La tercera temporada de Envidiosa llegó con una fuerza inesperada. Ya no se trata solo de esa comedia afilada y moderna que conquistó a tantos; ahora la serie se anima a abordar un tema tan cotidiano como íntimo: la maternidad y todo lo que despierta puertas adentro. Y lo hace con una delicadeza que se siente nueva, necesaria, casi terapéutica.

En esta entrega, las luces no solo apuntan a Caro —el personaje impecable de Pilar Gamboa— sino también a Lu Pedemonte, interpretada por Violeta Urtizberea, quien aporta una mirada complementaria, fresca y profundamente emocional sobre lo que implica acompañar a una amiga que está aprendiendo a ser madre mientras intenta no perderse a sí misma.
En manos de Violeta Urtizberea, Lu se convierte en ese tipo de amiga que muchas quisiéramos tener cerca cuando la vida se desacomoda. Su personaje funciona como un sostén silencioso: observa, escucha, registra lo que Caro no puede decir en voz alta. Y aunque Lu no está atravesando la maternidad en primera persona, su rol es clave para mostrar algo que pocas ficciones revelan: cómo también se transforma el entorno afectivo.

Lu habilita conversaciones que en la vida real suelen quedar entre susurros: el cansancio acumulado, la culpa por no llegar a todo, la exigencia de un mundo que parece esperar que las mujeres sepan maternar sin margen para el error. Con una actuación medida pero poderosa, Violeta logra que cada gesto hable. Sus escenas con Pilar Gamboa son un pequeño mapa emocional: muestran la ternura, la tensión, el fastidio, el alivio y ese pacto tácito entre amigas que se acompañan incluso cuando las palabras no alcanzan.
Madres reales, miradas reales
Uno de los momentos más comentados de la temporada volvió a tomar fuerza gracias a Criemos Libres, la comunidad que en Instagram acompaña la crianza desde un lugar honesto y sin mandatos. “Estoy un poquito cansada”, escribieron en un posteo reciente, recuperando esa escena de Envidiosa en la que el agotamiento de Caro dice mucho más que mil discursos.
La serie retrata con claridad la presión constante que recae sobre las decisiones maternas: si dar la teta o la mamadera, si volver al trabajo, si colechar, si “ya debería” dormir solo, hablar, comer tal cosa. Parece que siempre hay alguien opinando, evaluando o comparando. Y Envidiosa se atreve a poner esa incomodidad sobre la mesa sin suavizarla.

Caro encarna a esa mujer que ama profundamente a su hijo, pero que también necesita reencontrarse con su deseo, con su espacio propio, con su identidad más allá del rol de madre. Y ahí aparece Lu, como un espejo amable que la ayuda a recordar que ninguna mujer tiene que poder con todo.
En tiempos en los que las redes multiplican opiniones sobre cómo “hay que” criar, resulta refrescante que la ficción habilite otra manera de mirar la maternidad: más sensible, más honesta, más imperfecta. Envidiosa 3 nos recuerda que maternar no es un examen y que las mujeres no nacen con un manual bajo el brazo.
Mostrarlo sin idealizaciones, con humor, con torpezas y con contradicciones es, en sí mismo, un gesto de alivio colectivo. Y tal vez por eso, después de cada episodio, queda flotando una pregunta que interpela incluso a quienes no son madres:
¿Cuántas veces sentimos que teníamos que estar a la altura de un rol que el mundo parecía haber escrito por nosotras?
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