Franco Colapinto vuelve a subirse a un Fórmula 1 este fin de semana y no es un dato menor dónde lo hará. Será en el circuito de Imola, un lugar que pesa en la historia de la Fórmula 1 por muchas razones, pero especialmente por una que atraviesa también la biografía emocional del piloto argentino: allí, en 1994, perdió la vida Ayrton Senna, su ídolo absoluto.
Desde sus inicios, Colapinto nunca ocultó su admiración por el brasileño. Lleva el casco con un diseño inspirado en el de Senna, y su estilo de conducción —apasionado, agresivo, valiente— muchas veces fue comparado con el del tres veces campeón del mundo. Por eso, correr en Imola tiene un valor especial. Es mucho más que una carrera: es una manera de rendir homenaje.
Imola: curvas desafiantes y un legado inolvidable
Ubicado en la región italiana de Emilia-Romaña, el Autódromo Enzo e Dino Ferrari es uno de los trazados más emblemáticos de la F1. Técnico, veloz, con curvas como Tamburello y Rivazza que marcaron a generaciones de pilotos, Imola fue sede de hitos históricos, victorias inolvidables y también momentos dolorosos.

El 1 de mayo de 1994, durante el Gran Premio de San Marino, Ayrton Senna sufrió un accidente fatal que conmocionó al mundo del automovilismo. Fue el cierre de un fin de semana trágico, en el que también falleció el austríaco Roland Ratzenberger. Desde entonces, cada carrera en Imola es, en parte, una ceremonia de recuerdo y respeto.
El símbolo que une a dos generaciones
Que Colapinto corra en Imola justo este fin de semana, y que lo haga como parte del programa de desarrollo de Alpine —una escudería con visión de futuro—, es también una forma de cerrar un círculo simbólico. Un joven argentino que admira a Senna, rinde tributo corriendo en el mismo lugar donde su ídolo dejó la vida, pero lo hace con la mirada puesta hacia adelante, apostando al futuro.

Colapinto, con apenas 20 años, representa la esperanza de volver a tener un argentino en la elite del automovilismo mundial. Sus chances en Alpine lo colocan en un lugar de proyección, y su paso por Imola puede ser una bisagra emocional en su camino profesional.

Una pista con alma, donde cada curva tiene memoria
Imola no es una pista más. Cada piloto que corre allí lo sabe. El rugido de los motores convive con el silencio del recuerdo. En ese escenario tan simbólico, Franco Colapinto vuelve a subirse a un F1. Y lo hace llevando, como siempre, el legado de Senna en su casco, en su espíritu y en su forma de manejar.
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