Historias de Cemento: Estancia Santa Cándida, los secretos de un palacio con espíritu criollo en Entre Ríos - Revista Para Ti
 

Historias de Cemento: Estancia Santa Cándida, los secretos de un palacio con espíritu criollo en Entre Ríos

Historias de Cemento: Estancia Santa Cándida, los secretos de un palacio con espíritu criollo en Uruguay
En esta nueva edición los invito a conocer la historia de un edificio de gran valor patrimonial para la vecina provincia entrerriana. Nació como saladero, fue convertido en villa toscana y actualmente es un elegante hotel de campo. Con ustedes, la Estancia Santa Cándida.
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“Dejan las aves con la noche el vuelo,
el campo el buey, la senda el peregrino,
la hoz el trigo, la guadaña el lino;
que al fin descansa cuando cubre el cielo.”

Lope de Vega (1562-1635)

Al sur de Concepción del Uruguay los cercos de alambres bajos resaltaban la geografía del terreno. A la vera del arroyo “la China”, las aves que esparcen vuelos, los árboles, los ríos y arroyos eran mojones naturales en la lomada entrerriana. Una tierra fresca y fértil profesaba a pura fe un futuro promisorio que llegaría del desarrollo agropecuario, un puerto con ruta fluvial abierta desde donde zarpaban a Europa los cargueros llenos de cueros y la firme convicción de producir trabajo.

Es razonable suponer que la ganadería derivó en los saladeros que, a fines del siglo XVIII lograron la explotación integral de la res. Dicen que en 1812 se inauguraba la primera planta saladeril en tierras de la actual Ensenada, se trataba de una sociedad formada por los británicos Robert Staples y John Mc Neil junto al oriental Pedro Trapani. Apenas tres años después, Rosas es quien abre el primer saladero en la zona de Quilmes, conocido como “Las Higueritas”. Solo su nombre se conserva, ni rastro ha quedado del lugar preciso. A este le siguieron otros a orillas del riachuelo y para 1820 había más de veinte saladeros sólo en Buenos Aires.

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El palacio se caracterizó por el estilo inspirado en la arquitectura italiana, muy en auge en aquel entonces. Pedro Fossati fue el arquitecto a cargo de la obra y destinó la planta baja para recepción y administración. La estancia contaba con un comedor y, en la planta alta, se encontraban los dormitorios con las distinguidas baldosas coloradas que se mantienen hasta la actualidad.

Con esta actividad se permitía el aprovechamiento integral del vacuno y la producción de carne para exportar, pero las condiciones de trabajo eran primitivas, sin normas de higiene, sin maquinaria, ni desagües o espacios con delimitaciones entre lo productivo y el descarte. Con el uso de la sal surgen “el charque”, “la cecina” o “el tasajo”. Todos y cada uno de los modos de conservar la carne. Los ejércitos en lucha y los esclavos sobrevivieron gracias a su consumo, como si el animal hubiera sido ofrenda en batalla, alimentando el triunfo que flameó independencia.

La instalación de mataderos y saladeros incorporó nuevas técnicas para aprovechar al máximo la feroz tarea de faenar. El químico francés Antonio Cambaceres (1801-1875) se radicó en Buenos Aires en 1829 aportando sus métodos para la industrialización del saladero en el Río de la Plata. Dicen que el fin de los saladeros lo marcó la aparición de los frigoríficos que cambiaron el modo de procesamiento y conservación al ritmo de las nuevas modalidades, incluyendo el higienismo. Los primeros buques frigoríficos, como Le Frigorifique, arribaron a las costas del Plata en 1876, fue el pionero en este nuevo sistema de transporte revolucionando el negocio de la exportación. 

Justo José de Urquiza y García (1801-1870) nació en Entre Ríos. Su padre, el inmigrante español Joseph de Urquiza Álzaga contrae nupcias con María Cándida García González y se radican en la provincia de Entre Ríos, enviando a Urquiza al Colegio de San Carlos en Buenos Aires.

Urquiza devino estanciero, militar y político. En 1847 instaló un saladero en estas tierras y el arquitecto italiano Pedro Fossatti (1827-1893) es quien se encargó de levantar el suntuoso palacio de 3500 metros cuadrados de salones y dormitorios llamado Santa Cándida, en honor a su madre, Cándida García González.

La casa, sede administrativa del saladero de Urquiza es una exquisita residencia recuperada al pasado. Después de años de deterioro, cuando hasta llovía en los salones, un nuevo dueño y la promesa de recuperar el patrimonio se fusionó al trabajo de puesta en valor que logró resaltar el refinado diseño arquitectónico de perfecta simetría. El responsable de la tarea y al que se debe su aspecto actual es Antonio Leloir y Adela Unzué, quienes la refaccionaron junto con el arquitecto Ángel Gallardo.

El parque de 30 hectáreas y el racimo de jardines fue diseñado por el paisajista suizo Emil Bruder, quien se había formado en la École des Beaux-Artes. Cuenta con eucaliptos, casuarinas, tipas blancas y amarillas y hasta un ejemplar de roble europeo. Todo convive en sintonía con las esculturas, una Palas Atenea, dos esfinges de mármol, reproducciones escultóricas de Hércules. El arte se luce hasta en la ornamentación exterior, con hornacinas con esculturas que representan las estaciones. El jardinero se encargó de transformar los talleres industriales en áreas de canteros de flores y arboledas de variadas especies, así como avenidas forestadas.

El claro aire de villa toscana, de estilo paladino, de planta octogonal y compacta de tres niveles, sobresale sobre el alfombrado horizonte, como lo hace la torreta, que parece ser espía y vigía del río Uruguay.

Al ingreso, una recta avenida arbolada con tipas desemboca en el palacio con una enorme puerta principal de pinotea, pieza original que presenta finas tallas. Ingresando se puede apreciar un hermoso cancel de hierro adquirido por Leloir en un palacio de Venecia. Adentro, el piso en damero de la sala de recepción es de mármol alumbrado por arañas de cristal de Baccarat importadas de Venecia.

Sobre las paredes, cuadros con retratos de la familia y pinturas del siglo XVIII de origen italiano hablan de años de historia, el suntuoso mobiliario incluye muebles del siglo XIX de diferentes períodos y lugares como Imperio, Victoriano, Eduardiano, Italiano, Francés que se reflejan en los espejos de más de 3 metros que dicen, fueron comprados a la célebre actriz de la comedia francesa, Sara Bernhardt. Las molduras originales hablan de la nobleza de los materiales que han perdurado, a pesar del tiempo y las condiciones de humedad de la zona, cercana al río.

La planta baja fue destinada a la recepción y administración. Cuenta también con un gran comedor. Las estufas de mármol de Carrara con motivos botánicos y alegorías de fauna fueron agregadas años más tarde, cuando también se incorporaron baños por doquier. Aún se conserva la escalera de madera que lleva a la planta alta, el área privada con los dormitorios tiene pisos de baldosas, coloradas.

Casi todas las construcciones del Saladero fueron demolidas, salvo un pabellón muy cercano a la casa, de estilo italiano, pero con líneas más criollas, destinado a la administración del personal.

Los restos del general Urquiza descansan desde 1967 en un mausoleo inspirado en la tumba de Napoleón ubicado en el templo mayor de la Basílica de la Inmaculada Concepción. El propio Urquiza fue quien mandó a construir e inauguró como presidente de la Confederación Argentina.

En noviembre 1977 Santa Cándida fue declarada Monumento Histórico Nacional.

Hoy el palacio oficia de hotel de campo, contando con habitaciones y departamentos además de amenities que lo vuelven único en su tipo.

Cuando la noche cubra el cielo, el paisaje humee rocío, la historia traerá con el relato la memoria de un campo con torreta, que vio alimentar tropas, zarpar buques con cueros y alojar al peregrino. En Santa Cándida todo es paisaje, historia y tranquilidad.

Fotos: gentileza @santa_candida.

Más información en parati.com.ar

   

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