Luna Giardina ya lo había dicho. No con metáforas ni entrelíneas: lo escribió con la claridad de quien sabe que el peligro está demasiado cerca. "Todos los psicópatas son asesinos", había posteado en febrero del año pasado. "Por tu propia salud mental, tomá las señales confusas como un rotundo no", advirtió hace apenas cinco días.
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Era su manera de dejar constancia, quizás, de gritar en un espacio donde todavía se cree que las palabras salvan. Pero a Luna no la salvaron. Tenía 24 años, un hijo que iba a cumplir seis, un emprendimiento al que llamó Tejidos de la luna y un sueño sencillo: vivir en paz.

Había vuelto de Uruguay después de una relación atravesada por la violencia. En la denuncia que presentó allá, relató los golpes, las humillaciones y el miedo. Volvió a Córdoba buscando aire. Vendía tejidos, empanadas, esperanza. “Era un ser muy luminoso”, dijo una amiga.

Pero el sábado por la mañana, la luz se apagó. A Luna la mataron de un disparo. A su madre, Mariel Zamudio, también. En la casa familiar de Villa Serrana quedaron los restos de una historia que se repite con dolor matemático: una mujer advierte, denuncia, huye… y el Estado llega cuando ya hay balas.

Su hijo, “Pedrito”, desapareció tras el crimen. Horas más tarde lo encontraron en Gualeguaychú, junto a su padre —el principal sospechoso—, Pablo Laurta.
Laurta militaba en un grupo llamado “Varones Unidos”, un espacio donde se difunden mensajes antifeministas y se justifican los femicidios. Desde allí publicó textos que hablaban de “justicia feminista corrupta” y “padres víctimas del sistema”. En esas palabras, también se incubaba el odio.

Luna lo sabía. Lo había leído. Lo había vivido. Por eso escribió, por eso habló, por eso volvió. Pero no alcanzó.
Su última publicación fue una celebración pequeña, casi un suspiro: había aprobado una materia de agronomía. “Qué lindo es llorar de felicidad. Lo que es para uno, siempre termina llegando”, escribió. Doce horas después, el disparo.
Mariel, su madre, también murió tratando de protegerla. Dos generaciones silenciadas en una misma escena.
Y el eco, otra vez, es el mismo:
—¿Por qué seguimos llegando tarde
En lo que va del año, más de una mujer por día fue asesinada en Argentina por la violencia machista. Detrás de cada femicidio hay una cadena de advertencias que nadie quiso escuchar. Luna levantó todas las banderas rojas. Pero el sistema —judicial, político, social— nunca las vio.
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