Desde sus orígenes elegantes, cuando solo ingresaban los socios del Jockey Club, vestidos de saco y corbata para disfrutar del turf. Hasta su rol actual como sede del festival de música más grande de Argentina, el tradicional Hipódromo de San Isidro sigue siendo una pieza fundamental de nuestra historia. En un nuevo capítulo de Historias de Cemento, junto a Cementos Avellaneda, lo redescubrimos.
Propiedad del Jockey Club, el hipódromo fue inaugurado el 8 de diciembre de 1935 y se extiende sobre 148 hectáreas. Cuenta con dos pistas, una de césped, amplia y veloz, ideal para carreras hípicas de alto nivel, una verdadera novedad para la época, y otra de arena, inaugurada en 1994.
Con una estructura imponente y 32.000 metros cuadrados de superficie cubierta, distribuidos entre la tribuna oficial, tribunas profesionales, paddock y tribunas generales, el Hipódromo de San Isidro puede recibir hasta 100.000 espectadores. Su récord histórico se registró en 1952, durante el Gran Premio Carlos Pellegrini, cuando reunió a 102.600 personas. En su proceso de modernización, el predio incorporó un sistema de iluminación con 69 columnas de proyectores, que permite iluminar las tribunas y transformar la pista para competencias nocturnas.
En los últimos años, la tradición hípica se fusionó con la cultura pop. Desde 2014, el Hipódromo de San Isidro es sede del Lollapalooza, el festival que reúne a artistas de talla internacional. Cada marzo, desde hace una década, el predio se convierte en un enorme parque musical con cinco escenarios, donde miles de fanáticos disfrutan de shows desde el mediodía hasta la noche, además de atracciones, stands y propuestas de entretenimiento.
Cada año, San Isidro se prepara para esta fecha especial, que convoca a más de 300.000 personas durante los tres días del festival. El evento aprovecha la amplitud y la estructura del hipódromo, un espacio que se consolida como punto de encuentro entre la tradición aristocrática y la cultura urbana.
