“Emi, quitale peso a mis palabras”. Fue un mensaje escrito por Whatsapp. Me dejó pensando… ¿Cuánto pesan las palabras? ¿2 gramos, 100 gramos? Si son escritas, habladas, leídas, calladas. Hay más livianas, otras que oprimen y algunas muy decisivas. Cargamos con mochilas de palabras. Escribimos kilos de palabras sueltas. Pero no todas pesan lo mismo.

¿Cómo devine escritora? Me cuesta decir que lo soy. Escribo desde muy chica. Eran diarios donde le contaba a mi propio ser - o algún amigo invisible - cada cosa de lo que hacía en la jornada. A veces era el desayuno, lo que comía, el clima. Otras, mi contacto con la naturaleza, los caballos, las mañanas haciendo sus camas de viruta, engrasando frenos, tomando mate en las caballerizas. Casi siempre había animales. Soltar en palabras lo que hacía me parecía una tarea de orden y registro de mi infancia. Eran palabras livianas, inocentes, simples: “Fui, volví, comí, anduve”.
¿En qué momento se sumieron al efecto gravitatorio? Con el tiempo, escribir, recitar, hablar y leer se tornó una doctrina, una rutina del deber ser. Dar orales en el colegio, participar de debates, leer libros de todo tipo y comprender conceptos - una nueva forma de nombrar a las palabras - más complejos, más pesados. Aún así, el peso gravitacional se mantenía dentro de la estricta valoración institucional y educativa.
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La carrera de Relaciones Internacionales me introdujo al mundo de las grandes palabras, aquellas que rigen la diplomacia: un memorándum, el derecho, la integración, la política, el genocidio, la humanidad. Hablar idiomas y decir lo indecible con la palabra adecuada es parte de un juego de peso y contrapeso en las conversaciones. La metáfora de la zanahoria y el garrote, de la guerra fría y de la no proliferación. Todo con un doble significado. Escribir informes políticos me enseñó a barajar naipes de palabras sueltas, flotantes y casi siempre vacías.
Mi conexión más real con el peso de las palabras fue cuando vivencié la muerte y el dolor. Un último “te quiero” salió de mi cuerpo como una bolsa de semillas con forma de letras en la habitación de paliativos. A partir de ahí volví a escribir poesía, sin prestar mucha atención a las estructuras. Solo liberaba el vocablo repleto de emociones. El verso se convirtió en una herramienta para aliviar la densidad de la emoción.
Las palabras formaron nuevas palabras. Mulanas, por ejemplo, fue creada como un conjunto de ellas: mujeres, historias, latinoamericanas. Fui a talleres de escritura, me animé a ponderar palabras que para otros podrán significar algo diferente y jugué con la amplitud del vocabulario ( “Matrias” “Tribu” “Sendas”). El agua, los pies, el azul y el verde cobraron vida con otros significados. Finalmente la pesadez se transformó en intensidad cuando empecé a desarrollar oraciones con todos los sentidos.
Leer en voz alta a mi hermano que estaba postrado en una cama en un coma inducido o rezar para su recuperación hizo que las palabras volvieran a cambiar de forma. Todas pesaban lo que pesa el alma. ¿Y cuánto pesa el alma?. El golpe en la cabeza podía dejarlo sin la capacidad de hablar, olvidar las letras de las canciones o confundir el tiempo con la memoria.

Nada de eso ocurrió, GRACIAS a DIOS: palabras que se me tatuaron en la piel con el tiempo. TIEMPO, palabra de mucho peso. Recuerdo a una especialista en neurociencia amiga que me sugirió utilizar la palabra STOP: Stop, Toma aire, Observa a tu alrededor, Procede. La fragilidad de pronto se tornó en fortaleza.
Surgen luego aquellas que hieren sin ser directas. Entran en ese grupo los “nunca”, “siempre”, “exagerada”, “ilusa” o “poco y nada”. Pero la forma en la que se emitan puede cambiar su densidad. No es lo mismo:
Las palabras en papel
Las de un cartel
Las que nombran a personas
Las emitidas
Las que salen durante horas
Las silenciadas
Las que guardan la memoria
Las que construyen
Las que destruyen
Las que consuelan
Las que fluyen
Estamos rodeados de palabras vacías, espesas, soñadas. Las palabras son nuestra fuente más grande de magia y son capaces de dañar y al mismo tiempo sanar a alguien. A veces son espadas, otras caricias, pero aquellas que permanecen son las más sabias. Son vibracionales. Las escuchamos en distintas tonalidades y también las escuchamos en silencio, cuando retumban en nuestra mente.
VIBRAR ALTO no es nada más que la frecuencia del sonido de las palabras. Si generan paz cuando las decimos o escuchamos, o si provocan tensión o discordia al pronunciarlas. Son como flechas que una vez lanzadas no se pueden recuperar.
Si tuviera que poner un peso material diría que aquellas que me llegan por un mensaje de texto tienen un carga que ronda entre 200 a 300 gramos. Las que leo en un libro son más livianas pero no por ello menos duraderas. Las habladas pesan kilos y kilos según el tono de la voz. Pero también existen las que caen como toneladas de plomo sobre los hombros, vagando en el espacio del ego sin rumbo hasta depositarse en el cuerpo físico.
Las llamaría “las no palabras”. Son como peces atrapados en redes mentales, o redes sociales. Van en todas las direcciones sin sentido, tratando de escapar, chocándose entre ellas, formando oraciones inconclusas o peor, de castigo. ¿Cómo romper esas redes para soltar? La lectura y la escritura pueden ayudar a ordenarlas. Algo que sería similar a regular las emociones.
Hoy me encuentro en un momento muy particular con las palabras. Acabo de terminar mi primera novela y entro en un proceso de revisión. Como si tuviera que revisar este último año en palabras, ya que es el tiempo que me llevó escribirla. Son infinitas las palabras que ingresaron en mi mente e infinitas las que no han querido salir. Pero estoy segura de que volcarlas, con todo el peso que eso conlleva, fue parte de un camino de liberación. La LIBERTAD EN PALABRAS.
Julio Cortázar dijo: “Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma”.
En estos días el cielo está colmado de estrellas y planetas revolucionados. Se acerca el contradictorio “fin de año” y buscamos PAZ, AMOR, GRATITUD; palabras que le quitan peso a la vida. Decir y escribir palabras que nos desafían a manifestar lo que somos sin valor agregado, simplemente usar las que salen del corazón; es lo que en definitiva contiene el peso de la verdad, el peso del alma. ¿Cómo lograrlos? Tal vez pruebe con esta: SENTIR.
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Fuente: Emilia Zavaleta, @sermulanas
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