Cuando Graciela Sosa mira la última foto que le sacó a su hijo, no ve solo una imagen: ve un instante suspendido en el tiempo. Un momento simple, cotidiano, de esos que ocurren cien veces en una familia… pero que, sin saberlo, se convirtió en una despedida.
Ese recuerdo volvió a tomar fuerza tras el estreno de 50 segundos: el caso de Fernando Báez Sosa, el nuevo documental de Netflix que reconstruye el crimen de enero de 2020 y que pone nuevamente en el centro las voces de quienes más lo amaron.
Una imagen cotidiana que se transformó en un símbolo
En su testimonio, Graciela cuenta que siempre tenía la costumbre de sacarle una foto a Fernando antes de que se fuera a algún lado. Un gesto maternal cargado de ternura, que luego se volvió un ancla emocional imposible de soltar.

La imagen fue tomada en el palier del edificio familiar: Fernando sonríe con timidez, las manos en los bolsillos, una remera celeste estampada, pantalones cortos azules y la mochila al hombro. A sus pies, el bolso que llevaba para pasar unos días de verano con sus amigos del colegio. Tenía 18 años y estaba por empezar la universidad. Todo era plan y futuro.
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Esa postal quedó congelada en la memoria de una madre que jamás imaginó que sería el último registro de su hijo con vida.
Un viaje que debía ser una celebración
Fernando se fue de vacaciones con el entusiasmo típico de la edad. Para él, aquel viaje era un cierre de etapa: la transición entre el colegio y la vida universitaria. Un rito que marcaba el inicio de un camino nuevo.
Pero la madrugada del 18 de enero de 2020 cambió para siempre la historia. A la salida del boliche Le Brique, en Villa Gesell, Fernando fue atacado brutalmente. Murió minutos después, en un hecho que estremeció a todo el país y que terminó con cinco condenas a prisión perpetua y tres a 15 años.
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La decisión de dejarlo ir: un acto de amor que hoy pesa distinto
En el documental, Graciela recuerda un diálogo que hoy resuena con un dolor profundo. Fernando le había dicho que ese sería “el último viaje con los amigos”, porque cada uno iba a seguir su camino. Ella dudó, pero decidió darle permiso. “Fue ahí la decisión de darle la oportunidad a mi hijo de que vaya de vacaciones”, cuenta.
Era un gesto de confianza, como tantos que ocurren entre madres e hijos cuando se abren las primeras puertas de la adultez. Ella lo dejó elegir, lo dejó crecer. Y esa decisión quedó para siempre ligada a la última foto.
Un recuerdo que sigue iluminando
A pesar del dolor que atraviesa cada palabra, Graciela habla con una fortaleza inmensa. Lo hace por Fernando, por su memoria y por la búsqueda de justicia que sostiene desde el primer día.
Hoy, esa foto es mucho más que una imagen: es un abrazo detenido en el tiempo, es la prueba de un amor que no se quiebra y es el recordatorio de un país que no olvida.
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