Hay ausencias que no se llenan con explicaciones. Que no se ordenan en un expediente ni se calman con el paso del tiempo. A cinco meses de la desaparición de Carlos Ancapichun, el misterio sigue abierto y la pregunta es siempre la misma: ¿qué pasó con él?
Carlos tenía 76 años, vivía en Villa La Angostura y llevaba una vida discreta, marcada por la rutina y el trabajo. Era el cuidador de la casa que la reina Máxima posee en la Patagonia, una tarea que desempeñaba desde hacía años y que lo había convertido en una figura conocida y respetada en el barrio Cumelén. Nada en su historia personal anticipaba un final así.
El día que salió y nunca volvió
El 13 de junio, Carlos cruzó la frontera hacia Chile como tantas otras veces. Viajaba a Entre Lagos, en la Región de Los Lagos, para realizar un trámite habitual: renovar el certificado de supervivencia que le permitía cobrar su jubilación.
Aprovechó el viaje para visitar a familiares. Según los testimonios, estuvo alrededor de dos horas en la casa de su hermanastro y comentó que iría a ver un campo cercano, donde soñaba con construir una vivienda. Nunca regresó.
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Durante tres días, nadie hizo la denuncia. Recién entonces, Carabineros encontró su camioneta al costado de una ruta. Estaba cerrada, sin signos de violencia. Dentro estaban su documentación, su teléfono y un detalle que para su esposa resultó determinante: las botas que siempre usaba para caminar. Para Marisol Coronado, ese hallazgo descarta cualquier hipótesis de accidente o de decisión voluntaria. “Carlos no se iba a ningún lado sin esas botas”, repite.
Una investigación que no avanza
Desde entonces, la causa avanza con lentitud. La Fiscalía chilena mantiene el expediente reservado y no hay imputados ni pistas firmes. Marisol denuncia fallas en los primeros procedimientos: la camioneta no fue peritada en profundidad, no se preservaron posibles huellas y varias cámaras de seguridad de la zona borraron sus registros antes de ser analizados.

“Sin cuerpo no hay evidencia”, dice. Y esa frase se convirtió en el motor de una búsqueda paralela que ella misma encabeza.
Buscar cuando la esperanza se mezcla con la intuición
En los últimos meses, Marisol recurrió a todo lo que tuvo a su alcance. Habló con rescatistas, bomberos, buzos y también con psíquicas. Dos de ellas, consultadas en Chile, coincidieron en una imagen inquietante: el cuerpo de Carlos estaría en el fondo de una laguna.
A partir de allí, comenzaron los rastrillajes acuáticos. Los primeros intentos no dieron resultados, pero la búsqueda continuará con más buzos y tecnología capaz de explorar grandes profundidades.
“No voy a parar hasta encontrarlo”, asegura. No habla de consuelo ni de cierre simbólico. Habla de encontrar el cuerpo y de que se haga justicia.
Una historia que suma sombras
El caso tiene además un antecedente perturbador: el padre de Carlos también desapareció en la misma zona en 1950. Nunca apareció. Solo se encontró su caballo. No hubo denuncia formal y el hecho no figura en los registros judiciales, pero la coincidencia resuena con fuerza en el relato familiar.
Marisol está convencida de que a su esposo no lo mataron en el campo que pensaba visitar. Cree que fue asesinado en una vivienda y luego trasladado. “Lo enterraron, lo quemaron o lo tiraron a una laguna”, afirma, sin rodeos.
Cinco meses después
Mientras la justicia no ofrece respuestas, la vida de Marisol quedó suspendida en una espera que no da tregua. Cinco meses después, el nombre de Carlos Ancapichun sigue siendo sinónimo de misterio, de ausencia y de una búsqueda que no se rinde.
Porque hay historias que no piden ser olvidadas. Piden ser encontradas.
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