Gustavo Dalinha (@gustavo_dalinha) creció hablando portuñol en Frontera de la Paz, un pueblo ubicado en el delgado límite entre las ciudades de Rivera (Uruguay) y Santana do Livramento (Brasil).
A los 28 años se mudó a Berlín, Alemania, a donde llegó poco antes de la caída del Muro. Tuvo un taller en Porto Alegre, Brasil y hace un tiempo está radicado en Buenos Aires.
Un pintor cosmopolita, con una particular materia prima como base de sus obras.
Gustavo trabaja con un papel ancestral muy particular: el Antaimoro, una delicadeza que se elabora a partir de la avoha, un árbol que solo existe en la costa este de Magadascar y que Gustavo descubrió durante un viaje.
Este papel artesanal, tan liviano de trasladar como resistente, se fabrica de acuerdo a una tradición que tiene más de 800 años que da como resultado un papel firme, elástico y duradero.
Cuando los filamentos del Antaimoro se encuentran con los pigmentos que prepara el artista, surge la magia.
En sus obras, plasmadas y selladas con rodillos, baldes, recipientes, coladores, embudos, maderas y piedras, predomina la simpleza de la forma, la vibración de los colores y las distintas composiciones de gran fuerza expresiva.
"Después, el papel decide donde se va a a arrugar, donde se va a elevar o deprimir y donde va a quedar una mancha", describe.
Dalinha trabaja como docente en talleres para niños y adultos con capacidades diferentes y en situación de vulnerabilidad, tanto en Brasil como en Alemania.
Enseña, inspira y contagia su pasión por el arte. En paralelo, ha participado de importantes muestras internacionales (lleva más de 100 en museos en todo el mundo) y sus obras integran grandes colecciones privadas o de instituciones culturales en diversos países.
Producción: Floppy Dursi. Fotos: Fabián Uset. Edición de video: Cristian Calvani.
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