Historias de Cemento: Estancia San Alberto, la misteriosa residencia abandonada en el llano pampeano - Revista Para Ti
 

Historias de Cemento: Estancia San Alberto, la misteriosa residencia abandonada en el llano pampeano

En esta nueva edición los invito a conocer un palacio perdido en la desolada pampa. Con ustedes, la estancia San Alberto, una residencia olvidada.
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“La Pampa es un viejo mar donde navega el silencio.”

Juan Ricardo Nervi (1921-2004).

En tiempos de mezquindad, algunas almas fueron devoradas por la misma tierra que anhelaron conquistar. El territorio ganado se aseguraba creando fortines en centinela, como "El Chañar" en 1850. Este fortín, a cargo del comandante Charrá, estaba custodiado por 25 hombres que alertaban de posibles malones en una extensa zona de pradera. Las campañas militares habían otorgado seguridad y se podía pensar en su ocupación, entre tanto, se buscaban límites provinciales que conformaran nuestro país. En 1874 había chozas primitivas y algunas viviendas precarias que serían los primeros indicios de una “batalla ganada”. El surgimiento de colonias permitía asentar residentes que promovieran el desarrollo territorial de la zona norte de la región pampeana para evitar dejar el área despoblada e improductiva.

Entre la generación promotora de estas colonias y pueblos estaba la familia Alvear. Diego Federico de Alvear Sáenz de la Quintanilla (1825-1887) fue senador nacional y estanciero argentino destacándose como fundador de pueblos. Diego de Alvear perteneció a un grupo social que apoyaba el progreso, siendo parte de una elite dominante, promoviendo la creación de colonias para la producción agrícola ganadera. Los terratenientes de la segunda mitad del siglo XIX adquirían sus propiedades por compra o por concesión oficial. Las tierras de la familia Alvear estaban ubicadas en el Sur de Santa Fe, Norte de Buenos Aires, Sur de San Luis, Sur de Mendoza y Norte del Territorio Nacional de La Pampa, terrenos que serían valorizados por el ferrocarril.

Cuenta la historia que el Dr. Diego de Alvear compraría un terreno fiscal ubicado al sudoeste de la provincia de Santa Fe con la finalidad de promover en ellos una colonia agrícola productiva. Posteriormente a raíz del conflicto limítrofe entre Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, una Comisión de Límites Interprovinciales trazó en 1884 la línea divisoria entre las tres provincias y, como resultado, parte del terreno de Alvear quedó ubicado en la provincia de Buenos Aires y otra parte al sur de Santa Fe donde se crea la colonia “Teodelina”.

En 1873 se realizó el trazado del pueblo a cargo de Santiago Castelnuovo. La tarea quedó en manos de José Roberti, quien llegó acompañado por su esposa María Rosa Caruso y 150 hombres y mujeres, en su mayoría italianos y franceses que se instalaron en el trazado urbano ubicado junto a la Laguna del Chañar. La colonia de Teodelina se fundó finalmente en 1875 y es hoy uno de los pueblos más antiguos de la región. En 1902 el Ferrocarril Buenos Aires al Pacifico inauguro la estación ubicada a 7 km del pueblo.

La colonia agrícola que fundara Diego de Alvear recibió el nombre de su esposa, Teodelina Fernández Coronel de Alvear (1832-1909). Se la recuerda como una mujer destacada para la época, inteligente y generosa, con la capacidad de impulsar obras como las que donara al servicio social, el Colegio Parroquial de La Merced, La Casa de los Santos Ejercicios, El Asilo del Buen Pastor, El Asilo de Mendigos, La Sociedad de San Vicente de Paul de Villa Devoto, El Óbolo de San Pedro en el Socorro, El Congreso de Cooperadores Salesianos, El Patronato de la Infancia, El Hospital de Mar del Plata, Obras del Sanatorio de Nuestra Señora del Luján o La Sociedad San José de ayuda a las inundaciones de Santa Fe. Tras su muerte en 1909 en París, Teodelina había expresado la voluntad de que se levantase una escuela para los colonos de su tierra en el predio que poseía en Villa Diego.

Alrededor del año 1910 se comienza a construir el colegio al que luego se le anexa una hermosa capilla dedicada al “Sagrado Corazón de Jesús”. Obras fundacionales que gozan las generaciones gestadas por los primeros colonos de la zona.

En octubre de 1893, Ricardo Lézica y Pedro Christophersen, en nombre de sus esposas Teodelina Alvear de Lézica y Carmen Alvear de Christophersen, se presentaron al Gobierno de la Provincia de Buenos Aires solicitando la aprobación de una colonia, llamada "San Ricardo".

Las tierras de la Colonia San Ricardo, que hasta 1868 había sido zona límite de frontera, quedaron en la provincia de Buenos Aires. Un pueblo que tiene una estación de tren con otro nombre, Estación General Iriarte, del Ferrocarril San Martín (Ex Pacífico). La estación y vías fueron donadas al ferrocarril por los matrimonios Pedro Christophersen-Alvear y Léxica-Alvear, bautizadas finalmente con el nombre de General Iriarte, en conmemoración del centenario del guerrero de la independencia.

Las tierras donde se ubica la estancia San Alberto fueron heredadas por Josefina de Alvear en una localidad que hoy conocemos como Partido de General Pinto, al norte de la provincia de Buenos Aires.

La casa principal fue construida en la década de 1920 por Josefina Errazuriz Alvear y su marido Alberto Gómez de Tezanos Pinto. Desde ese momento la estancia adquiere su nombre actual.

#DatoCementero

En los planos originales de la Colonia San Ricardo, realizados por el agrimensor Octavio Talamón, la parte urbana del pueblo contemplaba espacios para las plazas, la municipalidad, la policía, la escuela y la iglesia. En los ángulos este y oeste, se reservaron dos terrenos para el hospital y el cementerio. El 17 de abril de 1894 se realizó la escritura de donación de dichos terrenos a favor del Fisco de la Provincia de Buenos Aires. Un mes después, la intendencia municipal de General Pinto tomó posesión en nombre del Estado de los tierras donadas para usos públicos.

En este contexto, donde “poblar y producir” eran la premisa, es que aparece en escena en medio de la anchura pampeana las palmeras que compiten en altura con una torre mirador que nos recuerda la necesidad de elevarse sobre un terreno recostado sobre el horizonte, infinito. La torreta tiene tres ventanas a cada uno de sus muros. Desde allí podemos observar la extensa llanura donde sobresalen eucaliptus y hasta una araucaria, sin dudas plantada por la familia.

Al frente, su arquitectura ostenta pretenciosamente un refinamiento de estilos que la vuelve ecléctica. Remite en parte a un estilo neocolonial que se funde al medieval, una maravillosa obra de arquitectura en su conjunto protegida por una virgen en un nicho.

Un casco con techo a cuatro aguas, de tejas rojas, luce de riqueza arquitectónica en las paredes exteriores, con ventanas de medio punto protegidas por rejas que la fortifican. Los muros cuentan con fino ornamento, presume detalles que no pasan desapercibidos. Incorpora rasgos neocoloniales y sus bancos están recubiertos con coloridas mayólicas. Afuera, una inmensa pileta de natación se encuentra respaldada por una línea de palmeras de ambos lados, con un trampolín de madera.

Adentro, la intromisión del ojo ajeno dejó ver un paisaje desolador, teñido por los colores de los vitrales convalecientes. Predomina el azul, amarillo y rojo en los vidrios de las ventanas y en los recubrimientos cerámicos de los bancos interiores, recordando el estilo andaluz. La chimenea presume el escudo familiar, con un águila en relieve. Bajo el polvo del piso de los pasillos en planta baja aparecen azulejos con un patrón geométrico que se contrapone a la madera del comedor y una cocina con sótano, seguramente para almacenamiento de alimentos. Por la escalera de madera se ingresa al primer piso donde las habitaciones se revelan ante la aparición de alguna lente entrometida a la luz de una linterna habida de secretos que ya no están.

A través de las imágenes aparecen detalles que parecen haberse pensado, nada quedó librado a su suerte, más que su destino.

Impalpable nostalgia adherida a la tierra, como plantada, esgrime punzantes ramas desatadas que apenas pueden con su sombra.

La estancia tiene un despliegue de historias por contar, pero no la juzgo, me quedo imparcial ante las desventuras que llevaron a abandonar una residencia de tal magnitud. Así, olvidada ante miradas de curiosos indiscretos que irrumpen su silencio, navega desolada en el llano de la pampa.

Fotos: gentileza Pablo Lombardini.

Gracias @enrique_antiquesydeco.

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