No quiero hablar de la separación de Nico Vásquez y Gime Accardi. No me interesa si hubo amante o la mar en coche. Sí tomaré el caso para referirme a algunas cuestiones que observo en mi práctica de acompañar, entre otras cosas, a personas en procesos de separación de sus parejas. Espero que te den paz.
“Con el amor alcanza”, susurran algunos comentarios. Malas noticias: el amor es necesario, pero no es suficiente. Si no hay proyectos, si no hay comunicación, si no hay deseo sexual, si no hay confianza, la pareja se vuelve imposible. El amor alcanza en el mundo del pensamiento mágico. En el mundo real, es solo una partecita.
“Todo lo que termina, termina mal”, sentenció Andrés Calamaro. Muchas parejas necesitan ensuciar –o demonizar- al otro o a la relación para poder “irse” en paz. Es como que mientras todo sea sobrellevable, mejor “quedarnos acá”. No es necesario que se pudra todo, para poder decirse adiós con honradez y coraje.
“¿Fue todo una mentira?”, se empecinan en afirmar quienes nadan en las aguas de la desilusión. La idea de fracaso convive con la del engaño. A su tiempo, un buen duelo se resolverá cuando ambas partes de la pareja puedan agradecerse por lo vivido y registrar sus aprendizajes de vida. El sinsabor de la ruptura puede engañarnos: fue todo en vano. Nada más lejos de la realidad. Todo tuvo su sentido y su razón de ser.
En este mundo descartable, muchas personas vienen enarbolando la bandera del “sostener”. Frente a un “toco y me voy” generalizado, apuestan por bancar, esperar, darse el tiempo. Toman distancia del manoseado concepto de “soltar”.

Sin embargo, noto un límite: como en el caso citado, no es un soltar a la primera de cambio, si no algo que se viene gestando hace tiempo. No se trata de un impulsivo “sacarte de encima”, sino de una corazonada que viene pidiendo pistas hace rato: es hora de dejarnos ir en paz.
No es fácil separarse. Hay miedos: al porvenir, a que la otra persona rehaga su vida más rápido, a lo económico, a la soledad. Quien deja, suele enfocarse en lo negativo. Quien es dejado/a, en lo positivo. Lo concreto es que las transformaciones personales más profundas que vi suelen nacer de experiencias de crisis, como una ruptura amorosa.
Ya lo decía Buda: el dolor es inevitable, el sufrimiento opcional. Sufrimos cuando nos quedamos en lugares donde no queremos estar, cuando nos quedamos por lástima o por miedo a dar el paso. Bienvenido dolor, esa experiencia humana que nos sacude, y que nos invita, en el fondo, a una versión más amorosa, más íntegra y más auténtica. Siempre.
Por Agustín Stojacovich (Lic. en comunicación social/Coach ontológico/Biodecodificador. Acompaño a las personas a que encuentren pareja, se separen en paz o que conecten con su propósito de vida). Instagram: Agustín Stojacovich.
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