#HistoriasDeCemento: Palacio de los Patos, uno de los edificios franceses más elegantes de Palermo - Revista Para Ti
 

#HistoriasDeCemento: Palacio de los Patos, uno de los edificios franceses más elegantes de Palermo

En esta nueva edición de #HistoriasDeCemento los invito a conocer un edificio de rentas. Su elegancia y distinción marcó una época de esplendor que trascendió a lo largo de generaciones. Con ustedes, el "Palacio de los Patos".
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“No habrá nunca una puerta. Estás adentro y el alcázar abarca el universo y no tiene ni anverso ni reverso ni externo muro ni secreto centro.” - Jorge Luis Borges.

Lamentaba la mañana gris. El paseo merecía un octubre resplandeciente para entrar a uno de los patios palaciegos más exclusivos de Buenos Aires.

Un boulevard central con canteros puede verse desde la calle para satisfacción de los que pasan queriendo llevarse algo de tanta belleza.

Con una superficie de 386 m2, originalmente estaba cubierto por adoquines de madera. Hasta puede verse el reloj de cuatro cuadrantes en el centro del patio, como un mojón marcando el ritmo de las almas que quedaron presas con tanta opulencia.

Detrás del reloj, un gomero oficiaba de telón para las fotos de casamiento, dicen lo tumbó una gran tormenta. A ambos lados del patio central, otros cuatro patios interiores unen los cuerpos de departamentos, proporcionando aire y luz a las unidades del contrafrente.

El estilo clásico academicista francés de 1880 era elegido por las clases de élite porteñas. Traían en sus pupilas las Beaux-Arts parisinas que habían admirado en los viajes a Europa.

El palacio con 144 departamentos agrupados en seis pisos de seis cuerpos y nueve verdes patios con jardines era un sueño por edificarse sobre 22mil metros cuadrados en la mitad de la manzana abrazada por las calles Ugarteche, Juan María Gutiérrez, República Árabe Siria y Cabello.

Los terrenos pertenecieron a María Insúa de Coulín, según reza la escritura de 1926 y un italiano trabajaba las tierras produciendo verduras y frutas allí mismo, precediendo al edificio de rentas que levantaría la empresa Negroni & Ferraris Construcciones como parte del avance del tejido urbano, imparable y que cambiaría el paisaje para siempre.

El Palacio de los Patos fue construido entre 1927 y 1929, levantado en cemento armado ya que el hormigón se utilizó años más tarde. El elegido para el proyecto fue Henri Azière (1861-1938), un arquitecto francés que diseñó los planos, pero nunca estuvo en Buenos Aires, cosa común por esos años cuando solían encargarse obras con un solo dato, las dimensiones del terreno.

Dicen que fue traído por la madre de Manuel Héctor Chopitea Moss (1914-2006), hijo del ideador del edificio de rentas. La mujer atravesó el océano en el “Buque Andes” el verano de 1926, portando un tubo con los planos.

Ya en Buenos Aires, el arquitecto Julio Senillosa (1864-1936) los modificó y dirigió la construcción por encargo de su propietario, Alfredo Miguel Chopitea Purcell (1881-1961), quien no había quedado conforme con el diseño trazado por Azière.

Al pie de su génesis, el edificio iba a llamarse Palacio Chopitea, pero en honor a la verdad, dicen que su nombre se debe a que estuvo habitado por los venidos a menos durante la crisis de 1929.

"Patos" por entonces y según el lunfardo se llamaba a los que carecían de dinero, un "seco" en referencia a las plumas de los patos.

Para entonces, la caída económica dejó a muchas familias de la aristocracia porteña, de alcurnia o pudientes en la ruina o con dificultades económicas.

El edificio permitía ocultar tras sus muros palaciegos una historia de apariencias, aunque el lugar contaba con la mayor cantidad de apellidos ilustres por metro cuadrado.

Otra versión dice que en la zona de quintas había un arroyo con patos, de ahí la relación con el nombre.

Lo cierto es que no todas las primeras familias habían caído en “bolsillos flacos” ya que muchas contaban con propiedades en el exterior, estancias y casas de verano. Estos datos son sostenidos por las investigaciones realizadas por Jorge Ercasi para su libro “Historia del Palacio de los Patos”.

Los primeros en habitarlo eran inquilinos porque hasta la sancionada Ley de Propiedad Horizontal en 1948 los departamentos no podían venderse. Para 1957 quedaban solo 16 unidades sin escriturar y desde entonces es casi imposible conseguir un departamento.

Sepan que poco queda en cuanto a documentación histórica. Cuando en los 70 se cierra la inmobiliaria de los Chopitea, los planos originales, la lista de primeros inquilinos y escrituras entre otra valiosa información, fue puesta en la vereda y llevada por un cartonero, “botellero” por entonces.

La reconstrucción histórica debió ser narrada a través de testimonios de vecinos y sus familias, contando anécdotas y viendo fotografías, apelando a la memoria colectiva de sus más viejos propietarios y sus recuerdos.

Fueron muchos los hechos ocurridos en “El Palacio de los Patos”, tantos como el abanico de personalidades ilustres, científicos, intelectuales, músicos y artistas que han vivido y viven allí.

Cuentan que el 30 de junio de 1934 se abrió la terraza para que los vecinos suban a ver el vuelo de GRAF ZEPPELIN, el dirigible que asombró a los porteños.

Algunos inquilinos abrían sus casas para conciertos y audiciones de música, se dice que un embajador había tapizado su departamento con alfombras persas, se organizaron exposiciones de pintura y hasta había diariamente taxímetros que solían estacionar en la puerta, época en que los dos grandes portones se cerraban solo por la noche.

Desde la calle, un encargado anuncia a los recién llegados. Allí es imposible no sorprenderse con el magnífico buzón con gabinetes para el correo, imagino las cartas de Europa y el tráfico de palabras en varios idiomas que eran leídas para sociabilizar noticias entre el viejo y el nuevo continente.

Parada, aguardando mi ingreso, podía imaginar las expresiones de alguno de esos rostros, asombro, esperanza o descontento…

Se distingue la simetría armoniosa del equilibrio, finos trabajos de herrería y un curioso patrón que se repite en las aberturas, los vitrales llevan incrustaciones circulares de vidrio multicolor.

Los mosaicos del piso dibujan figuras geométricas y las puertas son de madera maciza, nobles materiales perdurables frente al tiempo.

Ya adentro, dos ascensores me transportan a otra época. La luz y los tenues colores de los grandes ventanales parecen improvisar un set de filmación donde me sentía protagonista. La puerta de gran altura se abrió y un gran living comedor integrado dejaba ver el espíritu de sus vivientes.

Todo estaba dispuesto de manera armónica y gozada. Las unidades son amplias, de techos altos, con dependencia de servicio y una curiosidad, todas tenían solo un baño, razón por la que en su mayoría y con el tiempo fueron modernizando, agregando pequeños toilettes o dividiendo el único baño con el que contaban.

Las cocinas originales eran a leña, pero como el edificio estaba preparado con cañerías para gas natural, años más tarde fue sencillo habilitarlo. Los primeros calefones eran de bronce y se ubicaron en el baño.

El edificio tiene un encanto superlativo por lo que fue escenario de obras literarias.

Es el caso del cuento “El inmortal” donde Borges escribe… «un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres, su arquitectura pródiga en simetrías está subordinada a ese fin», dicen referido al palacio. O la novela “El Palacio de los Patos” de la escritora María Esther de Miguel, que se inspiró en el edificio para su ficción. Por otra parte, en “La Traición” de Jorge Fernández Díaz se alude al edificio por ser la vivienda de uno de sus personajes.

“El Palacio de los Patos” evoca una época en la que los palacios, los petit hoteles, edificios de renta palaciegos y casas de campo o veraneo reflejaban la fastuosa impronta europea, los tiempos de progreso y avance tecnológico para una Buenos Aires de riqueza y esplendor concentrada entre 1880 y 1930.

Años bien conocidos por el testimonio de tales obras arquitectónicas pese a los pésimos loteos e inexistente planeamiento urbano, como si lo hiciera Haussmann en Paris.

Algunos ricos, algunos “patos” o venidos a menos, lo cierto es que notables personalidades dotaron de historias este rincón de Buenos Aires, presumiendo hasta nuestros días la nostalgia de una generación que evita el olvido.

Cuando abandoné el lugar, la luz entraba y se iluminó el pasillo. De salida me perdí por las calles de Palermo, iluminada por el sol de octubre que había salido.

Más información en parati.com.ar

 

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