No tienen flores mega llamativas ni exigen cuidados intensivos. No son los más altos, ni los más vistosos. Pero su presencia es inconfundible. Los cactus -y sus primas, las suculentas- pasaron de ser un simple detalle decorativo a convertirse en verdaderos protagonistas de casas, oficinas, jardines y ferias de todo Buenos Aires.
Detrás de su apariencia espinosa se esconde una comunidad apasionada: productores, coleccionistas y amantes de la naturaleza que encuentran en ellos algo más que una planta. Un símbolo de resistencia, belleza silenciosa y conexión con lo esencial.
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Un vivero que nació del paisajismo y floreció con cactus
En el corazón verde de Escobar, un vivero fundado por Susana Traverso y Rodolfo Rauscher en 1996 fue mutando hasta encontrar su verdadera identidad. Empezaron con paisajismo clásico diseñando jardines y formando a otras personas en el arte de interpretar la naturaleza. Pero todo cambió con un pedido muy especial: Temaikèn necesitaba ejemplares únicos para su parque.
Ese viaje a Brasil en busca de plantas diferentes fue una revelación: se enamoraron de la estética escultórica de los cactus y decidieron transformar su vivero en un espacio donde lo singular tuviera protagonismo.
Así nació su propio cactario, una colección viva y vibrante de especies exóticas, donde cada forma tiene una historia y cada espina, un sentido.
"Tenemos un jardín de cactus para venir a visitar en familia y con cita previa", cuenta Susana. "Vienen grupos de estudiantes o turistas y los guiamos con una charla para compartir todo lo que aprendimos".
Más que vender plantas, ofrecen una experiencia botánica para despertar la curiosidad y conectar con lo diferente.

Un cactus, una pasión
En Saladillo, Soledad Chiolo vivió una historia muy distinta pero igual de mágica. En 2014, le regalaron un cactus sin imaginar que ese pequeño gesto iba a cambiar su vida. Lo que empezó como un hobby se convirtió en una pasión arrolladora.
Su patio se fue llenando de macetas y, con ellas, de historias. En dos años, tenía un jardín de invierno lleno de especies y personalidad. Los fines de semana abrió las puertas de su casa y se animó a vender. La respuesta fue tan cálida que se sumó a ferias, conoció a otros fanáticos y empezó a soñar en grande.

Durante la pandemia, su proyecto explotó gracias a las redes sociales. Dejó su trabajo municipal y creó El almacén de los cactus y las crasas, un vivero con más de 1.500 especies.
“Para mí este vivero es una pasión”, cuenta Soledad. “Creo que son los jardines del futuro: autosustentables, de bajo mantenimiento y los ejemplares soportan bien los diferentes climas que tenemos en nuestra Provincia”.
“Aunque todas las plantas capaces de guardar en su interior agua se las conoce como suculentas, los cactus llaman mucho la atención porque en el momento de la floración siempre sorprenden con su belleza y colores” aseguró Chiolo.
Con más proyectos en mente, planea abrir su espacio al público con visitas guiadas para seguir compartiendo lo que aprendió.

Cactus bonaerenses: mucho más que una moda
Estos “pequeños gigantes” no solo embellecen los espacios. Enseñan. Con su ritmo lento, su capacidad de adaptación y su silenciosa fortaleza, nos invitan a mirar con otros ojos.
Y como muestran los viveros de Escobar y Saladillo, incluso lo más chiquito puede transformarse en algo poderoso si se lo cuida con amor. Porque sí: los cactus también enamoran.

Información y fotos: gentileza Turismo Provincia de Buenos Aires.
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