La historia de Emanuel Jiménez vuelve a abrir una herida social que todavía cuesta mirar de frente: el abuso sexual infantil dentro del propio ámbito familiar. Ayer, la Justicia condenó a Marina Tondini de Jiménez —histórica directora del Ballet Salta— a 10 años de prisión por abusarlo durante siete años, desde que él tenía apenas diez.
“Esto fue Justicia, y ojalá que sea un mensaje para las víctimas y las familias de las víctimas por abuso sexual”, dijo Emanuel tras conocer el veredicto. Y sus palabras, cargadas de temblor y alivio, resuenan más allá del caso particular: hablan de un dolor profundo que se sostuvo en silencio durante demasiados años.

Un niño silenciado por el miedo
La causa comenzó en junio de 2022, cuando Emanuel —ya adulto— pudo acercarse a una comisaría de la Ciudad de Buenos Aires para denunciar lo que había vivido desde la infancia. En su relato, describió que los abusos ocurrieron entre los 10 y 17 años, tanto en la casa de su abuela en Salta como en viajes familiares, incluso durante vacaciones en Mar del Plata.
Según fuentes del caso, los ataques sucedían en distintos momentos: a veces cuando se quedaban solos, otras mientras toda la familia dormía.
Lo que atravesó durante ese período quedó inmerso en un mecanismo conocido por muchas víctimas: la mezcla de miedo, manipulación y vergüenza. Emanuel lo expresó con una honestidad conmovedora: “Siempre pensé que esto era parte de mi imaginación. Lo borré hasta que lo pude hablar”.

Durante años, creyó que lo que vivía “no había pasado”, como si fuera un recuerdo nebuloso que necesitaba negar para sobrevivir. Pero estaba ahí, latiendo por dentro. “Me sentía avergonzado por lo que viví. Era triste. Todos me decían que ya no sonreía”, contó.
Detrás de esa tristeza había una amenaza constante que lo sostenía en silencio: “Me hacía como que no había pasado nada. Yo viví amenazado en el sentido de que no podía contar eso”.
Hablar como acto de supervivencia
Recién muchos años después, ya viviendo en Buenos Aires, Emanuel pudo empezar a decir en voz alta lo que le había ocurrido. Y esa decisión fue transformadora: “Cuando lo pude contar, empecé a sentir alivio”.
Ese alivio no borra el trauma, pero genera un primer movimiento hacia la reconstrucción. En su propia voz se nota una mezcla de fragilidad y horizonte: “Hoy me siento muy acompañado por la familia que formé. Estoy casado, tengo una hija y pude salir adelante”.

Pero llegar hasta ese punto implicó atravesar momentos muy duros. En su entrevista con Punto Uno, relató cómo vivió los días previos a la sentencia: “Muy shockeante… todavía no caigo. Tenía que seguir como si mi vida fuese normal”.
Un testimonio que deja ver el contraste entre el afuera —el trabajo, la rutina— y el adentro, donde las emociones se movían como mareas nuevas.
Un fallo que trae reparación simbólica
La resolución judicial, después de un proceso complejo, trajo un cierre parcial pero necesario: “Poder hablar y que se haya resuelto como debía resolverse… estoy más que agradecido. Hoy la vida me sonríe; siento que empecé de cero”.

Emanuel también decidió cortar todo vínculo con su agresora desde el momento de la denuncia: “Bloqueé todo”, dijo con claridad. Y agregó una frase que condensa su camino hacia la recuperación: “Hablar de ella me remueve todo, pero hablo para que la gente diga basta, diga no, hasta acá llegaste. Nunca es tarde para hablar y empezar a sanar”.
“Que no se callen”: el pedido que deja para otras víctimas
El testimonio de Emanuel se vuelve una voz que busca abrir caminos para otras víctimas: “Que busquen ayuda, que no se callen. Cuánta gente habrá pasado por algo así y no pudo hablar por vergüenza o miedo a ser señalada”.
Con su historia, Emanuel no solo encuentra justicia para sí mismo, sino que se convierte en un faro para quienes todavía cargan con secretos que pesan demasiado. Porque como él dijo: “Nunca es tarde para hablar y empezar a sanar”.
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