“No me atiende. No responde. Estoy preocupada.” Eso le dijo la mujer al operador del 911 el martes al mediodía. En la voz, se notaba el temor. Natalia Ciak (41) había recibido en su celular el mensaje de su marido, Alejandro Javier Ruffo (52): “Hoy te vas, pero te vas sin nada”. Por eso empezó a llamarlo desesperadamente, pero el hombre no la atendía. No había podido comunicarse con su pareja ni con su hijo de 8 años.
Los efectivos llegaron rápido a la casa de Lomas de Zamora, ubicada en la calle Díaz Vélez al 190, y encontraron un silencio que lo decía todo. En el living estaba Alejandro Rufo, de 52 años, con múltiples heridas cortantes en su cuerpo. En la habitación, sobre la cama matrimonial, yacía el cuerpo sin vida de Enzo Joaquín, su hijo. La escena estremeció incluso a los peritos más experimentados.

"Era una parejita re bien. No podés creer, una persona dócil... El barrio está todo conmovido. No puedo creer que es psiquiátrico. No lo dicen pero degolló a su hijo... No me entra que haya matado al nene. Me quedé helado", comentó Hugo, el peluquero del barrio que atendía al nene, en "Mujeres Argentinas", el programa que conduce María Belén Ludueña.
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"Natalia es traductora de una empresa petrolera, se levanta a la mañana y se va a trabajar. Se lo veía mucho a él con el nene", comentó este vecino de Lomas de Zamora conmovido por la noticia.
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Una herida que no se ve: cuando la salud mental no encuentra lugar
Alejandro trabajaba como preceptor en un colegio privado bilingüe de Banfield. Era conocido en el barrio. En redes sociales aparecía sonriente, en la cancha, abrazando a Enzo con la camiseta de River. Pero detrás de esa imagen había una lucha silenciosa: sus allegados relataron que tenía problemas de salud mental y que su pareja venía insistiendo, desde hacía tiempo, en que recibiera ayuda.

Había señales. Obsesión por la limpieza, conductas rígidas, pensamientos recurrentes. Pero no alcanzó.
El niño que ya no está
Enzo Joaquín tenía ocho años. Le gustaba el fútbol, las salidas con su papá, las meriendas con su hermana mayor (tenía 20 años y era hija de Ruffo). Era un chico como cualquier otro. Esa mañana, según se reconstruyó, el padre lo llevó a su casa luego de un fin de semana compartido. No se sabe qué pasó después. Solo se escucha el eco de los gritos y el silencio final.
La justicia caratuló el caso como “homicidio agravado por el vínculo”. El hombre fue internado en el hospital Gandulfo con custodia policial, y se encuentra en estado reservado. Las pericias psiquiátricas serán clave para saber si comprendía lo que hacía.
¿Quién cuida cuando la mente se rompe?
Este caso abre preguntas que incomodan. ¿Qué se hace cuando alguien que amás se pierde en su mente? ¿Alcanza con decir “estaba en tratamiento”? ¿Cuánto puede el sistema de salud mental realmente prevenir?

Hoy, una familia está devastada. Una madre que ya no podrá ver crecer a su hijo. Una hermana mayor que tendrá que aprender a vivir con un dolor que no eligió. No se trata solo de un caso policial. Se trata de una vida truncada. De un niño que ya no está.
Y de la urgencia, como sociedad, de hablar de salud mental con la seriedad y empatía que merece. Porque cuando el dolor se esconde, a veces explota. Y las consecuencias son irreversibles.
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