En esta nueva entrega de Las elegidas, Tamara Vinitzky abre la puerta a una historia de decisiones profundas, quiebres personales y convicciones fuertes. Después de 25 años de carrera ascendente en una misma corporación y de un giro profesional que la llevó a un universo que siempre había dicho que evitaría —el bancario—, hoy es directora ejecutiva de Banco Comafi y lidera el programa Mujeres Únicas.
La encuentra feliz este presente: cada mañana, cuando el ascensor se abre en el piso 25 de una de las torres más icónicas de Puerto Madero, frente a salas bautizadas Beatles, Rolling Stones o Pink Floyd, dice que siente que eligió bien.

Su recorrido abarca la elección de su carrera, el rol de sus padres, la maternidad como punto de inflexión y el momento en que decidió cambiar de rumbo. En esta charla íntima, Tamara repasa los aprendizajes que la trajeron hasta acá: un liderazgo sin maquillaje, la importancia de rodearse de gente mejor y la convicción de que transformar también es animarse a transformarse.

El momento en que entendió que su carrera necesitaba un giro
-Si retrocedemos algunos años, ¿cuándo creíste que diste ese paso fundamental para estar hoy acá profesionalmente?
-Tengo que pensar. Te digo distintas cosas. Vengo de 25 años en una misma compañía, desde junior hasta socia y miembro del comité ejecutivo. Una carrera muy buena, con experiencias hermosas y un crecimiento exponencial en todo sentido.
En un momento sentí que ya no era el lugar para mí. Tenía 47 años. En realidad lo sentí un poco antes, pero después de tantos años en un mismo lugar, lleva tiempo procesarlo. Con el tiempo me di cuenta de que me había llevado más del que pensaba; empecé a pensarlo bastante antes de lo que registré.
Estaba en carrera para ser CEO en la compañía en la que estaba. Entonces apareció una disyuntiva interna, diría que cuatro años antes de irme: cuál era el costo que estaba dispuesta a pagar para llegar a ese rol. Y cuando digo costo me refiero a algo que pasa en muchas corporaciones: la movida política, las tomas de decisiones, los estilos de liderazgo. En ese momento era la única mujer en el comité ejecutivo, la más joven de ese ámbito.
Hablando con una directiva que integra varios boards —una mujer formada en Harvard, a quien admiro mucho—, volvíamos de un evento. Paradas en la puerta de su casa, me dijo: “¿Estás dispuesta a pagar el costo emocional que requiere llegar? Las cosas que tenés que ceder, a las que tenés que adaptarte, si coincidís o no con la visión política… Porque la emoción de llegar dura cinco meses”.
Ese “llegar te dura cinco meses” era algo en lo que nunca había pensado. Esa emocionalidad dura eso. Después tenés que vivir el rol. Y ahí aparece la pregunta importante: ¿es donde querés estar?
Eso me llevó mucho tiempo: pensar, mirar, vivir. Y también, claro, dependía de que me eligieran.
Ahí me di cuenta de que lo que me motivaba no era ser CEO. De hecho, hoy estoy en una compañía donde el CEO es el dueño, así que claramente vine sabiendo que no iba a ocupar ese rol. Me di cuenta de que lo que me movilizaba era no el rol en sí, sino qué podía lograr desde ese rol.
Entendí que mi deseo de ser CEO tenía que ver con liderar la transformación de la compañía en la que estaba.
Cuando llegó la propuesta de venir a Comafi, era: estamos cumpliendo 40 años, el presidente es el fundador y el hijo es el CEO. Venía a construir al lado del CEO los próximos 40 años con una mirada distinta.

No venía del sector. Soy la que se sienta en la mesa y tiene una conversación, un vocabulario y una mirada completamente distinta. Eso está muy alineado con lo que pienso: que la diversidad en una mesa de decisiones es clave, en el sentido más amplio. Vine a sumar esa diversidad de visión, esa forma de hablar desde el lado del cliente —porque podría ser cliente—, no desde alguien que se crió en un banco.
Soy contadora y siempre dije que no iba a trabajar en un banco. Tuve varias ofertas y nunca las acepté. Lo que me atrajo de esta fue que venía a acompañar la transformación. Me atrajo que me dijeran “te queremos a vos; después vemos el rol”. Esa valoración de lo que tenía para aportar era muy importante para mí.
También vine a liderar un proyecto llamado Mujeres Únicas, muy alineado con lo que vengo haciendo hace diez años con Women Corporate Directors. Así que encajaba perfecto.
Yendo a la pregunta: ¿Qué me hizo estar acá hoy? Creo que crecer, darme cuenta de que no importa el rol, sino estar haciendo lo que me gusta. Generar impacto, tener un espacio para liderar un equipo que quiera lo mismo. Ser parte de un equipo de liderazgo que valore una visión distinta y que quiera que la innovación y la transformación no sean solo un discurso corporativo, sino algo real.

Cómo eligió su profesión y descubrió su gusto por “vender” desde chica
-Cuando eras más chica y pensabas qué querías hacer de tu vida ¿qué te imaginabas, qué deseabas?
- Mi papá era comerciante, mi mamá maestra, pero dejó cuando quedó embarazada de mí porque tuvo que hacer muchos meses de reposo. Después fue comerciante también. Yo salía del colegio y me iba al negocio con mi mamá.
-¿Qué vendían?
-Ropa. Me acuerdo perfecto del negocio y recuerdo que para Navidad me ponían en la puerta con canastos de saldos con mi primo. Yo competía a ver quién lo vaciaba primero ¡Me encantaba vender! Lo mismo que me gusta ahora. Es una pasión que, evidentemente, tuve siempre, aunque la reconocí de más grande, te diría cerca de los 40.
Cuando estaba pensando qué estudiar, siempre me gustaron los números. Iba a estudiar licenciatura en Matemática, pero pensé: “Algo que tenga números, pero con lo que pueda vivir bien”.
Porque en mi casa hubo épocas de vivir muy bien y otras muy mal, económicamente hablando. Entonces sabía que no quería repetir eso. Siempre decía que tenía que tener un trabajo que, por lo menos, me alcanzara para pagar a alguien que me ayudara en mi casa: no quería tener que hacer las tareas domésticas ¡No me gustan para nada! Aunque sí me gusta que esté todo limpio y ordenado.
Decidí ser contadora pensando en eso: tenía que alcanzar para vivir bien. No sabía exactamente qué era “vivir bien”, pero sí sabía que no quería hacer las cosas de la casa. Ni siquiera pensaba en tener hijos.

-Aparte habrás visto a tu mamá siempre ocupada…
-Mi mamá trabajaba de 8 a 20, y en los momentos en los que no estábamos bien, en mi casa no había nadie que ayudara. Y mi papá… creo que ayuda más ahora que en esa época. No tengo recuerdo de mi mamá sin estar en movimiento. Después dejó de trabajar, tras momentos de mucha crisis económica en mi casa, cuando tuvo que ponerse la casa al hombro. Cuando a mi papá volvió a irle un poco mejor, dijo: “Me tomo un año sabático”. Hoy lo veo y creo que fue un año sabático más emocional que otra cosa. No volvió nunca más a trabajar y tenía 38 años. Después siguió encargándose de su casa.
Su ingreso al mundo corporativo y la veta emprendedora que apareció en el camino
-Cuando me estabas contando lo de tus papás, pensaba cuánto te habrán marcado en tu vida y en tu carrera...
-Muchísimo. ¿Querés que te cuente cuántos años de terapia? (risas) Un montón, por varios motivos.
Mi papá tenía esta cosa de caer y levantarse, y también vi actitudes de sus padres y de su hermano que no me gustaron en cómo se comportaron con él y con nosotros. Creo que eso me dio la energía de querer ir siempre para adelante, de no dejar que pasen por encima.
Mi mamá dejó de trabajar. Cuando fui mamá quise dejar de trabajar y ella me empujó, me motivó y me acompañó para que no lo hiciera, ofreciéndose a ayudarme. Aunque ella haya dejado de trabajar, para mí es una guerrera: perdió a su mamá a los 15, empezó a trabajar a los 16, mi papá se fundió y ella tomó la posta familiar a nivel económico y emocional. Iba caminando cuadras por 10 centavos de diferencia, porque en casa no había.
Todo eso hizo que, trabajara o no, yo la viera como una mujer que siempre va para adelante. Y siento que tengo parte de esa fuerza. También de grande entendí que no tiene que ver con si trabajó o no, sino con cómo enfrentó las adversidades.
Al mismo tiempo, ver lo que no me gustó que mi papá sufrió me impactó para que, en lo laboral, fuera lo opuesto. Profesionalmente soy lo contrario a él, aunque en sensibilidad y en muchas cosas de mi forma de ser soy muy parecida.

-¿Por ejemplo?
-Tiene que ver con cómo encarar las cosas. Si tengo una meta, voy y la encaro. Si alguien quiere pasarme por encima, probablemente lo enfrente. No me dejo. Y vi que a mi papá a quien sí le pasaba. Creo que eso formó parte de mi personalidad.
Siempre hablamos de lo que cuesta plantarse como mujeres. Creo que ver que a mi papá le costaba plantarse me ayudó a forjar esa parte de mí. El síndrome del impostor no va mucho conmigo. Alguna vez me habrá pasado, como a todas, pero en general no.
Cuando empecé a pensar mi salida laboral, tuve momentos difíciles. Seguramente ahí apareció algo de eso. Y también reconozco que la política corporativa hoy no la elijo, aunque antes sí.

Vida familiar, maternidad y el equilibrio posible
-¿Cómo fue el paso de egresar de la facultad al mundo corporativo?
-Siempre fui de ponerme metas. Mientras cursaba la carrera sentía la necesidad de trabajar para sostenerme económicamente. Busqué trabajo por el diario y me llamaron de KPMG. Acepté ir al examen como desafío personal: quería ver si lo aprobaba. No quería trabajar en una “Big Four,” (N. De R: así se llama a las cuatro firmas de contabilidad y auditoría más grandes del mundo) quería ser mi propia jefa.
Aprobé, entré, y pensé: “Bueno, pruebo un tiempito y me voy”. Me quedé 25 años.
En 2016 me propusieron desarrollar Women Corporate Directors (WCD) y lanzar el capítulo argentino. Ahí afloró mi veta emprendedora. Fue como tener mi propio proyecto dentro de KPMG. Esa red me conectó con empresarias, empresarios y políticos desde otro lugar, no desde la venta de servicios. Creció muchísimo y me mostró lo emprendedora que soy.
Aprendí que no importa el tamaño de la marca, importa cómo liderás. La marca más chica (WCD) llegó a darle visibilidad a la más fuerte (KPMG). Creamos una red increíble que impulsó a muchas mujeres, acercó oportunidades de directorio, generó espacios en medios y visibilidad.
Me encanta vender, generar conexiones. Para mí vender es conectar: productos, servicios o personas. Disfruto generar vínculos que sirvan a otros.
Cuando decidí cambiar de trabajo, mis contactos fueron clave. Me llamaron de Comafi por cómo me conocieron en WCD. Tenían un proyecto para mujeres en finanzas, para acompañarlas en educación financiera y en independencia económica. Otras ofertas también llegaron por ese camino. Quise tomarme un año sabático, pero entre entrevistas y decisiones empecé a trabajar de nuevo a los pocos meses.
Las redes terminaron siendo un círculo virtuoso: yo apoyé durante años, y cuando cambié de rumbo, me sostuvieron. Lo cuento porque siempre se dice que las mujeres no nos ayudamos, y es falso. Nos apoyamos igual que los hombres.

-Y en lo personal, ¿cómo construiste tu carrera y tu vida familiar con tus hijos?
- Hasta conocer al papá de mis hijos era muy workaholic. Cuando lo conocí empecé a equilibrar vida personal y laboral. Y cuando fui mamá tuve un cambio mental fuerte.
Pasé de ser una persona que iba para adelante, que podía con todo -o al menos así lo percibían los demás- a sentir que no podía. El primer pañal se lo cambió el papá. No sabía cómo darle la teta. Todo era “no sé”, “no puedo”. Me costó muchísimo. Pensaba: “¿Cómo voy a hacer?”.
Me tomé siete meses de licencia y cuando llegó el momento de volver al trabajo dije: “No quiero”. Fue mi mamá quien me dijo: “No dejes. Yo te ayudo, pero no dejes”. Me acuerdo de la primera vuelta a la manzana para dejarlo: a la media cuadra la llamé llorando, diciéndole que no quería dejarlo. Me costó un montón.
Sigo siendo muy madre presente, muy “madre judía”, como decimos. Con mis hijos soy distinta, y estoy segura de que me hubiera arrepentido si dejaba de trabajar. Era el contraste: la que trabajaba 2000 horas ahora no quería saber nada. Mi mamá me ayudó muchísimo.
Mis hijos son bastante seguidos: primero nació el varón, luego la nena. Me di cuenta de lo importante que es lo que ellos ven.
Tengo dos anécdotas. Una: mi hija era chica, no recuerdo qué edad tenía, pero fue la primera vez que yo aparecía en La Nación, en un evento con José del Río. Cuando él preguntó “¿Quién es Tamara?” en la presentación, mi hija estaba mirando la tele. Después dijo: “Mi mamá…”. Siempre vieron una mamá trabajando, y creo que es un buen modelo para ella como hija y para él como hijo, como varón.
Con el tiempo me acomodé. Agradecí no haber dejado de trabajar. Tengo clarísimo que mis hijos son la prioridad número uno. No hay evento ni compromiso antes que ellos. Obviamente, muy pocas veces pude ir a buscarlos al colegio. En algunos momentos importantes de ellos no pude estar, y en momentos importantes del trabajo tampoco, porque tenía que ocuparme de ellos.
Aprendí a buscar equilibrio. Seguramente hubo momentos laborales a los que me hubiera gustado ir y me los perdí. Y también me hubiera encantado buscarlos más seguido del colegio, pero no pude. Fui entendiendo que no se puede todo al 100%. Soy perfeccionista y autoexigente, pero aprendí que hay que soltar.

Cómo vuelve a su eje y qué hace para descomprimir
-¿Qué hacés para descomprimir?
-Hice más de 20 años de terapia, con interrupciones. Hace un tiempo dejé porque quería buscar algo distinto: meditación, mindfulness… estoy en esa búsqueda, todavía no encontré.
Hace unos meses, con un grupo de mujeres con vidas bastante parecidas -algunas madres, otras no, todas ejecutivas- empezamos a jugar al pádel los fines de semana. Encontré ahí un espacio de movimiento físico, descarga y conexión con otras mujeres que están en la misma, y lo disfruto muchísimo.
En 2023 me quebré tibia y peroné y tuvieron que operarme. Fue un quiebre literal, justo el año en que me fui de mi trabajo anterior. Lo sentí así: demasiado literal. A partir de ahí empecé a hacer ejercicios de fuerza y musculación con una personal trainer. Veo el cambio y me hace muy bien. Tengo 49 y siento que es algo que todos debemos hacer pensando en el futuro.
También fui aprendiendo a intentar disfrutar más el momento. Me cuesta, porque soy muy de ir siempre hacia adelante. Por eso quiero encontrar algo como mindfulness, para vivir más el presente.
Disfruto mucho viajar con mis hijos. Y me gusta regalarles momentos también a mis viejos, que tal vez no tuvieron esas posibilidades. Mi papá siempre me dice “estás loca”, ya me acostumbré. Pero disfruto mucho poder darles a ellos experiencias lindas, y a mis hijos también, que viven una realidad distinta de la que tuve yo. Les enseño de dónde vengo, y también lo ven a través de mis viejos.
-¿Dónde creciste?
-Mis viejos son uruguayos. Yo soy argentina, nací en Capital.

Su mirada sobre el liderazgo y la importancia del equipo
Cuando se te presenta un frente caótico, ¿Tenés alguna receta para encontrar tu orden y enfocarte?
-Me hace muy bien caminar. Es un momento en el que vuelvo a mí y en el que me aparecen ideas. Y después sí, creo que me baja.
Me cuesta bajarlo en lo laboral. Soy ansiosa, vehemente, perseverante, insistente.
Aprendí a controlar las expresiones mucho más que antes. Igual, quienes me conocen dicen que se dan cuenta enseguida. Me cuesta no ser transparente. Me siento cómoda siendo transparente; no me sentiría cómoda si tuviera que no serlo, por eso no elijo lo político corporativo. Necesito ser yo.
¿Con qué foco armás tus equipos de trabajo?
-Me gusta trabajar con gente que en muchas cosas me supere. No tengo tema de egos, cero. No necesito tener la razón ni decir “esto lo hice yo”. Tener gente súper capaz y motivada en mi equipo es un porcentaje enorme de mi éxito.
Creo tener claro en qué soy buena y también cuáles son mis debilidades, tanto técnicas como soft. Sé que ser perseverante es buenísimo para lograr objetivos, pero también que hay un punto en el que deja de serlo y se vuelve en contra, porque de perseverante pasás a no soltar.
Obviamente no soy perfecta. Sé que me equivoco y que a veces… Ayer hablaba con mi jefe y me dijo: “Me interrumpís”. Y le dije: “Sí, lo sé”. Mi pareja me dice lo mismo. Es parte de mi ansiedad y sé que está mal. Me cuesta controlarlo. Pero, como dicen por ahí: “Si te gusta el durazno, bancate la pelusa”.

-¿Qué creés que es fundamental para liderar?
- Cuando ocupás un rol de liderazgo no se trata solo de resultados, sino de cómo liderás para que tu equipo crezca, trabaje con ganas y acompañe tus objetivos. Eso se logra con buen liderazgo. Es parte clave de mi trabajo. Cuando me fui de KPMG, la mayoría me dijo: “Llevame”. Eso habla de esa construcción. Algunos hoy están acá conmigo. No me iba a llevar a todos, claro. Pero para mí es clave.
- ¿Cuáles son las claves de n buen liderazgo?
-Rodearte de gente mejor que vos, tener la humildad de decir “me equivoqué”, incluso siendo el jefe. Alguien que puede decir “se hace así” porque también tiene la capacidad de, llegado el caso, decir “estuve mal” o “tu camino es mejor”.
Que quieran ser parte de mi equipo es tan importante como lograr los KPI del negocio. O más, porque es lo que permite lograrlos después.
Para mí es fundamental trabajar por objetivos. No miro horarios y trato de no molestar en sus tiempos libres. Pero si los llamo, es porque los necesito. Es un ida y vuelta. Esos acuerdos son importantes.
Trato de ser el líder que me hubiera gustado tener.
Fotos: Diego García @fotos_diego
Video y edición de video: Candela Casares @visual.knd
Producción: Lucila Subiza @lucilasubiza
Make up y pelo: Natalí Pomasoncco @natalipomasonccomkp para @sebastiancorreaestudio
Agradecimientos: esta nota se realizó en Madero Office
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