Para llorar... Enrique Sacco relata cómo vivió aquel trágico día en el que murió Débora Pérez Volpin: es parte del libro que acaba de publicar - Revista Para Ti
 

Para llorar... Enrique Sacco relata cómo vivió aquel trágico día en el que murió Débora Pérez Volpin: es parte del libro que acaba de publicar

En "La vida te compensa" (Planeta), el libro que acaba de publicar Sacco, habla de sus sentimientos y emociones que vivió con la muerte de quien era su pareja, Débora Pérez Volpin, quien fue víctima de mala praxis. Y también da testimonio de la esperanza, de cómo logró rehacer su vida tras la pérdida, junto a María Eugenia Vidal. Acá, transcribimos el capítulo más crudo y el más conmovedor. 
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Es difícil pensar y escribir acerca de ese 6 de febrero de 2018. Es volver a vivir uno de
los momentos más duros de mi vida. Más de tres años después pareciera que fue ayer. Aún
hoy se me hace imposible entender su partida. Está claro qué fue lo que pasó, pero no hay explicación de por qué le tuvo que pasar a ella.


Débora era una persona sana, que cuidaba su salud, con una vida muy activa. Pero, por sobre
todas las cosas, era de buena madera y con valores. Vivía sus 50 años recién cumplidos con una plenitud absoluta. Dicen que las pérdidas te marcan y te cambian. Es así. Para mí, su muerte fue un antes y un después. Muchas veces hablo de ella en presente porque está y estará permanentemente en mi recuerdo. Porque, de alguna forma, sigue en todos los que la amamos.

Sacco junto a la imagen del libro que acaba de publicar.


Contar lo que ocurrió también es parte del duelo. Todo empezó en febrero. El fin de semana
previo a ese martes 6, precisamente el sábado por la tarde, Débora sintió unas molestias estomacales y decidimos llamar a emergencias. Los doctores que vinieron le dieron una inyección
y el dolor paró enseguida. Se sentía tan bien que el domingo estuvimos nadando y por
la noche salimos a cenar. Esos días pudimos descansar, disfrutar y también recargar pilas
para la semana entrante. Los dos teníamos muchos compromisos laborales y ella, además,
tenía programado hacerse algunos estudios de rutina, como todos los años.

El lunes tenía turno con su ginecóloga. Pero ese día volvió a tener unas molestias similares a las que había sentido hacía unos días, así que decidió acudir a la guardia de La Trinidad de Palermo para atenderse. La acompañó Agustín, su hijo. La atendieron y le calmaron los dolores. Estaba bien. Pero como los profesionales no le encontraron ningún diagnóstico y el miércoles 7 tenía programada una endoscopía en otro lugar (GEDYT), le propusieron que se quedara a dormir allí
para seguir evaluándola al día siguiente.

Débora y Sacco: tiempos felices. Foto: IG

Le dijeron también de hacerse esa endoscopía programada como parte de sus chequeos. Fui a buscarla, tal como habíamos quedado. Ya se sentía bien, hasta hizo algunas llamadas laborales con su secretaria Melisa. Pero se quedó en el sanatorio, como le habían sugerido. Y yo me quedé con ella.

La charla que tuvimos fue nuestra despedida. Aunque no lo sabíamos. Recuerdo que tuvimos un diálogo hermoso en el que hicimos una retrospectiva de nuestra vida juntos. Fue de esas charlas
hermosas en las que dos personas expresan su amor mutuamente. Cuando ella se expresaba
sentimentalmente, lo hacía con el corazón y con una mirada en la que siempre le brillaban
los ojos. Me dijo cosas muy lindas y yo a ella. Hubo un momento muy divertido también
porque simuló un baile de salón y sonrió… Ese era el estado de Débora en el sanatorio.

Tengo grabado perfectamente esa sonrisa y esa mirada brillante que tuvo cuando me dijo que
me amaba. Jamás, ni en el momento más pesimista, pensé que podría llegar a pasar lo que
ocurrió horas después.

Débora junto a sus hijos: Agustín y Luna. Sacco mantiene una excelente relación con ellos. Los considera familia. Foto: IG


"No te quedes acá. Andá a casa a descansar y venime a buscar mañana a la tarde cuando
terminen de hacerme los estudios", fue lo que me dijo. Era un control más, realmente. El martes por la mañana pasé igual y allí me encontré a Martita, porque es una mamá tan presente que quiso estar. Cuando nos pusimos a charlar, llegó la médica y nos contó los estudios que tenía previstos y anticipó que le harían una endoscopía por la tarde. Por ese motivo, llamé a la otra institución para cancelar el estudio que tenía agendado.

Los dolores, para ese entonces, no habían vuelto a aparecer. Aparentemente tenía cálculos, las famosas piedras, que ella había despedido el día anterior. Por eso se sentía muy bien. Cuando me fui del sanatorio, me mandó un mensaje por WhatsApp para avisarme que todo estaba bien y que, para terminar de despejar dudas, finalmente le iban a hacer la endoscopía a las 17 horas.

"Vení a buscarme cuando termine", me dijo muy tranquila. Yo estaba trabajando, pero calculé perfectamente los tiempos para llegar y pasarla a buscar a las 6 de la tarde. Esa noche nosotros íbamos a salir a cenar y Luna y Agustín, sus hijos, se iban de viaje con su papá. Por eso, los chicos quisieron ir a darle un beso a su mamá y despedirse antes de viajar.


Se hizo la hora en la que tenía que salir para el sanatorio y mientras estaba manejando a la
altura del Hotel Sheraton, en Retiro, me llamó Agustín para avisarme que una médica quería
hablar conmigo. "Se complicó", me dijo la doctora. Era la misma que había estado hablando
con nosotros a la mañana. "¿Cómo que se complicó?", le pregunté. "Sí, estamos haciendo lo
posible. Estamos haciendo las tareas correspondientes", me respondió sin dar precisiones.


Ese llamado me hizo acordar a cuando tenía 17 años y me avisaron que mi papá no
estaba bien. Quedé impactado. Una mezcla muy grande de tensión y angustia. Me costaba creer lo que me estaban diciendo, lo único que quería en ese momento era llegar y saber
qué estaba pasando. Se me cruzaron miles de cosas por la cabeza en cuestión de segundos. Mientras manejaba, las piernas me temblaban.


Cuando llegué, dejé el auto como pude en la cochera que está frente al sanatorio e ingresé por la puerta de atrás. Adentro estaba Martita con los chicos y Solange, "Soli", la hermana de Débora, quienes me avisaron que los médicos me estaban esperando en terapia. Soli me quiso acompañar y, después de esperar unos minutos, ahí nos dijeron: "Falleció". En ese instante Soli tuvo una crisis y la anestesista la tuvo que reanimar y calmar. Los médicos hablaban, pero no entendíamos nada de lo que decían. Tampoco nos dieron una explicación.


Cuando salí de esa oficina, vi que los chicos y Martita estaban en un pasillo contiguo, y me
acerqué. No pude decirles lo que había ocurrido… No pude. Solo los abracé. A Martita también
la internaron porque se descompensó, la tuvo que atender el director médico. Estaba
con mucha angustia y con una crisis de llanto. Había estado hablando con su hija lo más bien
y, unos minutos después, se enteraba de que había muerto. ¿Cómo no íbamos a estar así?


Lo único que le pude decir al director mientras abrazaba a los chicos fue: "¿No hay explicación?
Nos van a tener que dar una explicación, la van a tener que dar". No hubo tiempo de bronca ni de nada porque todo impactó muy rápido. Para peor, cuando salí a ese pasillo, la noticia de lo que había ocurrido ya era pública y el teléfono me explotaba. Yo no les había avisado a mis amigos íntimos ni a familiares, sin embargo, afuera todos sabían lo que había pasado. La noticia salió
del sanatorio.


En ese momento recuerdo que pensé en cómo le iba a avisar a mi mamá, que estaba en
Bolívar. Lo único que atiné a hacer fue llamar a Patricia, la hija de una amiga de ella, y le
pedí que por favor fuera a su casa. No le dije por qué, pero le pedí que por favor me avisara
cuando llegara. Fue durísimo. Era tremendo que se enterara de algo así. Es una persona
mayor y yo necesitaba que alguien estuviera acompañándola.

Me acuerdo también de que hablé con Martín Lousteau, que me llamó. El primero al que apelé fue a Alejandro, el hermano mayor de Débora, y a Ile, su señora, que es médica. Y hablé con Marisa (también médica), María y Fabiana, íntimas amigas de Débora, y con el doctor Enrique Prada, que es mi amigo. Les pedí que vinieran a la clínica. Fue lo que pude hacer dentro de la lucidez de ese
momento.


Cuando ellos llegaron hubo dos reuniones con los médicos de la clínica. Ambas ocurrieron
ese mismo 6 de febrero, con una diferencia de dos horas entre una y la otra. De nuestra
parte había tres médicos, Alejandro y yo; de la otra, el director médico de la clínica Roberto
Martingano, el endoscopista Diego Bialolenkier, la anestesista Nélida Puente y el jefe de
terapia. Este último dijo que no había estado cuando ocurrieron los hechos. Rápidamente
llegó también un responsable de la Asociación de Anestesia, Analgesia y Reanimación de Buenos
Aires para hacer un informe, y nos dimos cuenta de que en realidad era un abogado… Ya
estaban preparándose para todo lo que vendría.


Nosotros, en tanto, no entendíamos nada. En primera instancia, en esa reunión, el endoscopista
nos dijo que él había entrado con el endoscopio durante 5 minutos y que había salido inmediatamente porque la anestesista le había dicho que saliera. Puente también contó los hechos, pero desde su lugar… Muy nerviosa y angustiada. Se le hicieron varias preguntas para saber qué había ocurrido. "No podemos saberlo. Esto pasó en 5 minutos. Le dije que saliera", dijo, y también contó que antes de que comenzaran el estudio ella había bromeado con Débora.

Estaba todo el mundo muy nervioso y nosotros no encontramos explicaciones. Yo escuchaba, preguntaba y dejaba lugar a que preguntaran los médicos, porque algunas cuestiones no las entendía y necesitaba que me las explicaran. Ile, la esposa de Alejandro, fue muy incisiva
con sus preguntas. La conclusión de esas dos charlas fue la incertidumbre: no sabían lo que
había pasado… O eso decían. La respuesta a la que llegamos era que la única alternativa para
conocer la verdad era hacer una autopsia. Según Alejandro, ellos me ofrecieron hacerla ahí
mismo, pero no lo recuerdo.


Las reuniones fueron largas y ocurrieron en el segundo piso de terapia, donde todavía estaba el cuerpo de Débora. Nos preguntaron si queríamos ir a ver a Débora, pero los chicos no
quisieron y yo me quedé con ellos. Alejandro, fue. Cuando volvió, le dije que no sabía qué
hacer, si ir a verla o no. "No vayas", me dijo. Me contó que su cuerpo había sufrido consecuencias
producto del exceso de aire y de las maniobras de reanimación. Por eso quise quedarme con la imagen de Débora en vida.


No había manera de entender que una persona sana, vital y joven pasara de una vida normal
a eso. La probabilidad de que algo ocurra en este tipo de estudios es del 0,003%. Pero,
además de ser un índice muy bajo, si hay un problema siempre se puede revertir. A Débora
la podrían haber salvado, pero hubo una perforación y ninguno de los dos profesionales
que la estaban atendiendo se dio cuenta. Después supimos que todo duró 5 minutos.

Aclaración: Este es uno de los capítulos del libro "La vida te compensa" de Enrique Sacco (Planeta).

Más información en parati.com.ar

   

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