"Fueron 50 días difíciles de mucho sufrimiento. Su beba nació muy enferma y luchó por la muerte digna", así Mariana Fabbiani presentó en DDM la historia de Laura Vargas, una mujer que en 2016 tuvo que elegir apagar a su beba de tan solo 50 días de vida.
"Tuve un embarazo complicado, tenía muchos vómitos. No sabía que podía indicar que podría tener presión después de los tres meses de embarazo. Para mí la palabra del médico siempre fue ley. Uno confía ciegamente. Era un médico de toda la vida. Cuando estaba cerca del séptimo mes, le dije "tengo muchos vómitos. ¿Tendré presión?". Él me respondió que no sabía y que por las dudas me iba a dar maduradores, un corticoide que pensé que era un indicativo de que se me iba a adelantar la fecha de parto", comienza contando Laura.
Laura perdió varios embarazos y le resultó difícil quedar embarazada. En 2004 perdió su primer embarazo, estaba de 4 meses. Tenía trombofilia. Al año siguiente, ya en tratamiento, volvió a quedar embarazada. Fue un embarazo complicado, en cama, con pérdidas. Su hijo, Agustín, nació prematuro pero salió todo bien. Cuando ya tenía 10 años "y podía independizarse porque yo sabía que mis embarazos eran difíciles", buscaron otro bebé. Laura quedó embarazada enseguida y lo perdió un 25 de diciembre de 2015. Al año siguiente, quedó embarazada de Lourdes.
"Siempre mis embarazos fueron planeados, consultados por el médico. Uno quiere que un bebé salga sano. Estaba feliz que iba a ser una nena", expresa Laura. "Una mañana me levanto a las 6 de la mañana para llevar a mi hijo al colegio. Me duele un poco la cabeza. Mi marido me toma la presión. Me dice "la tenés alta, agarrá el bolso y vamos". Llegamos a la clínica a las 6.45, la partera me revisa, llama al doctor y me manda a esperar al pasillo. Cuando esto sentada esperando, noto que tengo contracciones y aviso", cuenta.
"El médico llegó a las 9 de la mañana y me dijo que me iban a internar. Al mediodía, vuelve a aparecer el médico diciendo que me habían perdido. Creo que si Lourdes hubiera nacido a las 7 de la mañana, hubiera sido otro desenlace. Ella estaba dando patadas, estaba avisando. Algo no estaba bien. El médico llegó tarde", comenta.
"Me mandaron a cesárea, cuando nace la veo azul. El médico me comenta que parecía más chiquita de lo que pensaba. La llevan a neo y no la vi más hasta la noche que la tienen que trasladar. Estaba laxa, no se movía. Me la mostró de lejos y se la llevó", cuenta Laura al borde de las lágrimas.
"A la noche me levanté y la fui a ver. La encargada de neo me dijo "está complicadita". Estaba quieta, con los ojitos cerrados, sin reacción", recordó Laura. Nunca fueron claros con el diagnóstico. Le hablaron de coma, parálisis cerebral y después de una tomografía le informaron que Lourdes había tenido respiraciones autónomas, que había podido respirar por sí sola. "Ese día salimos felices pensando que con rehabilitación se iba a poder recuperar", manifestó.
Pero al otro día la jefa de neonatología le aseguró que la bebé "tenía muerte cerebral y que la iban a tener que apagar". "Me dijeron que se moría, hicimos un duelo y después dijeron que su estado era vegetativo permanente, que me la tenía que llevar a mi casa así, con traqueotomía, botón gástrico, ella se ahogaba de momentos, la sacaban aspirándola. Entonces, decía "cómo hago para que no se me muera en los brazos, en mi casa, sin cuidados, con dolor", señaló.
Lourdes podía vivir horas o décadas, sus órganos podían seguir funcionando, su cerebro nunca iba a funcionar. Podía vivir años porque el cuerpo estaba bien "pero su cabeza estaba destrozada. Iba a estar así de por vida, no había cambio, hasta que su corazón dijera basta. Ni siquiera tenía la respiración continua porque el daño era en el tallo cerebral donde se genera todo lo automático", explicó.
"Se la van a poder llevar a casa. Le vamos a hacer una traqueotomía y le vamos a poner un botón gástrico... Yo pensé en el corte en la garganta de una criatura, no pesaba ni dos kilos. Había momentos en que Lourdes se ahogaba y me la imaginé ahogándose en casa, muriendo ahogada". Lo único que quería es que no la obligaran a morirse como un perro, que tuvieran un poco de compasión", explica Laura.
Le recomendaron hablar con Selva Herbon, la madre que promovió la discusión sobre la "muerte digna" en el Congreso cuando Camila, su hija, llevaba más de dos años internada en estado vegetativo. Gracias a la ley sancionada en mayo de 2012, ella como mamá podía decirle no a la traqueotomía, no al botón gástrico, no al encarnizamiento terapéutico y le recomendó una abogada que los ayudó a apelar por la muerte digna de su hija.
"Es algo que no le deseo a nadie. Es lo más duro, difícil que uno puede hacer en la vida. El único consuelo es que ella no se murió sola, se murió conmigo en mis brazos... Siempre está el dolor, la duda. En mi cabeza entiendo que era la único opción que yo tenía, y lo entiendo y lo racionalizo, pero en el corazón está el dolor porque ella era mi hija", dice desconsolada.
"Siempre digo que quedarse con ella por años o apagarla... Ninguna era una linda o adecuada decisión, fue la única que yo y mi familia pudimos decidir", aclara. El 6 de mayo de 2016, amparados por la ley 26.742, Laura la acunó en sus brazos por última vez mientras su marido la acariciaba. En un minuto y medio su brevísima vida se apagó. Los dos le quitaron los tubos y los aparatos, sentían un dolor indescriptible pero su hija por fin estaba en paz.
