata. Estudiaba Derecho y pasaba los veranos con sus amigas en el Jockey Club de Punta Lara. Tenía proyectos, amistades, ilusiones. Una vida entera por delante.

Un caso atravesado por la mirada de los 90
El 15 de noviembre de 1992, Ricardo Barreda asesinó a su esposa, a sus dos hijas y a su suegra disparándoles con una escopeta. El juicio posterior lo condenó a prisión perpetua y lo transformó en el femicida múltiple más tristemente célebre de la Argentina.
Pero lo que siguió también es parte de la historia: en una sociedad atravesada por el machismo, los medios y la cultura popular se centraron en el asesino. “Googleás el caso y aparece su nombre, pero casi no hay información ni imágenes de las víctimas”, explican desde un memorial dedicado a ellas. Elena, Gladys, Cecilia y Adriana quedaron reducidas a una nota al pie en la vida del femicida, invisibilizadas por un contexto sociocultural que naturalizaba la violencia de género.
El documental que vuelve a contar la historia
En 2022, la casa donde ocurrió el crimen fue señalizada como espacio de memoria. Y ahora, un nuevo documental busca reconstruir lo ocurrido con otra mirada.
Disponible en Flow, consta de dos episodios que combinan entrevistas, dramatizaciones ficcionadas, archivos inéditos e inteligencia artificial. Participan periodistas como Rodolfo Palacios –autor del libro Conchita, Ricardo Barreda, el hombre que no amaba a las mujeres–, Mariana Carbajal –referente de la agenda de género– y Mauro Szeta –especializado en policiales–, además de peritos, jueces y amigos de las víctimas.
La producción se centra en cómo, de la noche a la mañana, un odontólogo prestigioso se convirtió en cuádruple femicida, y en cómo la sociedad reaccionó entre el horror y una extraña idolatría.
Una memoria que se reconstruye
En 2022, la casa donde ocurrió el crimen fue señalizada como espacio de memoria. También se estrenó un documental que reconstruye la historia con testimonios de periodistas, investigadores y especialistas, y que busca correr el foco del asesino para comprender el contexto de violencia de género que invisibilizó a las víctimas durante décadas.

Recordarlas hoy es un acto de justicia simbólica: Elena, Gladys, Cecilia y Adriana no fueron solo “las mujeres de Barreda”. Fueron hijas, madres, amigas, profesionales, soñadoras. Y su historia merece ser contada en primera persona.
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