Georgia creció con una idea muy clara: algún día iba a ser madre. Pero a los 15 años recibió un diagnóstico que le cambió la vida. Los médicos le explicaron que había nacido sin útero por una condición congénita llamada síndrome de Mayer-Rokitansky-Küster-Hauser (MRKH), que afecta aproximadamente a 1 de cada 5.000 mujeres y puede implicar que el útero esté ausente o poco desarrollado.
Para una adolescente que soñaba con tener hijos, la noticia fue un golpe. Georgia recuerda ese momento como si su futuro se hubiera reescrito de un segundo a otro. Su familia la acompañó en el proceso de aceptarlo y también estuvo ahí su mejor amiga de la infancia, Daisy Hope, con quien comparte la vida desde chicas.
Mientras trataban de procesar lo que pasaba, Daisy tuvo un gesto que entonces sonó a chiste y contención: le dijo que, si algún día lo necesitaba, ella gestaría un bebé para Georgia. Con los años, esa frase dejó de ser una broma y se transformó en un plan posible.

La promesa que se convirtió en proyecto de maternidad
El vínculo entre Georgia y Daisy fue creciendo con el tiempo. Sus familias eran amigas, ellas se consideraban “hermanas del alma” y, ya de adultas, las dos formaron sus propios proyectos. Georgia estudió para ser partera y se dedicó a acompañar a otras mujeres en el nacimiento de sus hijos, aun sabiendo que ella no podría llevar un embarazo.
Años más tarde, Daisy quedó embarazada de su primera hija, Emilia, y fue justamente Georgia quien la asistió en el parto. Esa experiencia reforzó la idea que su amiga venía repitiendo desde la adolescencia: quería que Georgia también pudiera vivir la maternidad. Según contaron a distintos medios, Daisy sintió que el amor que sentía por su hija era tan grande que deseaba que su mejor amiga pudiera experimentarlo.
Cuando la pareja de Georgia, Lloyd Williams, también expresó su deseo de ser padre, la promesa empezó a tomar forma concreta. No se trataba solo de un gesto simbólico: Daisy estaba dispuesta a ser gestante para ellos y a compartir un proceso largo y complejo.
Tratamientos, pérdidas y un nuevo intento
El camino para cumplir ese sueño fue a través de la fertilización in vitro (FIV). Los médicos extrajeron óvulos de Georgia y los fecundaron con esperma de su pareja. Luego, los embriones se implantaron en el útero de Daisy, que se ofreció como gestante.
El primer intento pareció funcionar: el embarazo comenzó, pero a las pocas semanas una ecografía mostró que el útero estaba vacío. Daisy y Georgia contaron que fue uno de los momentos más duros del proceso, porque tuvieron que afrontar la pérdida y, al mismo tiempo, la sensación de haber llegado muy cerca de su objetivo.
Aun así, decidieron volver a intentarlo. En la segunda transferencia, los resultados fueron distintos: esta vez sí vieron un pequeño latido en la pantalla. La alegría llegó mezclada con miedo, porque Daisy tuvo un sangrado importante poco después y pensaron que el embarazo se había vuelto a perder. Sin embargo, los controles confirmaron que el bebé seguía bien y el proceso continuó hasta llegar a término.

El nacimiento de Ottilie y un vínculo para toda la vida
En octubre de 2025, Daisy dio a luz a Ottilie, la hija de Georgia y Lloyd, cumpliendo la promesa que había hecho en la adolescencia. La escena fue doblemente intensa: para Daisy, que atravesaba su segundo parto; y para Georgia, que por primera vez veía nacer a su propia hija gracias al cuerpo de su amiga.
Georgia contó que, al ver la cabeza del bebé, se quebró y empezó a llorar. Durante años había acompañado a otras familias como partera; esta vez estaba del otro lado: era ella quien se convertía en madre.
La historia también puso en primer plano el costo emocional y económico del proceso. La pareja debió afrontar gastos importantes de FIV y recolección de óvulos, incluso con parte del tratamiento cubierto por el sistema de salud británico. Aun así, ambas coinciden en que el resultado valió cada paso, cada espera y cada miedo.
Hoy, Georgia se define como “afortunada y agradecida”, y Daisy siente que el vínculo entre las dos es más fuerte que nunca: no solo son mejores amigas, sino que comparten una experiencia que muy pocas personas vivirán con alguien que no sea su propia familia.
Qué es el síndrome de MRKH y por qué esta historia importa
El síndrome de Mayer-Rokitansky-Küster-Hauser (MRKH) es una condición congénita poco frecuente en la que el útero y parte del aparato reproductor interno no se desarrollan de manera habitual. Muchas veces se detecta en la adolescencia, cuando la persona consulta porque no llega la menstruación. Aunque las mujeres con MRKH no pueden gestar un embarazo, sí pueden, en muchos casos, tener hijos biológicos mediante técnicas de reproducción asistida y gestación por otra persona.
La historia de Georgia y Daisy pone el foco en varios temas que atraviesan a muchas familias: la importancia de la amistad y las redes de apoyo, el impacto emocional de los diagnósticos reproductivos en la adolescencia y el rol que tienen hoy la ciencia y la medicina para acompañar deseos de maternidad y paternidad que antes parecían imposibles.
También abre la conversación sobre la gestación solidaria, una práctica que en muchos países todavía está en debate o directamente no está regulada. En este caso, no hubo intercambio económico entre amigas: fue un acto de generosidad que se gestó a lo largo de toda una vida compartida.
En Para Ti ya contamos otras historias de maternidad diversa y de reproducción asistida, que muestran que no existe una única forma de formar familia, sino muchas maneras de construirla desde el deseo, el cuidado y los vínculos.
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