En un hospital de Iowa, un febrero helado de 1978, nacieron dos gemelos con apenas cinco minutos de diferencia. Ashton -hablamos del actor Ashton Kutcher- llegó primero, robusto, con más de cuatro kilos de peso. Michael lo siguió después, diminuto, frágil, con apenas un kilo ochocientos y un corazón que ya anunciaba tormentas. Nadie estaba preparado: ni los médicos, que no esperaban dos hijos, ni sus padres, que aquella noche creyeron que quizá perderían al segundo de sus bebés.
Mientras uno aprendía a correr, a treparse a los árboles y a reír sin miedo, el otro debía aprender a caminar con lentitud, a hablar distinto, a vivir entre médicos, terapias y diagnósticos. Michael fue creciendo con parálisis cerebral y más tarde con una miocardiopatía que le arrebataba fuerzas.
La infancia, sin embargo, no los partió. Los unió. Ashton era el gemelo fuerte, el protector que se negaba a ir a fiestas de pijamas si su hermano no estaba invitado. Michael era el gemelo frágil que, a su modo, le enseñó a su hermano que la compasión no era lástima, sino un pacto de dignidad.
Pero hubo un momento en que la vida los puso frente a lo imposible. Michael tenía 13 años y su corazón estaba a punto de apagarse. Los médicos hablaron de semanas de vida si no aparecía un donante. Ashton, consumido por la culpa de ser el sano, el fuerte, llegó a pensar que lo justo era entregarle su propio corazón. Una tarde, incluso, intentó lanzarse por la ventana del hospital. Su padre lo detuvo en el último instante.
No hizo falta. El milagro llegó: apareció un donante y Michael sobrevivió. Y con esa segunda oportunidad de vida, los dos entendieron que la misión de Ashton no era morir por su hermano, sino vivir para acompañarlo.
"Mike vino a visitarme, se quedó mirándome y me dijo: 'Cada vez que sientes lástima por mí, me hacés de menos. Esta es la única vida que he conocido, así que deja de sentir pena por lo único que tengo'", contó Ashton sobre el día que su hermano lo encaró y eso cambió su forma de verlo.
El tiempo siguió, con desencuentros y celos, con distancias y reconciliaciones. En 2003, una discusión los separó porque Ashton habló en público de la enfermedad de Michael sin su permiso. Se dejaron de hablar durante dos años, hasta que Michael entendió que esa exposición le había dado voz. Desde entonces, se transformó en defensor y orador público, abogando por los derechos de las personas con parálisis cerebral.
Ashton, por su parte, convirtió la fama en plataforma: fundó THORN, una organización contra la explotación infantil, y aprendió a ver en los obstáculos no un castigo, sino un desafío. Michael vive en Colorado y trabaja en Cerebral Palsy Foundation como portavoz de esta organización de parálisis cerebral, además de ser asesor de otra organización centrada en las personas afectadas por discapacidades físicas e intelectuales. Está casado -por segunda vez- y es padre de tres hijos.
Hoy, cuando recuerdan su historia, los gemelos Kutcher coinciden en algo: no fueron la fama, la enfermedad ni la culpa lo que los definió, sino un amor que sobrevivió a la muerte, al dolor y a la distancia. Un amor que, como escribió alguna vez un poeta, es más fuerte que la sangre.
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