Hay vestidos que marcan momentos, y hay historias que tejen destinos. La de León Varela es una de esas que se borda con amor, rebeldía y mucha pasión. Hijo de una pionera del mundo corporativo y de un estratega político de pura cepa, creció entre reuniones importantes, campañas electorales y marcas de supermercado. Pero su universo interior era otro: uno de telas, brillos, fiestas familiares y revistas de moda que intervenía con crayones.
León supo desde chico que lo suyo no era el Excel ni el atril del Senado. Lo suyo era el tul, el bordado, la intuición de saber qué necesita cada mujer para sentirse única en su día especial. Hoy, después de muchos giros y desafíos, encontró en la alta costura su lugar en el mundo. No es sólo el hermano de la reconocida periodista Paula Varela. Es, ante todo, un artista de la aguja y el hilo, un arquitecto de texturas que encuentra su felicidad vistiendo a mujeres para sus momentos más especiales.
Y nos invita a conocer ese viaje —con humor, emoción y una buena dosis de autenticidad— en esta charla íntima para Para Ti, en donde se revela no sólo como diseñador, sino también como un soñador que decidió seguir su corazón, a pesar de todo.

El detrás de escena de León Varela: la historia del diseñador que casi no fue
- ¿Cuándo sentiste ese primer chispazo que te decía que la moda era lo tuyo, incluso antes de saberlo? ¿Ese momento que te transportaba a un universo de brillo y fantasía?
- ¡Uf, desde siempre! Desde muy chiquito. Te digo, tenía seis años y ya le decía a las novias de mis tíos cómo tenían que vestirse para los casamientos de la familia. Les indicaba qué collar usar, cómo ponerse los pañuelos o los cales. Mi familia es muy grande y siempre hubo muchas fiestas y eventos. Me la pasaba viendo vestidos, eventos, brillo y bordados desde que nací.

Mis abuelos tenían casas muy grandes cuando éramos chicos. En el cuarto donde dormíamos, mi abuela guardaba todos sus vestidos de fiesta en muchos placares y me escondía adentro. Para mí era una fiesta, estaba siempre de cumpleaños. También, dibujaba arriba de revistas, como Para Ti, y les hacía otros vestidos a las modelos. Rediseñaba la ropa que tenían puesta.
- ¿Siempre fue un camino fácil? ¿Tu familia acompañó desde el principio esa pasión por el diseño?
- A pesar de todo eso, en mi casa nunca quisieron que estudie diseño.
- ¿Y qué querían que hicieras? ¿Qué veían para vos en ese momento?
- Querían que estudiara abogacía. Sí, que me dedicara a la abogacía política o a finanzas, economía. Claramente, eso no sucedió.

- Entonces, ¿cómo diste el salto? ¿Cómo lograste seguir tu corazón sin ir al choque con esas expectativas?
- Empecé a pensar qué era lo que podía dejar contentos un poco a los dos lados, sin hacer tanto ruido. Dije: "Bueno, relaciones públicas". Ellos pensaron que era corporativo, que era sociable, simpático, que me podía ir bien. Me dieron el OK. Me inscribí en la universidad, conseguí el débito automático y una vez que tuve el primer cuatrimestre, fui y me cambié a diseño. Mis viejos nunca se enteraron hasta el primer año. Hice un cuatrimestre de relaciones públicas, que era como el primer año común en ese momento. No perdí mucho. El segundo cuatrimestre ya empecé diseño.
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- ¿Y cómo reaccionaron cuando finalmente se enteraron de tu cambio de planes?
- Se enteraron porque un día estaba en el living de casa con 13 metros de gabardina blanca extendidos, haciendo un prototipo. Mi viejo llegó, pasó, miró y me dijo: "¿Ésto estudiás en esa universidad?" y siguió caminando. Mi mamá lo agarró, ella siempre se entera de todo sin que yo sepa, y le dijo: "Vení que te explico algo". Ella ya se había enterado por gente que conocía en la universidad que le habían contado, pero nunca me había dicho nada.
Después fluyó. No fui al choque. Permitieron y pagaron. No me gusta la palabra permitir, pero aceptaron y pagaron. Aunque, al fin y al cabo, no tenían nada que aceptar porque yo era mayor de edad. Pero uno, en una relación familiar, quiere que todo sea ameno. Después, con los años, empezaron a coparse, les empezó a gustar. Vieron mi perfil, vieron que trabajé siempre mucho.

- Hablando de trabajar, empezaste muy joven...
- Sí, antes de terminar el primer año de universidad, creo que al octavo mes, ya estaba trabajando. En un estudio de imagen que hacía campañas y publicidades para marcas. Hacía la dirección de arte. Tenía un arreglo de diez trabajos al año. Eso era todo porque mi prioridad era la universidad.
- El contexto económico del país siempre influye, ¿cómo te afectó en esos primeros años en la industria?
- Sí, hubo un momento económico, como siempre pasa en la Argentina. Esto debe haber sido por el comienzo de los 2000, cuando estaba en la facultad. Las marcas tuvieron que achicar el fee mensual que pagaban a los estudios de imagen. Me empezaban a llamar directamente a mí por fuera porque no querían pagarle al estudio, pero sí a mí por el trabajo directo. El estudio también estaba mal y ya no tenía trabajo para darme. El dueño me dijo que no iba a poder seguir dándome trabajo. Le dije: "Todo bien". A la semana me empezaron a llamar las marcas.
Fue un desafío que se convirtió en una oportunidad de crecimiento y tuve mucha suerte, la verdad, profesionalmente. Siempre me fueron llamando para hacer cosas.

Ahora te vemos inmerso en el mundo de la alta costura. ¿Era ese tu sueño desde siempre, tener un atelier?
- No. Siempre hice industria, masivo, corte de 3.500 jeans, camisería, importación, venta mayorista. Me encantaba, pero era un quilombo. Más fábrica, empresa. Yo decía que nunca iba a hacer esto. Después de hacer todo lo otro, tuve una marca propia de hombre, pero me estafaron. Son cosas que pasan en la Argentina. Y después, me llamó una amiga, que quería armar un proyecto de sastrería.
En ese momento, todavía no tenía ganas de volver a trabajar, había estado un año y pico sabático. Pero, hicimos la marca, la ayudé un montón y llegó un momento en que yo ya no tenía más nada que hacer, por lo que me abrí y me puse hacer esto, que estoy ya desde 2013.
- ¿Y cómo te sentís hoy, después de 10 años en este atelier?
- Jamás me habría imaginado que iba a tener un atelier, pero me va bárbaro. Estoy contento. La vida me llevó por distintos aspectos del diseño y la creatividad. Hice de todo: producción, eventos, escaparates, desfiles, locales. Pasé por todas las áreas y todas me encantan, las volvería a hacer. Ahora, estoy en esta que me encanta, estoy chocho. Descubrí algo que me hace muy feliz. No siento que trabaje.

- Tu hermana, Paula Varela, es una cara muy conocida en la televisión. ¿Cómo vivieron ustedes, como familia, ese boom? ¿Y cómo se cruzan hoy sus caminos creativos?
- Con mi hermana fue distinto. Siempre fue la nena, la que siempre hacía todo bien. A ella se le permitía ser periodista, aunque con muchos mandatos: "¿Querés ser periodista? Vas a ir a estudiar la carrera en la UBA, que es la mejor". Lo que a mí me dieron, a ella no. A mí me pagaron todo y a ella le dijeron: "Si querés ser periodista, vas a ir a la UBA porque es la mejor".
Cuando dijo también que le gustaba la locución, le dijeron : "Hacés el curso de ingreso al ISER, que es el mejor, y cuando entres, ¡recibite!". Se preparó, la bocharon como tres veces hasta que entró y lo logró. Después tuvo trabajos, como en una radio parroquial que le consiguió mi mamá. Era un embole, pero ella estaba chocha. Después, empezó con castings y se abrió su camino.

- Pero hoy trabajan, de alguna manera, juntos...
- Es a la única que le hago vestidos. La conozco perfectamente. Le conozco el cuerpo. Yo voy pensando qué hacerle y a veces le digo: "Che, ¿podés venir que así ya vamos pensando algo porque algo vas a tener en el año?". No viene nunca porque siempre está ocupada. Pero yo igual a veces voy pensando. Y si no, trato de resolverle algo que sé que le va a quedar bien y que lo podemos hacer rápido. Es a la única famosa que visto.
Con mi hermana tenemos una conversación diaria de qué se pone para ir al programa. No le digo "ponete esto", porque ya sabe más o menos. Pero, cuando tiene eventos o cosas, es diario. A mí me divierte. Es mi feedback constante con ella. Con mi mamá es lo mismo. Cada vez que tiene una reunión me llama o me manda 45 fotos.

- Sentís que, haciendo esto que tanto disfrutás, tenés un techo? ¿O hay nuevos sueños o proyectos que te gustaría concretar en el futuro?
- Quiero seguir haciendo esto, que me encanta. No tengo un techo, pero así estoy bien. Me encantaría quizás, en algún momento, tener más espacio para hacer una colección y alguna presentación. No solo por los metros cuadrados, sino espacio productivo. Cuando tenés muchas clientas, no voy a decirle a mis modistas que dejen de hacerle el vestido a una clienta para armar una colección, que después no sabés si la vendés o queda en la oficina.
Pero en realidad, no disfruto de vender perchero, más bien me encanta que vengan a charlar, conocer a la clienta, entender por dónde quiere ir, cuál va a ser el evento. Estoy muy metido en un montón de cosas. Amo el laburo que encontré.
Fotos: Chris Beliera.
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