Cada 21 de septiembre, en el marco del Día Mundial del Alzheimer, solemos ver titulares con cifras y estadísticas. Sin embargo, detrás de cada número hay historias reales: personas que atraviesan cambios profundos en su vida cotidiana y familias que se reorganizan para acompañarlas. Hoy, más de 300.000 argentinos conviven con esta enfermedad y, junto con ellos, miles de cuidadores y profesionales de la salud que, día tras día, sostienen lo que muchas veces no se ve.
El Alzheimer no es solamente olvido. Es un deterioro progresivo de las funciones intelectuales que erosiona la memoria, el lenguaje, la orientación y, con el tiempo, también la salud física y los vínculos afectivos. A medida que la enfermedad avanza, se desdibuja la autonomía del paciente y se multiplican los desafíos para su entorno. Hablar de Alzheimer, entonces, es un desafío colectivo que involucra a las familias, al sistema de salud, a las políticas públicas y a la sociedad entera.
Los cuidadores principales —en su mayoría familiares directos— son actores invisibles, pero fundamentales. Son quienes adaptan rutinas, postergan proyectos personales y asumen responsabilidades que demandan un enorme esfuerzo físico y emocional. En ese proceso, la sobrecarga y el aislamiento son frecuentes.
El llamado “síndrome del cuidador quemado” se traduce en insomnio, fatiga, angustia, depresión y problemas de concentración. Reconocer, prevenir y atender esta realidad es tan urgente como avanzar en nuevos tratamientos médicos. Una sociedad que acompaña al paciente, pero ignora al cuidador se está perdiendo la mitad de la ecuación.
Al mismo tiempo, es necesario cambiar la manera en que pensamos la prevención. La edad avanzada es un factor de riesgo, pero no es el único. Hipertensión arterial, diabetes, antecedentes familiares, bajo nivel educativo, hipoacusia, depresión y poca actividad física o mental también influyen.
La buena noticia es que no todo está escrito: mantener hábitos saludables, leer, estudiar, ejercitarse, sostener la curiosidad intelectual y controlar las enfermedades crónicas puede retrasar la aparición de síntomas y mejorar la calidad de vida. Prevenir no significa garantizar que no ocurrirá, pero sí aumentar las posibilidades de envejecer con más salud y autonomía.
Este Día Mundial del Alzheimer no debería quedar en un recordatorio anual. Es una invitación a repensar el estilo de vida que estamos construyendo y a fortalecer redes de contención reales. En un mundo acelerado y digital, caracterizado por consumos breves y superficiales, detenerse, informarse y acompañar puede parecer contracultural, pero es imprescindible. La enfermedad interpela no sólo al sistema sanitario, sino también a los valores colectivos y a la manera en que cuidamos a nuestros mayores.
Una sociedad empática y consciente transforma la experiencia de quienes enfrentan el Alzheimer: brinda contención, recursos, calidad de vida y, sobre todo, dignidad. El desafío es enorme, pero también lo es la oportunidad de responder como comunidad. Si cada uno de nosotros revisa hábitos, construye redes y se involucra, podremos convertir el Día Mundial del Alzheimer en algo más que una fecha: en un punto de partida para una cultura del cuidado más justa y solidaria.
Fuente: Dra. Mariela González Salvia, especialista en Clínica Médica y Geriatría y autora de Manual para Familiares y Cuidadores de Pacientes con Enfermedad de Alzheimer y otras Demencias (Editorial de la Universidad y Hospital Italiano).
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