La leyenda de la gimnasia artística, Simone Biles, se encuentra en la Argentina como "Huésped de Honor" de la ciudad de Buenos Aires, un evento que resalta el compromiso de la capital con el deporte, elegida como Capital Mundial del Deporte 2027. La visita de la atleta incluyó una charla motivacional y una clínica deportiva gratuita que se realizará este jueves en la Sede del Gobierno de la Ciudad.
Este marco nos invita a recordar el episodio que definió un antes y un después en su carrera, y en la historia del deporte: el momento en el que, en la cima de su éxito, decidió priorizar su salud mental.
La escena en Tokio: el peso de la perfección
La escena era la cumbre de la perfección deportiva. El mundo entero tenía los ojos puestos en la Arena de Gimnasia de Tokio y, sobre la colchoneta, se preparaba la mujer que había reescrito las leyes de la física. Simone Biles, a sus 24 años, no solo era la favorita; era la única predicción posible. Se esperaba su rutina para la final por equipos, un evento que la catapultaría a un nuevo récord y consolidaría su título como la mejor gimnasta de todos los tiempos. La medalla de oro parecía grabada con su nombre.

Pero en el deporte, como en la vida, las batallas más duras no siempre son las que se libran a la vista de todos. Tras su primer salto -uno extrañamente bajo y con un aterrizaje inusual- la gimnasta de las piruetas imposibles se retiró de la competencia. No fue una lesión de rodilla o tobillo, tampoco un error técnico grave. Biles lo reconoció sin eufemismos: "Tengo que concentrarme en mi salud mental".

El shock fue global. Lo que desde afuera se juzgó con la dureza de un "abandono" a la presión, fue, en realidad, el acto más audaz y trascendente de su carrera. La súper atleta acababa de tomar una decisión valiente que cambiaría la conversación mundial sobre la vulnerabilidad y la salud mental.
El contexto de la presión: la carga invisible de ser la GOAT
Para entender la magnitud de su decisión, hay que dimensionar el peso que Simone Biles cargaba sobre sus hombros. Con 19 medallas de oro mundiales y cuatro olímpicas (antes de Tokio), ella no solo competía, sino que trascendía. Cada salto, cada pirueta, no era solo por la técnica; era la expectativa de quebrar las leyes de la gravedad una vez más. Biles era la cara de un deporte, un fenómeno mediático y un símbolo nacional.
Esta leyenda viviente se enfrentaba en Tokio a una presión que iba más allá del podio. La conversación ya no era si iba a ganar, sino por cuánto y cuántas medallas. Esta carga invisible, sumada a los traumas personales del pasado que la gimnasta había hecho públicos, creó una tormenta perfecta en su mente.
En ese contexto, lo que sucedió fue un colapso físico-mental conocido como "twisties". Se trata de una pérdida de la conciencia espacial y temporal en el aire, donde el cerebro se desconecta del cuerpo. Para una gimnasta que realiza acrobacias a metros de altura, esto es sinónimo de una caída catastrófica. La presión, en el momento clave, le había quitado el control sobre su propia seguridad. Seguir no era solo un riesgo para una medalla; era un riesgo para su vida y su carrera.
El gesto valiente: humanizar a la súper atleta
El verdadero quiebre en Tokio no fue el error en el salto, sino la decisión que tomó después. Al hablar abiertamente de su salud mental y al poner un límite rotundo, Simone Biles demostró una fortaleza que trascendió la fuerza física. Bajó del pedestal de "máquina de medallas" para mostrarse como lo que es: una persona vulnerable que prioriza su bienestar.

En un mundo, y particularmente en el deporte de alto rendimiento, donde se exige "aguantar", "sacrificarse" hasta el extremo y "no mostrar debilidad", el mensaje de Biles fue revolucionario. Ella no solo se cuidó a sí misma; le dio permiso a millones de personas (atletas o no) para validar sus propias luchas internas y para decir: "Pará".
Su acción fue un golpe directo a la cultura de la autoexigencia tóxica. De un día para el otro, la conversación global dejó de ser sobre cuántos oros ganaría y se centró en la importancia de la salud mental y la valentía de la vulnerabilidad. Figuras deportivas y celebridades de todo el mundo la apoyaron, entendiendo que su gesto era mucho más grande que el deporte. Se convirtió en la voz de una generación que se atreve a mostrar sus grietas y a priorizar el ser humano por sobre el rendimiento.
El verdadero legado de Simone Biles en el mundo
Al final, la historia de Simone Biles en Tokio 2020 no se recordará por los oros que no ganó, sino por la valiosa lección que dio al mundo. Ella redefinió la idea de fortaleza. La fuerza ya no reside únicamente en la capacidad de ejecutar un ejercicio perfecto bajo una presión insoportable, sino en la capacidad de escucharse, parar y pedir ayuda.

Su decisión transformó la narrativa del sacrificio extremo en el deporte. Biles no solo se retiró de una final; se convirtió en una defensora de la humanidad por sobre la excelencia robótica. Su legado ya no es solo atlético, es cultural. Abrió una puerta para que el diálogo sobre la salud mental se considere tan crucial como el entrenamiento físico. El verdadero coraje de Simone Biles no estuvo en arriesgarse a una acrobacia peligrosa, sino en arriesgar su imagen de invencible. Por eso, su "abandono" es, indiscutiblemente, la medalla de oro más importante de su carrera. La que la consagra no solo como la mejor gimnasta, sino como la mujer más valiente de su generación.
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