En 2001, el académico y explorador canadiense Bob Kull se embarcó en una experiencia extrema: vivir completamente solo durante un año en Última Esperanza, una pequeña isla remota en la Patagonia chilena. Su objetivo era integrar su investigación doctoral sobre los efectos físicos, emocionales, psicológicos y espirituales de la soledad profunda con su práctica espiritual personal. Lo que no imaginaba era que una simple muela se convertiría en uno de los momentos más duros de su vida.

Un retiro de aislamiento total
La isla elegida por Kull se encontraba en la costa sur de Chile, en un entorno completamente salvaje, sin habitantes, sin infraestructura y expuesto a condiciones climáticas adversas. Durante más de doce meses, convivió solo con su gata y con la inmensidad del paisaje natural.

Al llegar, su refugio casi se inundó, por lo que construyó una plataforma elevada para protegerse de la humedad. Durante el primer mes vivió allí mientras levantaba una cabaña de madera para resistir el invierno. Su rutina incluía recolectar leña, pescar y registrar sus experiencias para la tesis que más tarde publicaría en la Universidad de Columbia Británica.

El momento más doloroso: sacar una muela sin ayuda
A medida que pasaban los días, el aislamiento se intensificaba. Pero el mayor reto no fue emocional, sino físico. Una muela comenzó a molestarle seriamente. Las opciones eran pocas: interrumpir su experimento y pedir ayuda a la Armada chilena para ser trasladado a Puerto Natales, o soportar el dolor y actuar por su cuenta.

Eligió lo segundo. "Cuando me salió una muela, sabía que tendría que sacármela o pedirle a la Marina que me llevara a un dentista. En lugar de romper la soledad, me la saqué yo mismo", escribió Kull en su sitio personal bobkull.org.

El procedimiento fue completamente artesanal. Usó herramientas improvisadas, se puso un hilo alrededor del diente y tiró. Soportó el dolor sin asistencia médica y documentó la experiencia como uno de los puntos más intensos de su experimento.
Soledad y transformación
Durante el aislamiento, Kull atravesó distintas etapas. En sus palabras, el dolor físico, emocional y espiritual permearon su vida. Sin embargo, esa misma soledad le permitió reflexionar profundamente sobre su lugar en el mundo y su conexión con la naturaleza.

"Había venido como invitado y había intentado ser una buena vecina de la isla", escribió al decidir desmontar la cabaña que había construido, devolviendo el terreno a su estado natural.
Un año y diez días después de su llegada, la Armada le llevó a su amiga Patti, con quien convivió un mes. Al reencontrarse con otro ser humano, Bob no paró de hablar. Había estado tanto tiempo en silencio que necesitaba compartir su mundo.

Un legado en palabras
Bob Kull publicó su experiencia en el libro Solitude: Seeking Wisdom in Extremes, donde narra con detalle no solo la anécdota del diente, sino todo el proceso de transformación que vivió en contacto radical con la naturaleza.

Su historia no solo impacta por lo extremo, sino porque invita a reflexionar sobre cómo nos enfrentamos a nosotros mismos cuando el ruido del mundo desaparece.

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