Buenos Aires se descubre todo el tiempo, en cada vuelta de cualquiera de sus esquinas. Como una del barrio de Villa Urquiza en el que se encuentra un singular restaurante a puertas cerradas llamada Harutiun, en armenio significa “resurrección”.

Se trata de un emprendimiento familiar -con una larga historia para contar- y el restó es el fruto de una extraordinaria obra de intervención y reconversión de un espacio que cobró una nueva vida.
La recorrimos y conocimos la memoria descriptiva de la obra y la memoria emotiva del proyecto junto con el arquitecto Antonio Boz, socio del Estudio de Arquitectura Bchb.
De casa a restaurante: remodelación y “resurreción”


“La propiedad original se componía simplemente por un pequeño patio de ingreso sobre calle Juramento que distribuía hacia un cocina chica, un pasillo que conectaba un baño con el único dormitorio de la casa y un living comedor que a su vez funcionaba como local comercial, en ese entonces la mercería”, cuenta el arquitecto.
La obra comenzó reforzando los muros y fundaciones para poder edificar una nueva planta sobre el nivel existente, además de preparar el terreno para poder excavar el sótano que funciona como cava subterránea.
Una vez finalizada la etapa estructural y edificadas la nueva planta junto con el sótano, se puso en marcha la estética diseñada para este proyecto.

“Los interiores -diseñados por el estudio BCHB- reflejan una estética formal, procurando minimizar la necesidad de mantenimiento –explica Anto Boz- Usamos revestimientos de porcelanato símil madera en espina de pescado en planta baja y el talonado original de pinotea en negro para la planta alta, boiserie en madera y carpinterías negras”.


Más allá del salón, también entramos en la cocina de Harutiun –literal- equipada con tecnología industrial y realizada completamente en acero inoxidable, con pisos de porcelanato símil mármol Calacatta y pintura blanca.
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En la decoración del restaurante a puertas cerradas se utilizaron elementos antiguos, como cuadros con marcos dorados a la hoja, arañas clásicas y muebles diseñados a medida que acompañan la estética formal y clásica.
Una de las paredes exhibe un gran cuadro con los colores de la bandera armenia en honor a la propietaria, Cristina, que tiene algo más para decir sobre el nombre del restaurante, hoy alojado en la vivienda en la que nació.
“Harutiun era el nombre de mi tío, hermano mayor de mi mamá. Heredé de él su manera de ensanchar la mesa y extender los brazos para albergar a toda la familia con los manjares del día”.
El restaurante es la consagración de esa relación del tío que le dio el nombre y su dueña, también heredera de la pasión por la cocina de su abuela. “El menú era siempre el mismo: ravioles de sesos y espinaca con estofado de pollo o asado, con berenjenas y morrones ahumados en la hornalla, más ensaladas, pan crocante”, rememora Cristina.

Esa cocina con aroma de hogar se reproduce en su restó a puertas cerradas e íntimo. “Mi abuela amasaba desde muy temprano. Me fascinaba ver las partículas de harina suspendidas en el aire, recortadas por el sol.

“En mi familia, como en tantas familias armenias, invitar a comer es la forma más profunda de comunicación: el placer de agasajar. Harutiun es mi gran sueño. Un espacio para disfrutar sin apuros, descontracturado, con vajilla elegida con el mismo esmero con el que se prepara cada plato. En Harutiun, el contenido y el continente comparten una misma estética, igual de valiosa”.
Un restaurante armenio en un barrio bien porteño

Como si el edificio remodelado quisiera reservar un testimonio de su pasado residencial, la planta alta incluye un dormitorio con baño en suite para uso privado de la dueña que incluye la antigua bañera de fundición de la casa original.
En cuanto a los baños del local, fueron revestidos con azulejos negros brillantes, cemento alisado y divisiones de vidrio tonalizado negro, manteniendo una estética sobria y elegante.
El salón principal de planta alta de Harutiun cuenta con una mesa rectangular de madera rústica importada de Estados Unidos con capacidad para 16 comensales.

La fachada exterior -de estilo Art Déco- se distingue por columnas secuenciadas, ventanales verticales y un gran ventanal de doble altura que enmarca el ingreso. El entorno se enriqueció con la plantación de cuatro álamos que acompañan la volumetría.
Herrajes de alta gama y terminaciones en madera natural, como los barrales de roble en la cava, completan el carácter distintivo de la obra y dan la impronta impactante en la que se enfocó el estudio de arquitectura.


