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El desgarrador relato de Nadia Murad: fue esclava sexual del Isis, y sobrevivió para escribirlo

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En agosto de 2014, ISIS irrumpió en la aldea iraquí en la que Nadia Murad vivía junto a su familia y cambió su historia, que ahora intenta reconstruir.

Es un pájaro, un pájaro hermoso y lleno de colores. Es siempre el mismo pájaro: un pavo real, visto de frente y con la cola desplegada. Pero ni Nadia Murad ni el casi medio millón de yazidíes que hay en el planeta osarían llamarlo “pájaro”.

Para ellos –y para todos sus ancestros yazidíes, desde hace seis mil años– él es Melek Taus. Una divinidad remota y poética. Un ángel caído. Por eso –por venerar a una suerte de ángel caído, por no contar con un libro sagrado, en resumen: por no ser como ellos– a lo largo de los siglos las religiones mayoritarias han visto a los yazidíes con recelo.

Y más que recelo: ha llegado a sostenerse que la adoración de Melek Taus no es más que fervor por Satanás. “La secta de adoradores del diablo”, se han cansado de titular los medios de comunicación occidentales cada vez que los descubren en el desierto, con sus ropas coloridas, sus familias multitudinarias y esas costumbres tan “extrañas” como las de no bañarse los miércoles y no tener nada parecido a una Biblia, una Torá o un Corán a mano.

Tal vez por eso los yazidíes se casan entre ellos y –así como uno no puede convertirse al yazidismo– ellos tampoco pueden dejar de serlo jamás. Melek Taus es uno y para siempre.

Su libro autobiográfico es un testimonio de su sufrimiento y resistencia.
Su libro autobiográfico es un testimonio de su sufrimiento y resistencia.

Era justamente a Melek Taus a quien Nadia le confiaba sus sueños, hasta los más terrenos. Soñaba con convertirse en peluquera y por eso solía tomar fotos de las novias que se casaban en Kocho, la aldea en la que nació y se crió, al noroeste de Irak.

Todas esas trenzas y perlas, todo ese maquillaje y esos rulos ponían a fantasear a Nadia con tener su propio salón de belleza, algún día. Pero si hoy sabemos eso es justamente porque algo en sus planes salió mal.

Todo comenzó a derrumbarse en agosto de 2014, cuando el Estado Islámico (ISIS) irrumpió en la aldea y les planteó a todos los yazidíes una disyuntiva: convertirse al Islam o perecer. O, como sucedió en el caso de Nadia, algo todavía peor: volverse una “sabiyya”, una esclava sexual al servicio de los militantes.

“El Estado Islámico (EI) atacó la aldea de Nadia en Irak, y su vida como estudiante de veintiún años quedó destrozada. Se vio obligada a contemplar cómo su madre y sus hermanos se encaminaban hacia la muerte. La propia Nadia pasó de mano en mano, como una mercancía, entre los combatientes del EI”, anota en la introducción del libro Yo seré la última.

Historia de mi cautiverio y mi lucha contra el Estado Islámico (Random) Amal Clooney, abogada de derechos humanos y defensora legal de Nadia. Ella (por supuesto que más conocida como la mujer del astro de Hollywood, George Clooney) es además su amiga y quien la acompaña desde hace años en su reclamo de justicia.

Un retrato –impactante– de Nadia en su discurso frente al Parlamento Europeo, en diciembre de 2016.
Un retrato –impactante– de Nadia en su discurso frente al Parlamento Europeo, en diciembre de 2016.

VIAJE AL FIN DE LA NOCHE. Aterra imaginar qué habrá sentido una chica de poco más de veinte años al ver cómo su mundo estallaba por los aires en cuestión de horas, era subida a un camión con otras chicas de su comunidad y partía hacia algún lugar impreciso en un viaje terrorífico en donde las vejaciones comenzaron a revelar, de a poco, qué era lo que el EI (Estado Islámico) tenía reservado para ellas, las “kuffar”.Las “infieles”.

En 2014, junto con Nadia, fueron secuestradas con idéntico propósito cerca de 7.000 chicas, algunas de ellas niñas todavía, de 9 o 10 años, trasladadas muchas a Mosul y recluidas en centros dependientes del EI hasta donde diariamente los militares, jueces y demás hombres vinculados al régimen podían ir a elegir y llevarse chicas en calidad de esclavas sexuales. Una, dos, tres, las que quisieran. Primero las forzaban a convertirse en musulmanas. Luego las violaban de todos los modos posibles.

¿El principal atractivo de las chicas yizadíes? Su virginidad, por la que se las podía vender al mejor postor a muy buen precio. La segunda “ventaja” de esta clase de botín de guerra era que su condición de “infieles” las convertía en placer sin culpa ni castigo: a una esclava yazidí se la podía golpear, violar y matar a gusto sin que eso fuera pecado.

De hecho, el Estado Islámico se dedicó a producir una serie de materiales gráficos (panfletos generados por el Departamento de Investigación y Fatuas) en los que se explicaba con lujo de detalles todo lo que podía hacerse con una sabiyya sin entrar por eso en conflicto con Alá.

El primer “dueño” de Nadia resultó ser un juez que, después de explicarle que todo eso era por su bien, la hacía rezar, ponía música religiosa y terminaba violándola salvajemente.

Era grande como una casa, grande como la casa en la que estábamos. Y yo era como una niña, llamando a mi madre entre sollozos, recuerda

Intentó escaparse, pero fue recapturada. El juez se vengó haciendo que la violaran seis de sus guardias y vendiéndola después. Nadia terminó en un puesto de control en la ruta: militar que pasara por allí podía “usarla”.

Terminó enferma. Y los ataques continuaron. “En un momento dado, sólo había violaciones y nada más. Eso se convierte en tu día a día. No sabes quién va a abrir la puerta a continuación para atacarte, sólo sabes que ocurrirá y que mañana podría ser incluso peor”.

Nadia Murad
Junto a Nadia Murad fueron secuestradas 7 mil chicas.

CAMINO A LA LIBERTAD. Finalmente, noventa días más tarde, Nadia aprovechó la ropa que la obligaban a usar y que la volvía una más en el pelotón de fantasmas vestidos de negro para escapar. Fue de noche. Terminó pidiendo ayuda en una casa y contándole su situación a una familia de suníes que se conmovió y decidió ayudarla.

El hijo de la familia la llevó a Kurdistán y luego a un campo de refugiados yazidíes, donde la contactaron activistas de una ONG alemana que invitó a Nadia y a una amiga a viajar a Alemania para volverse la voz de miles de chicas en la misma situación. Una vez en Europa, viajó también a Suiza y luego a Londres. Cuando Amal Clooney escuchó su historia, entendió que Nadia era apenas una “afortunada” que logró vivir para contarlo, pero advierte que aún quedan retenidas miles de jóvenes y niñas.
Nadia Murad es hoy la voz de todas esas mujeres en la sombra y también quien llevó esta tragedia a las Naciones Unidas. Todavía circula en las redes su foto junto a su abogada, durante la sesión en la cual finalmente la ONU decidió crear “un equipo de investigación que recabará pruebas de los crímenes cometidos por el EI en Irak”, se resume en el prólogo.

“Esto constituye una victoria importante para Nadia y para todas las víctimas del Estado Islámico, porque supone la conservación de las pruebas y la posibilidad de llevar ante los tribunales a los miembros del EI de manera individual”, cuenta la doctora Clooney.

Nadia fue nombrada por la ONU como embajadora de buena voluntad para los supervivientes de la trata de personas. Antes, ese cargo no existía. Fue creado especialmente para ella y para la tragedia de la que es vocera. “Mi historia, narrada con sinceridad y objetividad, es la mejor arma que tengo contra el terrorismo, y pienso seguir utilizándola hasta que esos terroristas se enfrenten a un juicio”, dice Nadia. Se lo pide a Melek Taus, pero es ella misma quien se esfuerza para convertir lo que sueña en realidad.

Texto: FERNANDA SANDEZ Fotos: AFP/ ARCHIVO ATLÁNTIDA

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