Celina Cocimano, coach ontológico y terapeuta emocional, analiza por que tenemos percepciones distintas del tiempo según lo que estamos haciendo. Y brinda consejos para gestionar mejor el paso de las horas.
El tiempo es un elemento esencial del que está hecha la vida. Podríamos incluso afirmar que, la vida en realidad es tiempo. Aquello a lo que dedicamos nuestro tiempo es en definitiva a lo que asignamos nuestra vida.
Muchas veces, nuestros días se vuelven rutinarios. Nos despertamos, duchamos, desayunamos, vamos al trabajo, volvemos, cenamos y dormimos. Por consiguiente, es muy común terminar el día con una sensación de vacío. No disponemos de tiempo para pensar, y en el momento de dormir, nos abordan todo tipo de pensamientos. Ocasionalmente, podemos sentirnos disconformes con nuestra vida.
Nuestra mente gasta alrededor del 70% de su tiempo reproduciendo memorias y creando escenarios de “momentos perfectos”. Solo en un 30% de nuestro tiempo estamos realmente viviendo el presente. Lo malo no es que invirtamos tan poco tiempo, sino que mucha gente nunca logra vivir en el ahora.
Si lo que estamos haciendo nos produce bienestar o placer, el tiempo nos pasará más rápido que si lo que hacemos nos aburre o cansa.
El tiempo vuela cuando lo estamos pasando bien, cuando nos gusta lo que hacemos, cuando estamos motivados, cuando lo que hacemos es novedoso o cuando estamos ocupados.
Si hay algo común a todos los mortales es que el tiempo pasa para todos y a la misma velocidad.
Sin embargo, también es cierto que la manera en la que cada uno percibe este paso del tiempo es totalmente distinta y depende de diversos factores:
Si tenemos la atención sobre la actividad que estamos realizando, ya sea una conversación, mirar el horizonte, una tarea laboral, ejercicio, lo que sea, el tiempo va a parecer que se nos pasa más rápido. Si estamos haciendo fila en el banco, esperando unos minutos a que alguien llegue, frenados en el peaje, o en viaje en un colectivo, el tiempo va a parecernos eterno, porque la atención está puesta justo en eso, en el tiempo y no en la acción o tarea que estamos realizando.
Si estamos entusiasmados, motivados, contentos, comprometidos, enfocados, el tiempo parecerá que se disipa en segundos. Por el contrario, si estamos ansiosos, con miedo, aburridos, angustiados, el tiempo se hará chicle y estaremos deseando que se pase más rápido.
Donde estemos sintiendo que el tiempo destinado es invertido en algo/alguien que nos interesa, que tenga un fin o propósito para nosotros, el tiempo es rápido. Cuando “mal invertimos” el tiempo en vivencias o situaciones donde no encontramos ningún estímulo que nos interese, el peso de los minutos se hace notar.
Cuanto más pequeños somos, la cantidad de estímulos que recibimos a diario son situaciones nuevas, desconocidas, eso nos genera disponer mayor atención. A medida que vamos creciendo, esas situaciones pasan a ser conocidas e incluso a automatizarse. Los niños no tienen pasado ni futuro, por eso gozan del presente.
En muchas ocasiones, la falta de tiempo (real o sentido) provoca situaciones de estrés en el trabajo ya que, dependiendo del volumen de tareas a desempeñar, y sobre todo de la distribución de las mismas entre los compañeros, puede suponer que aparezcan síntomas relacionados con la presión, la fatiga o sensación de agobio ante esa falta de tiempo, estresarse y crear un ambiente poco propicio.
1. Invertí tiempo en planificar.
2. Distinguí entre lo importante y lo urgente.
3. Detectá tus malos hábitos.
4. Gestioná tu energía.
5. Planificá descansos cortos.
6. No pongas en tu agenda diaria cantidad de tareas que no te alcance el día para llevarlas a cabo.
7. Concentrate y atendé al presente.
Celina Cocimano es coach ontológico y terapeuta emocional, Ig: @celinacocimano