En un contexto donde la crianza se ha vuelto cada vez más solitaria y mediada por consejos digitales, Evangelina Cueto propone una mirada distinta. Su nuevo libro, Crianza en Debate, escrito junto a Julieta Schulkin, no ofrece fórmulas ni recetas: invita a repensar la crianza como un territorio donde se cruzan emociones, tensiones culturales y transformaciones digitales.
Pediatra, especialista en adolescencias y comunicadora, Cueto pone el foco en la necesidad de sostén comunitario, la participación activa de los cuidadores y la reflexión sobre los vínculos entre adultos y niñeces. En esta entrevista nos cuenta cómo su experiencia clínica y su mirada interdisciplinaria confluyen en un texto que desafía a la sociedad a mirar la crianza desde la profundidad, la empatía y la conciencia colectiva.
-¿Qué te motivó a escribir "Crianza en Debate" y cuál es la idea central que querías transmitir?
-Yo venía huyendo de la idea de escribir sobre crianza porque la mayoría de los libros en circulación son guías o manuales. Si bien pueden ser útiles, también terminan generando una idea demasiado cerrada de lo que significa criar. En realidad, estaba escribiendo un libro sobre adolescencia. Pero hace ya un par de años, con mi amiga —y mamá de dos pacientes que quiero mucho— Julieta Schulkin, empezamos a masticar la idea de escribir juntas.
Ella, como periodista especializada en nuevas tecnologías, recibía constantemente pedidos para notas sobre crianza digital. Yo, desde mi práctica clínica y académica, notaba que casi todas las charlas a congresos o encuentros comunitarios giraban en torno a la misma pregunta: qué pasa con los chicos y las pantallas, cuándo sí y cuándo no.
En esa coincidencia apareció la necesidad de combinar miradas. Muy pronto entendimos que las respuestas sobre los desafíos de la crianza digital no se resuelven en la digitalidad misma: lo que vemos en el mundo virtual son variaciones de problemas mucho más estructurales del mundo real. Por eso el libro fue creciendo hasta convertirse en una especie de ensayo contemporáneo —aunque mezcla géneros— sobre la urgencia de pensar de manera amplia la infancia y la adolescencia. Y también, inevitablemente, sobre qué tipo de adultos somos y queremos ser.
-El libro propone mirar la crianza más allá de los manuales. ¿Qué significa para vos “Crianza en debate”?
-Cuando hablamos de Crianza en debate invitamos justamente a debatir en el sentido más genuino: poner arriba de la mesa una conversación que todavía está pendiente, la de qué estamos haciendo con las infancias hoy. Lo que suele ocupar el espacio público son voces de gurúes de maternidad que prescriben cómo debería ser la crianza, pero sin revisar los contextos, sin preguntarse de dónde venimos ni qué huellas dejaron en quienes hoy estamos criando.
Lo que suele ocupar el espacio público son voces de gurúes de maternidad que prescriben cómo debería ser la crianza, pero sin revisar los contextos, sin preguntarse de dónde venimos ni qué huellas dejaron en quienes hoy estamos criando.
También hay algo que no podemos pasar por alto: hoy se cría en mucha soledad. Las familias son más chiquitas, las redes de sostén se desarman y, en medio de esa fragilidad, aparece además un bombardeo digital que satura de información. Esa infotoxicación más que orientar confunde y, en lugar de abrir preguntas, instala mandatos difíciles de sostener. Por eso creemos que hacía falta un libro que no diera respuestas cerradas sino que abriera coordenadas para pensar, que habilitara una conversación más amplia sobre la crianza como parte de la vida social y no como una tarea individual aislada.
-Señalás que criar se ha vuelto más solitario. ¿Qué factores culturales y sociales contribuyen a esta sensación de aislamiento?
-Hoy la crianza se vive con mucha soledad, especialmente para las mujeres. Las familias son más pequeñas, ya no abundan las redes intergeneracionales ni comunitarias, y eso deja a quienes crían prácticamente solas frente a una tarea enorme.
Las ciudades tampoco ayudan: más que alojar a las infancias, muchas veces atentan contra la autonomía que deberían ir ganando a medida que crecen. Tareas habituales hace unas décadas, como que un chico vaya solo a hacer un mandado, dejaron de ser comunes porque cambió la percepción del riesgo.
A esa falta de reconocimiento hacia quienes crían se le suma la precarización laboral que afecta sobre todo a las mujeres, que tienen que sostener la doble carga entre el trabajo y el cuidado. Y en paralelo aparece el bombardeo digital: un exceso de mensajes y consejos que funcionan más como presión que como orientación. Todo esto hace que criar se viva como una experiencia más aislada y desgastante de lo que debería ser.
-¿Cuáles son los principales efectos del adultocentrismo y la hipervigilancia en la infancia y la adolescencia?
-El adultocentrismo parte de la idea de que los adultos siempre sabemos más y mejor, y eso termina invisibilizando las voces y los deseos de chicos y adolescentes. Se los escucha poco, se los consulta menos, y muchas veces se decide por ellos sin considerar qué necesitan o qué piensan. Esa mirada reduce su autonomía y los coloca en un lugar de subordinación permanente.
La hipervigilancia, que suele confundirse con cuidado, refuerza esa lógica. La infancia y la adolescencia necesitan espacios para ensayar, equivocarse y aprender de la experiencia, pero cuando los adultos controlamos cada movimiento terminamos generando chicos más inseguros, con menos margen para tomar decisiones propias.
Lo paradójico es que, en nombre de protegerlos, los privamos de la posibilidad de crecer con confianza en sí mismos y de desarrollar recursos para manejar la incertidumbre.
-En un mundo hiperconectado y con sobreinformación, ¿cómo recomendás a los adultos filtrar consejos y expectativas externas?
-Lo primero es entender que no necesitamos acumular más y más consejos. Criar no se trata de seguir al pie de la letra todo lo que circula, sino de encontrar apoyos que realmente orienten. Para eso es fundamental buscar profesionales que acompañen y que, más que dar respuestas rápidas, ayuden a construir una relativa seguridad desde la cual criar.
También hay algo cultural que pesa mucho: hoy la infancia, la adolescencia y la adultez están en escenarios sociales muy separados. Eso hace que muchas personas lleguen a la maternidad o la paternidad sin haber tenido contacto real con chicos antes. Entonces se los mira casi como “bichos raros”, se los desconoce.
Una paradoja de este tiempo: estamos hiperconectados en la vida virtual y muy desconectados en la vida real.
Parece increíble, pero la mayoría de las mujeres llega a la lactancia sin haber visto antes a otra mujer amamantar, algo que hace unas décadas era cotidiano porque se vivía en familia ampliada. No es que idealice ese modelo, pero sí es un dato: la convivencia previa con niños y bebés cambió, y eso hace que el inicio de la crianza se viva con más inseguridad y más dependencia de discursos externos.
Y, por último, una paradoja de este tiempo: estamos hiperconectados en la vida virtual y muy desconectados en la vida real. Esa brecha hace que falten experiencias compartidas, vínculos de cercanía y comunidad, que son los que en definitiva dan sostén a la crianza.
-Como pediatra y consultora en crianza, ¿cómo integrás tu experiencia clínica con la escritura y la investigación?
-Para mí acompañar familias y construir junto a ellas líneas orientadoras que hagan de la crianza algo más placentera y respetuosa es central. Y lo digo porque lo veo todos los días en el consultorio, no como un ideal.
Es muy movilizante cuando se acercan familias enteras, o a veces madres solas, con la disposición de pensar con honestidad cómo llevar adelante la crianza y cómo entender cada etapa. En esos encuentros se nota que, cuando hay un espacio de confianza, la crianza deja de vivirse solo como peso o mandato y aparece como una experiencia de disfrute y de crecimiento compartido.
También me sirvió mucho la formación pediátrica y psicoanalítica: creo que no se puede construir una orientación integral si no se amplía la perspectiva y se dejan dialogar las disciplinas. En cuanto a la escritura, me gusta hacerlo desde muy chica: hice cursos de narrativa, de guion, de dramaturgia, y escribir es de las cosas que más placer me da.
Poder unir esa pasión con mi práctica clínica y con la investigación me resulta un privilegio, porque me permite transformar la experiencia de todos los días en palabras que circulen más allá del consultorio.
-¿Hubo algo que te sorprendió o desafió mientras escribías este libro junto a Julieta Schulkin?
-A mí me encanta trabajar en equipo, la mayoría de mis proyectos los hago con otras personas y eso me divierte. Me obliga a dejar de aburrirme escuchando mis propias reflexiones (risas). Con Juli nos llevamos muy bien y algo clave es que no escribimos encerradas: nos apoyamos mucho en conversatorios con otras personas, que fueron un motor enorme para pensar. Incluso tuvimos el lujazo de charlar con Felipe Pigna, que además de prologuista del libro nos abrió un panorama histórico sobre los distintos paradigmas de la infancia.
En cuanto a la escritura, después de leer muchísimo e investigar en esos conversatorios, cada una escribía por separado con el material común y con el que cada una traía de su propio recorrido. Así armamos textos diferentes que se fueron ensamblando a lo largo del libro, de modo que sea el lector quien haga la síntesis final. Ese juego entre voces fue un desafío, pero también la riqueza del proyecto. Y sobre todo confirmó que Crianza en debate es, en esencia, un proyecto interdisciplinario.


