En el velatorio de Lara Morena Gutiérrez, la más joven de las tres víctimas del femicidio de Florencio Varela, su tía Karen habló. No habló de la adolescente de 15 años que la prensa multiplicó en titulares ni de la chica que quedó atrapada en la tragedia. Habló de otra Lara. Una chiquita. Una nena que —como dijo— “era chiquita y se fue yendo chiquita”.
Las rosas, la fe y un abrazo que ya no vuelve
A Karen le preguntaron cómo era Lara. No titubeó: “Le gustaban las rosas (las flores favoritas de Lara). Yo te voy a hablar de una Lara chiquita, no de este 2025. Era chiquita y se fue yendo chiquita”.
La imagen es tan simple como brutal: rosas y una niña que no llegó a crecer. Karen recordó que su sobrina solía pasar tiempo en su casa. Allí, entre reuniones y textos religiosos, compartían tardes. Y que el último jueves —apenas unos días antes del crimen— volvieron a verse después de dos años.
“Justamente el jueves la volví a ver después de dos años, a las 16.30 de la tarde, la abracé. Me gustaba abrazarla y decirle que la amaba. Ella me decía: ‘Karen a vos te gusta decirme que me amas y a mí me gusta’. Yo le dije: ‘Vamos a orar’ y oramos. Le pedí que vuelva a la Iglesia y dijo que iba a volver… y ya no va a volver”. Ese diálogo, mínimo y cotidiano, se convirtió en despedida.
Contra el rumor y la maldad
En medio de la ceremonia, Karen también se detuvo a pedir respeto. “No hablen mal. Cuando estés hablando de ella siempre te vas a cruzar un familiar. Ya es suficiente con todo lo que pasó, ¿cómo puede ser que la gente hable con tanta maldad? Es horrible cruzarse con todas las cosas que dicen”.
La tía hablaba como quien sostiene un retrato invisible entre las manos, defendiendo a la niña que todavía ve cuando cierra los ojos. Mientras tanto, el abuelo de Brenda y Morena reclamaba que la causa pase a la Justicia Federal. Decía que “la justicia tiene que ser para las tres”. El duelo se mezclaba con la denuncia, el dolor con la sospecha.
Pero en el rincón donde estaba Karen, todo era Lara: las rosas, los abrazos, la oración compartida y la certeza de que, a veces, el último encuentro llega sin que uno lo sepa.
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