¿Escuchaste alguna vez hablar de las ‘zonas azules’ del planeta? Se denomina así a las cinco regiones identificadas por los científicos en las que hay muchos casos de alta longevidad. Dentro de ellas, la número uno es Okinawa, en Japón.
Por supuesto, se ha estudiado en profundidad cuáles son las claves de la larga vida en estos lugares, y existe una lista bien concreta para tener en cuenta: dieta moderada, ejercicio suave y regular, buenas conexiones sociales y, especialmente, tener un propósito en la vida, es decir, un ikigai.
Una razón para levantarnos cada mañana
Los japoneses afirman que todos tenemos un ikigai. Sin embargo, muchas personas no conocen el suyo. Y es que el ritmo de vida en nuestra sociedad no favorece su búsqueda… “El ikigai está escondido en nuestro interior y requiere una exploración paciente para llegar a lo más profundo de nuestro ser y encontrarlo”, señalan Héctor García (Kirai) y Francesc Miralles, autores del libro Ikigai, Los secretos de Japón para una vida larga y feliz, de Editorial Urano.
Pero vale la pena tomarse el trabajo de encontrarlo, porque “tener un ikigai claro y definido, una gran pasión, da satisfacción, felicidad y significado a la vida”, señalan García y Miralles.
El ikigai es una equilibrada combinación entre cuatro factores:
- Lo que nos gusta hacer.
- Aquello por lo que nos pagan.
- Lo que el mundo necesita.
- Eso en lo que somos buenos.
“Si bien puede parecer complicado encontrar la intersección entre estas cuatro facetas, sobre todo teniendo en cuenta el contexto complejo en el que nos movemos, existen herramientas específicas que pueden hacer más fluido el proceso hacia su hallazgo”, dice José María Chaher, director de la consultora Team-Noia y docente de Fundación Columbia; un ingeniero industrial que dedicó más de treinta años de su vida al mundo corporativo, específicamente al nivel ejecutivo del área de Recursos Humanos.
En paralelo, se fue formando en diversas disciplinas que le permitieron ampliar su mirada e incorporar conceptos orientales, como el ikigai. Testigo del dolor de las personas en los lugares de trabajo, de la excesiva presión a la que estaban sometidas y del estrés que sufrían al tratar de adaptarse, Chaher decidió renunciar a la gran empresa en la que estaba y fundar su propia consultora, enfocada en las personas.
“Creo que fortalecer a los individuos para luego, con ellos, construir organizaciones saludables es la mejor receta para una economía sustentable”, afirma. Cuando se le pregunta por el ikigai, el ingeniero, que también es coach y un meditador experimentado, propone un ejercicio de introspección: “¿Alguna vez sentiste, al estar compenetrado en una actividad que disfrutás mucho, que perdías noción del tiempo y las horas pasaban sin que te dieras cuenta? Es muy posible que esa actividad sea una pista para guiarte hacia tu ikigai”, sostiene.
¿Ganar dinero con la propia pasión? Suena genial, pero… ¿es eso posible en el mundo de hoy? Desde Team-Noia, José María Chaher ofrece un programa personalizado de cuatro encuentros para acompañar a quienes deciden intentarlo.
No es un destino, sino un camino a recorrer
Una de esas aventureras es Claudia Santoflaminio (54), contadora pública y coach ontológico, quien cuenta: “Empecé a ejercer mi profesión a los 23 años y estaba cansada de hacer siempre lo mismo. En 2015, decidí formarme como coach, pero seguía bloqueada.
Enfocarme en la búsqueda de mi ikigai me sirvió para clarificar hacia dónde tenía que ir. En el proceso, descubrí que lo que más me importaba era servir al otro y, en especial, ayudar a mejorar los vínculos entre las personas.
Con la declaración de mi ikigai logré tener una visión clara de lo que podía hacer. Lo que me faltaba era definir cómo ir moviéndome hacia ese campo, ¡y cómo generar dinero con eso! No para comerciar, sino porque uno tiene que vivir también… Está bueno poder hacer lo que nos gusta y generar un ingreso que nos permita disfrutar”, reflexiona. Y es que justamente de eso se trata el ikigai: de sostenerse haciendo lo que uno ama y le sale naturalmente bien.
“Con el encuentro de tu ikigai no es que te llevás algo mágico -aclara Claudia-, sino que se te abre un camino que tal vez no se te hubiera ocurrido. Yo empecé a hacer algunas cosas de la lista de tareas del programa: fui contándole a otras personas los temas que me interesaban, inicié relaciones con gente de otros ámbitos… El tema laboral surgió en el lugar menos pensado. Al compartir lo que me pasaba con una amiga, que es médica, ella me preguntó: ‘¿Querés colaborar en el hospital como coach en un trabajo de investigación sobre el síndrome de burnout?’ ‘¡Encantada!’, le contesté.
Y así, empecé a meterme en un terreno más humano. No ganaba dinero todavía, pero estaba haciendo lo que necesitaba hacer. Después, a raíz de esa colaboración, surgió la posibilidad de trabajar como secretaria de la Dirección Médica, que es mi puesto actual, y de verdad me encanta. Siento que por fin despliego plenamente mis talentos, porque hay situaciones en las cuales mi experiencia en administración me es muy útil.
También puedo ver el lado humano, porque trabajamos en la misión y visión del hospital y siento que puedo aportar mi granito de arena. Sigo además con mis actividades contables, porque creo que no es blanco o negro, pero ahora puedo darme pequeños lujos, como derivar parte de ese trabajo a otra persona y quedarme en contacto con los clientes que me hacen bien”, completa Claudia.
¿Es válido en tiempos de crisis?
Todo muy lindo, pero… ¿se puede pensar en el ikigai cuando todo está mal, las cuentas no cierran y el dinero no alcanza para llegar a fin de mes? “Es precisamente entonces cuando el ikigai puede convertirse en nuestra tabla de salvación”, sostiene Chaher, y cita al neurólogo y psiquiatra austríaco Viktor Frankl, quien, luego de estar prisionero en el campo de concentración de Auschwitz, escribió, en 1946, el bestseller El hombre en busca de sentido.
Frankl sostiene que el ser humano no necesita una existencia tranquila, sino un desafío por el que desplegar sus capacidades y luchar. José María Chaher ejemplifica: “Ante un mar embravecido tenemos dos opciones: la primera es dejarnos caer en la angustia y entregarnos, ahogarnos, y la segunda es desarrollar los recursos necesarios para surfear las olas. Cuando estamos angustiados, ante la adversidad extrema, ¿de dónde viene la fuerza impulsora para desarrollar esos recursos? El motivador último del ser humano, es el sentido del propósito, eso que en Japón llaman ikigai”.
Tal vez, entonces, este sea el momento indicado para iniciar la propia búsqueda. Por otra parte, el propósito personal puede no ser el mismo toda la vida, sino que va evolucionando y mutando, lo cual nos compromete a sostener una actitud ikigai: trabajar en nuestro autoconocimiento, aceptar los desafíos que van surgiendo, ir dando pequeños pasos y disfrutar el proceso.
Fuente: Fundación Columbia
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