La desgarradora historia de Gabriela Waisman, la única mujer argentina que murió en el atentado de las Torres Gemelas: tenía 33 años, estaba por dar una presentación y habló por teléfono con su familia en el momento del ataque - Revista Para Ti
 

La desgarradora historia de Gabriela Waisman, la única mujer argentina que murió en el atentado de las Torres Gemelas: tenía 33 años, estaba por dar una presentación y habló por teléfono con su familia en el momento del ataque

Nació en Caballito pero desde los 6 se había mudado junto a su familia a vivir a la Gran Manzana, donde creció, estudió y se forjó una carrera que apenas estaba comenzando. Fue una de las 5 víctimas argentinas que murieron en el atentado más impactante del siglo XXI y la única mujer. Como un sencillo homenaje, la recordamos contando su historia, a pocos días de que se cumplan dos décadas del 11S.
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Muchas historias se siguen desprendiendo de aquel tristemente recordado 11 de septiembre de 2001, el 11S que marcó un antes y un después en la historia. Los ojos incrédulos del mundo se posaban, cerca de las 10 de la mañana, en los dos edificios que simbolizaban el mundo occidental en su máxima expresión mientras se derrumbaban como castillos de arena.

En el corazón de Manhattan, las Torres Gemelas albergaban a personas de todo el mundo que frecuentaban el lugar con un sinfín de motivos diferentes. Una de ellas era la argentina Gabriela Waisman, quien había acudido al lugar en representación de la empresa de software para la que trabajaba, Sybase, a dar una presentación.

Gabriela, que en ese momento tenía 33 años, estaba de visita en el piso 106 de la Torre Norte, un nivel por encima de Grehan.

Había nacido en el barrio porteño de Caballito y sus padres la habían llevado a vivir a Nueva York junto a su hermana, en 1974. Se recibió de psicóloga en la St John’s University, pero nunca ejerció. En cambio, hizo carrera en la empresa Sybase, una compañía de software donde había sido ascendida a gerente poco tiempo atrás.

En medio de la confusión que generaron los atentados hubo muchos trascendidos y, sin dudas, uno de los más desgarradores decía que Gabriela, en el momento del ataque, mantuvo llamados con su familia, asustada, una vez que se desataron las explosiones y el humo. “Estaba asustada, decía que había mucho humo y que le costaba respirar”, contó Armando, su padre, a un semanario porteño. Gabriela no sabía que un avión se había incrustado en el edificio unos pisos más abajo: su familia, que lo vio por televisión, se lo contó por teléfono.

“Mi yerno le dijo que se fuera. Yo le dije que pusiera la cabeza abajo, en el piso, para respirar mejor –relató Armando–. Hubo otros llamados, fueron ocho o nueve. Nos contaba que habían puesto a los empleados en el hall, que todos tenían miedo. Mi yerno le volvió a decir que se escapara. En el último llamado, Gabriela decía que directamente ya no podía respirar. Lloraba. No la volvimos a escuchar.”

Transcurridos quince días del ataque, la dolorosa vigilia de la familia Waisman finalizó con la peor noticia: Gabriela había pasado a integrar la lista de las víctimas fatales del atentado contra las Torres Gemelas de Manhattan. Su cadáver había sido identificado y era una de las cinco personas de nacionalidad argentina que desaparecieron tras el derrumbe de los dos edificios, informaba en ese momento el diario Página/12. “Su nombre apareció el martes en la lista que se exhibe en el Centro de Atención a los Familiares, donde todos los días hay un desfile incesante de gente en busca de novedades”, dijo al medio quien era en aquel entonces el cónsul argentino en Nueva York, Juan Carlos Vignaud.


Antes de la confirmación de la policía, los Waisman habían recorrido primero los hospitales, pero después concentraron sus expectativas en el Centro de Atención a Familiares, ubicado en Pier 94, cerca del río Hudson. En lo que alguna vez había sido un centro de convenciones, se montaron centros de atención a familiares de los desaparecidos. Además, el gobierno de Nueva York brindaba apoyo psicológico y la policía publicaba a cada momento las listas de identificados.

Ese lugar se convirtió en escenario de una angustiosa e incesante peregrinación: la de los familiares que revisaban, una y otra vez, las listas de víctimas identificadas (la mayoría, varias veces por día) en busca de un dato que pusiera fin a la búsqueda.


Ese momento, para los Waisman, llegó el martes. El nombre de Gabriela apareció en la lista y la policía de Nueva York lo confirmó por exámenes de ADN. Por pedido de la fuerza, “todas las personas que fueron a reclamar por un familiar desaparecido llevaron un elemento de donde obtener ADN –relató Vignaud en aquel momento a Página/12-: un cepillo de dientes, una prenda íntima. Si no era posible, dejaban una muestra de sangre de los padres o los hijos de la persona buscada”.

El 19 de diciembre, el New York Times publicó los obituarios de las víctimas que habían sido identificadas, y entre ellas, el de Gabriela, que decía:

Viviendo el momento

Gabriela S. Waisman amaba mimarse. Los fines de semana estaban reservados para manicuras, pedicuras, viajes a la peluquería, películas o museos. Con una risa contagiosa, un sentido del humor aniñado y With an infectious laugh, a childlike sense of humor and y la afición por los viajes espontáneos, ella creía que valía la pena vivir el momento.

¿Debería alguien sugerir que un viaje puede ser demasiado costoso? A lo que ella respondería: "Nunca sabés cuándo no vas a estar más", dijo Janet Perez, una de sus amigas de toda la vida.

Su entusiasmo por la vida la llevó a trabajar en Sybase, una compañía de software. A sus 33 años y viviendo en Queens, había sido promovida como gerente de operaciones y se había ofrecido a preparar una presentación en el World Trade Center.

El viernes antes del ataque, pasó por la oficina céntrica de Andrea Treble, su hermana, para darle unas fotografías. Cuando se estaba yendo, su hermana recordó observarla caminando y bailando por la calle Broadway como John Travolta en Fiebre de sábado por la noche. "Le dije: Gabi, ¿qué estás haciendo?" y ella simplemente se alejó riendo a carcajadas.

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