“Mi hijo no sale de su habitación. Pasa horas frente a la computadora, apenas me habla, y cuando lo hace, es para pedirme que le deje la comida en la puerta”. Esta escena, que hace algunos años podía parecer preocupante pero esporádica, hoy se vuelve cada vez más frecuente. No hablamos de pereza, depresión, ni de simple rebeldía adolescente. Lo que aparece es algo más profundo: un modo de vivir (o de resistir a la vida tal como está planteada).
Las redes, publican información sobre las “personas ratas”: jóvenes que eligen el encierro, que habitan el mundo desde una pantalla, que desaparecen del mapa familiar y social, pero no dejan de existir —sólo que lo hacen encerrados.
En este caso se dan dos condiciones fundamentales: el encierro como factor determinante, el cual a la vez, conduce a una hiperconectividad en redes, por lo tanto continúan existiendo, pero escondidos, aislados.
Cada época, inventa sus formas de nombrar el malestar, sin embargo, es importante entender que no siempre que hay un malestar, se trata de algo patológico, sino más bien de un síntoma, y éste, siempre significa y representa algo, tiene un sentido, aunque no sea evidente.
¿Cuál es la razón?
Vivimos en una época de hiperconexión, pero también de soledad profunda, sobreexigencia y falta de deseo.
El encierro protege, de alguna manera, de los vaivenes de la vida moderna, de las inseguridades y los temores de no ser suficiente, de no llegar a ser tan exitoso como requiere el sistema.
Estas personas muchas veces, han sido expulsadas de un mundo exigente, demandante, invasivo y hasta a veces indiferente.
¿Es culpa de las redes y las post pandemia?
Las redes son un gran facilitador para el encierro, así como también para la demanda del éxito, sin embargo, somos nosotros quienes las usamos, nosotros quienes nos mostramos perfectos, siempre felices e incluso hasta completos, la cuestión exitista crece hace cientos de años y ahora, las redes nos permiten mostrarnos de una manera alejada de la realidad y mucho más cercana a nuestro ideal.
Por otro lado, al igual que las redes, la pandemia profundizó nuestros lazos con la tecnología y nos sugiere que estamos mejor aislados. De alguna manera, colaboró con el debilitamiento de los vínculos y el mal uso o abuso de las redes.
¿Qué podemos hacer?
En primer lugar, entender que se trata de un síntoma, por lo tanto, hay algo que esa persona nos puede decir de lo que le está pasando. Algo la dejó encerrada y si logramos establecer un vínculo de confianza quizás logremos que lo diga.
En el decir, siempre hay un gran alivio.
Luego, es fundamental comprender que no va a ser superado de un día para el otro, y que la exigencia puede ser muy contraproducente, no olvidemos que quizás fue la razón.
Si la persona no está lista para hacer terapia, siempre es bueno que los integrantes de la familia pidan ayuda, ya que es una situación que angustia a todos los que conviven.
Podemos generar espacios para hablar, para compartir, sin la exigencia del rendimiento y lo “normal”.
Como sociedad, es importante y hasta urgente repensar nuestra lógica del éxito absoluto y nuestras formas de vincularnos. Comenzar a abrir espacios donde circule y aparezca algo del deseo y no del logro alcanzado.
No se trata de sacar a alguien de su cueva, sino de preguntarnos por qué tantos jóvenes eligen esconderse y de aprender a estar ahí, disponibles, para cuando alguno de ellos, decida asomarse.
Fuente: Jacqueline Orellana Rosenberg. Psicóloga y psicoanalista
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