Tatiana Schlossberg, periodista ambiental, escritora y nieta de Jackie y John F. Kennedy, conmovió a Estados Unidos al revelar que padece leucemia terminal a los 35 años. Lo hizo a través de un ensayo publicado en The New Yorker, donde narra con crudeza y honestidad un recorrido médico y emocional que comenzó el mismo día en que dio a luz a su segunda hija.
“No sé si mi hija recordará cuando me haya ido que soy su madre”, escribe en uno de los pasajes más dolorosos del texto. Ese miedo —el de desaparecer también de la memoria de sus hijos— atraviesa todo su relato.
Un diagnóstico devastaador que llegó después del parto
Su diagnóstico llegó apenas horas después del nacimiento de su segundo bebé, el 25 de mayo de 2024, en un hospital de Nueva York. La alegría del parto se quebró de manera abrupta cuando los médicos detectaron un recuento de glóbulos blancos extremadamente elevado. “No podía creer que estuvieran hablando de mí”, recuerda. Hasta el día anterior, embarazada de nueve meses, había nadado una milla y solía correr hasta dieciséis kilómetros por Central Park.
A partir de ese momento comenzó un camino de internaciones, complicaciones y tratamientos que ocuparon casi dos años de su vida. Pasó cinco semanas hospitalizada tras el parto, en un limbo que describe entre “el humor y la incredulidad”. Incluso asegura que, en sus peores días, lo absurdo fue lo único que la sostuvo: “Decidí que todos en el hospital tenían síndrome de Munchausen por poderes y yo era su objetivo”.
La enfermedad avanzó con rapidez y la sometió a un durísimo proceso de quimioterapia, dos trasplantes de médula —uno con células de su hermana y otro de un donante anónimo—, además de la participación en dos ensayos clínicos, incluida una terapia CAR-T. Las recaídas, infecciones graves, hemorragias posparto y las secuelas del tratamiento se acumularon. Tras perder el pelo, llegó a bromear con que parecía “un Voldemort destrozado”.
Tatiana Schlossberg y su relación con sus hijos: "No sé quien creen realmente que soy"
La maternidad, sin embargo, es el corazón de su relato. Su hijo mayor, de cuatro años, conserva apenas recuerdos fragmentados; su hija menor casi no pudo pasar tiempo en brazos de ella por los riesgos del tratamiento. “No sé quién cree realmente que soy”, confiesa con tristeza.
En uno de los tramos más emotivos, Tatiana dedica un homenaje a las enfermeras que la acompañaron: “Nunca he conocido a un grupo de personas más competentes, más llenas de gracia y empatía. Las enfermeras deberían tomar el relevo”, asegura.
La fuerza de su cuerpo, antes habituado al deporte, también se vio devastada. “Cuando regresé a casa, tenía que ir casi a diario a consultas externas; pasé semanas sin poder levantar a mis hijos”, relata.
Consciente de que su destino es irreversible, Tatiana escribe desde un lugar de profunda lucidez, aferrándose al tiempo que aún tiene con sus hijos. Y es ahí donde deja una de sus frases más conmovedoras, una especie de promesa íntima que da cierre a su ensayo: “Intento estar con ellos ahora. Seguiré intentando recordar”.
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