Ariel Malvino y Fernando Báez Sosa: la muerte en patota, el lado oscuro de la misma historia - Revista Para Ti
 

Ariel Malvino y Fernando Báez Sosa: la muerte en patota, el lado oscuro de la misma historia

La tragedia de Fernando Báez Sosa que hoy vuelve a cobrar trascendencia de la mano de la serie de Netflix, tiene un fantasma: Ariel Malvino, asesinado en Ferrugem en 2006. El mismo patrón de violencia grupal, los mismos "hijos del poder" y una dolorosa diferencia en la justicia. Un análisis descarnado sobre la impunidad que generó una secuela de horror.
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Dicen que la historia no se repite, sino que rima. Pero, ¿qué pasa cuando la rima es un aullido de dolor idéntico, separado por quince años y mil kilómetros? La reciente serie de Netflix sobre el asesinato de Fernando Báez Sosa nos ha obligado a mirar de nuevo, no solo el crimen en Villa Gesell, sino el escalofriante eco que trajo desde las arenas de Ferrugem, Brasil, en aquel verano de 2006.

Antes de Fernando, estuvo Ariel Malvino. Y en el relato de su muerte, brutal y a manos de un grupo, encontramos el patrón exacto, la matriz oscura de una tragedia que no supimos detener.

La calma engañosa y la piedra de 17 kilos

Ferrugem. Enero de 2006. Un sol abrumador, la promesa hedonista de unas vacaciones de verano. A las 4:30 de la madrugada del 19 de enero, a la salida del boliche Bali Bar, esa promesa se hizo añicos.

Ariel Malvino con sus amigos en Ferrugem
Ariel Malvino con sus amigos en Ferrugem

Ariel Malvino, de 21 años, estudiante de Abogacía, fue víctima de una agresión brutal. No fue un golpe accidental. Fue un ataque a traición, desde atrás. Testigos hablan de “varias trompadas” que lo hicieron caer, inconsciente. Y luego, el detalle que congela la sangre, la firma de la más absoluta impunidad y el ensañamiento: alguien, en medio de la oscuridad y la cobardía grupal, le arrojó una piedra de 17 kilos sobre su cuerpo ya indefenso. Ariel llegó al hospital en coma. Una hora después, el silencio.

Ariel Malvino y una foto que quedó inmortalizada en los diarios de 2006
Ariel Malvino y una foto que quedó inmortalizada en los diarios de 2006

Este no fue un crimen pasional ni un ajuste de cuentas. Fue el ejercicio más puro de la violencia por deporte, el uso del cuerpo ajeno como un muñeco de trapo para desahogar una furia que no tenía límites, porque nunca los conoció.

Los “hijos del poder”: la sombra de la impunidad

En el caso Malvino, al igual que, años después, en el de Báez Sosa, el foco no recayó solo en la violencia, sino en el apellido de los agresores. Los principales involucrados –los hermanos Eduardo y Lautaro Braun Billinghurst, Horacio Pozo, y Andrés Gallino, entre otros– eran jóvenes correntinos, hijos de familias influyentes, vinculadas al poder político y económico de la provincia. Los "hijos del poder", como los llamaron.

“La falta de límite que hay en las familias tiene que ver con la degradación de la ley, sobre todo en los niveles ABC1,” reflexionaba la psicoanalista Miriam Mazover en aquel momento.

En Corrientes, se respiraba el miedo. El periodista Francisco Fidel Villar describía un “sistema de miedo” donde "nadie habla, aunque ese poder les haya causado problemas". Quince años antes de que los rugbiers de Zárate fueran señalados como "patoteros", los Braun Billinghurst y su grupo ya eran conocidos en su ciudad por sus actitudes pendencieras, por la soberbia y la certeza de que siempre iban a "zafar". Un excompañero del club lo resumió: “Yo sabía que alguna vez les iba a pasar algo así. Quizás si les pasaba esto acá, nadie se enteraba y se tapaba todo”.

Malvino con un amigo en Brasil
Malvino con un amigo en Brasil

La impunidad, esa niebla espesa que envuelve a ciertos círculos, era la verdadera arma homicida. La posibilidad de irse de Ferrugem sin dejar registro, el silencio cómplice de los medios locales, la defensa incondicional de los padres... todo gritaba la misma verdad: la vida de Ariel Malvino valía menos que el apellido de sus atacantes.

19 años de silencio y burocracia: la Justicia que se negó a llegar

El mayor drama en el caso Ariel Malvino no fue solo la brutalidad del crimen, sino la tortura institucional que siguió.

Mientras los acusados de Corrientes regresaban a la Argentina, gozando de su vida, la justicia brasileña enviaba exhortos que se perdían en la burocracia argentina. El mecanismo de cooperación internacional se convirtió en un escudo perfecto. Las notificaciones a los acusados se demoraban o eran "recibidas" por madres que alegaban desconocer el paradero de sus hijos.

El tiempo avanzaba, cruel e imparable. Pasaron 10 años. Pasaron 15 años. La causa se digitalizaba, se apelaba, se paralizaba por falta de un perito traductor. Todo un sistema de justicia, un Estado, funcionando como el mejor abogado defensor de los agresores.

Recién en marzo de 2025, casi dos décadas después del asesinato, un tribunal popular de Brasil encontró culpables a tres de los acusados por lesiones seguidas de muerte, y los condenó a siete años de prisión efectiva en cárceles de Corrientes. Los imputados no estuvieron presentes en la sala de audiencias.

Siete años de condena, después de 19 años de libertad. Una cifra que, aunque es un reconocimiento formal del horror, suena a burla cuando se la compara con la vida completa que se le arrebató a Ariel, y con la que obtuvieron los condenados de Villa Gesell.

El legado oscuro y el agradecimiento

Lo que hace al caso Ariel Malvino tan desgarrador es su calidad de presagio. Es la advertencia ignorada.

Ariel y Fernando: dos jóvenes, dos vidas borradas por el mismo puño colectivo, por la misma piedra lanzada en la oscuridad. Los dos soñaban con ser abogados como si supieran que su muerte iba a ser relatada en los tribunales buscando Justicia, los dos también eran hijos únicos.

Sus historias no solo son un espejo, sino la evidencia de que la impunidad dilatada de 2006 abonó el terreno para la tragedia de 2020. Cuando el sistema judicial argentino no actúa con celeridad contra los "hijos del poder", el mensaje que envía a las nuevas generaciones es que, para algunos, las leyes son solo un trámite costoso y largo, pero no una barrera moral infranqueable.

Ariel tenia 21 años cuando lo mataron en Ferrugem
Ariel tenia 21 años cuando lo mataron en Ferrugem

El punto final, la única luz tras casi dos décadas de lucha, la dieron sus padres, Alberto y Patricia. Tras el veredicto en Brasil, emitieron un comunicado que resume la dignidad de su camino: “Agradecemos a todos aquellos que nos acompañaron en este penoso camino, a los testigos que dieron su aporte decisivo para el veredicto final..."

El eco de los golpes que mataron a Fernando Báez Sosa en Villa Gesell en 2020 no es solo un recuerdo, sino un eco que resonó por primera vez en las arenas de Ferrugem en 2006. Malvino y Báez Sosa no son dos expedientes judiciales separados; son los capítulos sucesivos de una misma novela de terror social, escrita con la tinta invisible de la impunidad de clase. En ambos casos, el cuerpo de la víctima fue transformado, por la manada, en un mero objeto sobre el cual descargar una violencia que se creía exenta de consecuencias.

Lo que el caso Ariel Malvino nos gritó hace casi dos décadas fue silenciado por la burocracia, la influencia política y el reloj biológico de la justicia. Esa lentitud, ese permiso tácito para que los agresores vivieran en libertad durante 19 años, se convirtió en el peor de los mensajes para la generación que vendría: el apellido todavía te protege.

Y entonces llegó el verano de 2020, y la historia se repitió con la furia de un destino inevitable.
Cuando una sociedad permite que el tiempo carcoma un crimen, está sembrando la semilla de la próxima tragedia. Los padres de Ariel Malvino tuvieron que esperar casi dos décadas para escuchar un veredicto, un tiempo que solo puede ser medido en la erosión diaria de su alma. La condena a los agresores de Fernando fue más rápida, sí, pero solo porque el fantasma de Ariel, y la indignación que generó su caso no resuelto, ya flotaba sobre la sala del tribunal.


El dolor de Patricia y Alberto Malvino, y el de Graciela y Silvino Báez Sosa, nos obliga a mirar más allá del veredicto final. Nos obliga a entender que la verdadera justicia es preventiva. Es la que desarma la soberbia antes de que se convierta en piedra. Es la que pone límites, sin importar el saldo bancario o la influencia familiar.

Ariel y Fernando. Dos vidas rotas, separadas por años, unidas por la misma deuda de una sociedad que no supo (o no quiso) detener a tiempo la mano que se alza contra el indefenso.

Archivo Atlantida mail: [email protected]

Jefa de archivo: Maria Lujan Novella, contacto: 113903-8464

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