Era una mañana sin viento en la bahía. Desde lo alto de un techo, dos hombres vieron cómo la calma se rompía en un segundo: una barcaza a toda velocidad se abalanzaba contra un pequeño velero ocupado por niños. Intentaron evitarlo con gritos, con señales, incluso con la esperanza de que alguien en la cubierta de la barcaza advirtiera lo que ocurría. Nada alcanzó. El impacto fue inmediato y devastador. Entre las víctimas está Mila Yankelevich, de 7 años, nieta de los productores argentinos Cris Morena y Gustavo Yankelevich.
A dos meses del accidente que terminó con la vida de tres niñas, se dio a conocer el testimonio de los únicos testigos que echan luz a lo que pasó en esa fatídica mañana de julio. La nueva versión la dio a conocer Martín Candalaft desde DDM, el programa que conduce Mariana Fabbiani.

William Cruz, contratista y techista, había salido a tomar un descanso con dos compañeros en el tejado de una casa frente a la Bahía de Biscayne. Fue él quien vio primero la barcaza acercarse: un bote grande que “iba a toda velocidad” hacia la embarcación de colores brillantes que permanecía casi inmóvil.
"Estaba sentado en el tejado de una casa, frente a la Bahía. Vi una barcaza que iba a toda velocidad contra un pequeño bote de colores brillantes que no se movía. No había viento. Estaba detenida. Les grité a mis compañeros para que miraran lo que estaba pasando. Nos pusimos de pie de un salto y empezamos a gritarle a los botes. Sabíamos que iban a chocar en menos de un minuto", declaró Cruz.
"Vimos a un hombre con una camisa de trabajo verde neón en el costado de la barcaza, a medio camino donde estaba la grúa. Si el tripulante nos hubiese visto, podía haber virado o detenido", comentó
Al describir la escena, Cruz cuenta que la embarcación pequeña no se movía y que, al no haber viento, la proximidad de la barcaza fue tanto más inesperada. Ellos se pusieron de pie de un salto y empezaron a gritar para llamar la atención. La atención del capitán parecía ausente: a simple vista —dicen los testigos— no percibía lo que pasaba en la proa. La sensación de impotencia de quienes observaban desde tierra fue inmediata: estaban a pocos segundos de una escena que nadie debería presenciar.
“Escuchamos a los niños gritar”
Aldo Melgar, el segundo techista que estaba con Cruz, aporta un detalle que hiela: apenas treinta segundos después de que los obreros comenzaran a gritar, un tripulante de la barcaza vio al velero. Desde la cubierta del velero —según Aldo— se escucharon los gritos de los niños y las señales desesperadas para que la barcaza se detuviera. Un trabajador de la propia barcaza corrió a la popa a gritarle al capitán; el motor se apagó y la barcaza intentó frenar, pero ya era demasiado tarde. “Sonó como un trueno y empecé a gritar ‘¡los mató, los mató!’”, recuerda Aldo, todavía conmocionado por no haber sido escuchados a tiempo.
¿Se dieron cuenta allí arriba? ¿Intentaron frenar? Los testimonios desde la orilla y desde la propia barcaza que han trascendido sugieren una mezcla de distracción y reacción tardía: hay versiones que indican que un tripulante alcanzó a advertir la presencia del velero y que se produjo una maniobra de detención —el motor se apagó— pero que la inercia y la proximidad hicieron irreversible el choque. Esa última reacción, cuando ocurre demasiado tarde, alimenta la pregunta dolorosa que la comunidad y las familias siguen haciéndose: ¿hubo negligencia, falta de atención o una cadena de errores humanos que pudo evitarse? La investigación oficial está tratando de responder precisamente a eso.
La escena después del impacto
Quienes observaron lo ocurrido desde las casas colindantes relataron imágenes que no se olvidan: camillas llevadas apresuradamente por los jardines, personas desesperadas, socorristas trabajando contra reloj. Varios menores y una instructora —miembros de un campamento náutico del Miami Yacht Club— fueron rescatados del agua; dos niñas, entre ellas Mila, no sobrevivieron. La conmoción sacudió a una comunidad que confió a las embarcaciones la enseñanza y la seguridad de sus pequeños.
Mientras la búsqueda de respuestas continúa, la oficina forense y la Guardia Costera de Estados Unidos abrieron pesquisas para esclarecer causas y responsabilidades. Hasta ahora, los fiscales y peritos analizan videos, trayectorias, y los testimonios de testigos directos —como William y Aldo— y de quienes estaban en las embarcaciones. Las familias, por su parte, atraviesan un dolor público que no encuentra consuelo fácil: la pérdida de niños en un entorno de recreación y aprendizaje golpea doblemente.
Un clamor desde los techos que no alcanzó a salvarlos
Lo que relatan William y Aldo no es sólo la crónica de un accidente fatal; es la fotografía de la impotencia: hombres que vieron venir la tragedia, que hicieron todo lo que estuvo a su alcance —gritar, señalar, pedir auxilio— y que, sin embargo, tuvieron que ser testigos del estruendo y del silencio que siguió al choque. “Nos sentimos fatal porque habíamos estado gritando y no nos oían”, dijo uno de los testigos, y en esa frase queda la absoluta fragilidad de un instante que lo cambia todo.
Las preguntas siguen: ¿por qué la barcaza se aproximó con esa velocidad? ¿qué protocolos fallaron? ¿se pudo haber evitado? Las respuestas las ofrecerá la investigación. Mientras tanto, queda el registro humano: los testimonios de quienes estuvieron ahí, desde lo alto de un techo, y que intentaron frenar lo inevitable. Queda el recuerdo de Mila y de las otras niñas, y el duelo de familias que hoy reclaman claridad y verdad.
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