El silencio del dolor, muchas veces, se rompe con palabras breves. Furiosas. Crudas. Y a veces, públicas. Así fue como Natalia Ciak, la mamá de Enzo Joaquín —el niño de 8 años asesinado por su propio padre en Lomas de Zamora—, eligió hablar. No lo hizo frente a cámaras ni a la prensa. Lo hizo donde sabía que él la iba a leer, o al menos, donde quedara escrito para siempre: en los comentarios de una publicación de Instagram del propio Alejandro Javier Ruffo. Allí, entre selfies en la cancha y fotos con su hijo, dejó dos mensajes que estremecen: “Vas a arder en el infierno... Con Joaquín no.”
Alejandro Ruffo tenía 52 años y atravesaba un cuadro psiquiátrico que no había sido tratado con suficiente profundidad. E detalle de la autopsia al cuerpo del niño que llegó a manos de la fiscal Fabiola Juanatey arrojó: “Asfixia por compresión extrínseca de cuello”. Luego intentó quitarse la vida. Fue internado en el hospital Gandulfo, donde permanece con custodia policial.

El caso está caratulado como homicidio agravado por el vínculo. Las pericias intentarán determinar si el hombre comprendía la criminalidad de sus actos. Pero para la mamá de Joaquín, no hay análisis que le devuelva lo perdido.
La voz de una madre desgarrada
Esas dos frases contienen todo. El dolor imposible de nombrar. La furia. La traición. La necesidad de marcar un límite incluso después de la tragedia. Son el testimonio de una mujer que perdió a su hijo de la manera más brutal posible y que, en medio del duelo, encontró en las redes un canal para gritar lo que el cuerpo ya no soportaba. No hay nombre para las madres que pierden un hijo. Y menos para las que lo pierden de esta forma.

Con Joaquín, no
Esas tres palabras —“con Joaquín no”— encierran una verdad universal: hay líneas que no se cruzan. Hay vínculos que deben ser sagrados. Hay infancias que deberían ser intocables.
Este caso, que ya duele en todo el país, deja preguntas abiertas sobre el rol del Estado, la salud mental no tratada y el peligro del silencio. Pero también deja una voz. Una voz rota, furiosa, sincera.
La de una madre que, entre lágrimas y rabia, aún puede gritar. Porque su hijo ya no está. Y alguien tiene que decirlo.
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