“Compartimos lo que nos pasa”, nos dice Constanza "Coni" Coll desde su velero fondeado en Huahine, una de las islas de la Polinesia Francesa, después de que nos comunicamos con ella vía WhastApp preocupados por lo que había compartido en sus historias por el alerta de tsunami. Ella con su marido Juan Manuel Dordal y su hijo Ulises comenzaron la aventura de navegar por el mundo con su "barco amarillo" hace 6 años. Con el tiempo se sumaron Renata, la menor de esta familia argentina, y Lula, la mascota de a bordo.

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El terremoto que azotó Rusia dejó un tendal de alertas de tsunamis en las costas del océano Pacífico y ellos que están en Polinesia estaban en zona de riesgo. "Ok. Esta noche estamos un poco preocupados. Parece que el tsunami puede llegar a la Polinesia. Están hablando de olas de hasta 3 metros", compartió Coni en su cuenta de Instagram (@el_barco_amarillo).



La alerta mundial de tsunami tras el sismo en Rusia los encontró a bordo con un huésped de 72 años que justo había llegado para descansar unos días. “La ola iba a llegar a medianoche, pero no llegó. Justo coincidió con mal tiempo, así que estábamos bien abrigados para pasar rachas de hasta 35 nudos. Además había swell alto, tres metros fuera de la lagoon”, cuenta Coni. El swell, explica, es la ola de mar que se genera por el viento.

Coni y Juan no son improvisados: ya pasaron por otra alerta similar el año pasado, cuando estaban en Moorea. Saben que si hay riesgo real, hay que salir con el barco al océano, a mar abierto. “En el mar abierto no se siente la ola. Es lo que se hace en caso de tsunami. Incluso, algunas veces pasa Gendarmería para que los barcos salgan de la lagoon: no quieren embarcaciones estrelladas contra las playas.”

“El que más se preocupa es Juan, porque es el capitán y es su función estar alerta. Yo soy más relajada… y así vamos avanzando por la vida”, confiesa Coni, que en otro tiempo trabajó en Lonely Planet y vivió experiencias extremas como un accidente de avión en India y el terremoto en Nepal.

¿Y el huésped?: “Juan le dijo que si pedían evacuar íbamos a salir al mar de noche, y él respondió: ‘Vos sos el capitán, confío 100%’.” Al final, la noche transcurrió tranquila. “Solo rachas fuertes de viento, pero normales. El barco ni se movió.”
En Huahine se sienten seguros. “Estamos en medio del Pacífico, y esta isla tiene una gran barrera de coral que protege de lo que pasa en el océano. Acá no existe el robo, ni el secuestro, ni la violencia. Todo es muy tranquilo.” Por eso decidieron quedarse dos años con sus hijos, antes de seguir viaje hacia el oeste: Fiji, Vanuatu, Indonesia.
¿No les da miedo lo que viene, con el cambio climático y fenómenos naturales cada vez más frecuentes? “Miedo, no sé. Me da miedo tomar malas decisiones. Pero cuando se trata de la naturaleza, es más con el destino, ¿no?”, nos plantea.
La calma con la que Coni narra todo contrasta con la tensión que este tipo de alertas genera en el resto del mundo. “En Marquesas, por ejemplo, los barcos sí tuvieron que salir al mar y pasar toda la noche afuera. Les pidieron ir a 1000 metros de profundidad por seguridad, se preveían olas de 4 metros. Por suerte, ya pasamos por ahí.”
Desde el otro lado del mundo, en un velero abrazado por el Pacífico, Coni y su familia eligen vivir con lo esencial. Y, como ella dice, seguir avanzando por la vida.
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