Cuando le dijeron que su hija tenía apenas seis meses de vida, sus días se tiñeron de angustia, miedo y una certeza terrible: la inocencia que reinaba en su hogar estaba bajo amenaza. Pero su historia no terminó ahí. Al revés: empezó.
Esa hija es la pequeña Micaela González, de 5 años —un nombre que muchos hoy repiten con emoción—. En julio pasado, su mundo cambió: le diagnosticaron un tumor encefálico inoperable. Para los médicos, el panorama era irreversible. Para su familia, el dolor inminente.
Y entonces, empezó otra batalla: la de la fe. Cuando la medicina pierde certezas, la fe entra en escena.
Micaela fue llevada de San Juan al Hospital Garrahan, uno de los centros pediátricos de referencia en Argentina. Allí recibió tratamiento: radioterapia, corticoides, cuidados intensivos… pero lo que ocurrió superó todas las expectativas clínicas.
En tan solo cuatro meses —una nada en el calendario de un diagnóstico terminal—, las resonancias evidenciaron algo asombroso: el tumor, que antes era “una tela de araña”, había desaparecido casi por completo. Quedaba apenas “un hilito”, según relató su madre. La reacción del equipo médico fue de sorpresa, incredulidad… y esperanza.
Para la familia, no hay explicación médica suficiente. Hay un nombre: Carlo Acutis —el joven italiano recientemente declarado santo, conocido como “el influencer de Dios”.
“Carlo Acutis me llamó del cielo.” Así lo expresó la propia Micaela, con la espontaneidad de un alma pura que siente la intervención divina. Fue su manera de explicar lo que sus padres prefieren llamar: un milagro. Lo cuenta la mamá en una nota en La Nación.
Una comunidad de fe que sostuvo la esperanza
Desde Chacras de Coria, Mendoza —uno de los núcleos importantes de devotos de Carlo Acutis en el país— llegaron estampitas, rosarios, reliquias, oraciones y una cadena de fe que cruzó provincias. No fue solo una familia la que pidió por Mica, sino cientos, miles de corazones que se unieron en un pedido colectivo.
La madre, emocionada, recuerda cada gesto: la estampita enviada, las llamadas de aliento, los mensajes de apoyo, el rosario compartido por desconocidos. Fue un acompañamiento que se convirtió en sostén espiritual en los días más oscuros.
Y aunque la ciencia sigue su curso y los controles continuarán, hoy hay una certeza: Micaela volvió a correr, a reír, a soñar. Volvió a ser niña.
Después del pronóstico fatal: un futuro abierto y lleno de vida
La niña regresó a San Juan, dejó atrás el hospital, terminó la sala de cinco —con ovación incluida—, y se prepara para comenzar primer grado. Sus pasos ya no tiemblan; su mirada volvió a brillar.
Para su familia, cada día que pasa es un regalo. Un regalo que llega acompañado de gratitud, de fe, de amor, de esperanza. Y también de responsabilidad: seguir cuidándola, respetar los controles, agradecer sin juzgar y mantener viva la certeza de que, a veces, los milagros existen.
“Pedimos que quien esté pasando por algo parecido se aferre a Carlo. Nosotros quisimos bajar los brazos, pero él nos sostuvo.”
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