#HistoriasDeCemento: Confitería del Molino, la vuelta de un ícono porteño después de 25 años - Revista Para Ti
 

#HistoriasDeCemento: Confitería del Molino, la vuelta de un ícono porteño después de 25 años

Esta vez, Silvina Gerard nos invita a viajar en el tiempo para conocer la historia del icónico edificio del barrio de Congreso, que abrió sus puertas luego de 25 años gracias a una puesta en valor como nunca antes.
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"La palabra 'restaurar' viene del latín restaurare y significa 'volver a poner en pie, restablecer'".

Acorralada por el tiempo, la Confitería del Molino pedía a gritos que curaran sus grietas, secaran sus cimientos inundados y corroídos por las agujas de un reloj que detuvo su pulso. El ruido de la calle no escuchaba su lamento, pero sí lo hicieron las paredes de su vecino edificio, el mismísimo Congreso que lo declara Monumento Histórico Nacional en 1997.

Y así es como comienza entonces, una larga tarea de restauración patrimonial para rescatarlo de una posible demolición.

La Confitería Del Molino, obra maestra del art nouveau en Buenos Aires. Foto: Fabián Uset.

Pero vayamos al año 1850 cuando dos reposteros italianos, Constantino Rossi y Cayetano Brenna compraron una confitería en la esquina de Federación y Garantías (hoy, Rodríguez Peña y Rivadavia) que llamaron Antigua Confitería del Molino.

Para entonces en la actual zona de la Plaza Congreso había varios molinos harineros. El más famoso y pionero en la ciudad era el molino a vapor de Lorea.

La fachada de la confitería del Molino se cubrió de banderas argentinas para la ocasión.

Pasaron años de rápido crecimiento, por supuesto de trabajo intenso y en 1904, compran la esquina de Callao y Rivadavia. La zona comenzaba a florecer.

En 1910 había finalizado la construcción de la Plaza del Congreso y la confitería ganaba un lugar siendo frecuentada por la alta burguesía que elegía reunirse allí atraídos por sus delicias y se dice, años más tarde una extensión de las discusiones políticas que se iniciaban en el recinto del senado.

Con la idea de ampliar el negocio, deciden construir sobre esa misma esquina uno de los edificios más altos de la ciudad. Para eso, acuden al arquitecto italiano Francisco Gianotti que había llegado a Buenos Aires en 1909 con la representación comercial de la firma Arcari, Fontana & Cía.

El arquitecto Gianotti se destacó en Buenos Aires, además de la confitería del Molino por otros como la Galería Güemes en la calle Florida o el Edificio de oficinas y comercio para Ana Ortiz Basualdo de Olazábal de la Av. Presidente Roque Sáenz Peña al 600. Para el final de su carrera se lo identificó con el movimiento arquitectónico conocido como "racionalismo".

Con la nueva obra, se quería presentar una nueva imagen de la empresa pastelera, adecuarse a la estética de la creciente zona y por qué no, presumir la cultura francesa de los "Moulins parisiens".

Los panaderos pidieron a los constructores que las obras no interrumpieran la atención a los clientes por lo que se construyó sobre la vieja confitería, en pleno funcionamiento comercial. Esto sería una gran hazaña constructiva que culminaría con la inauguración el 9 de Julio de 1916 coincidiendo con el Centenario de la Independencia.

Mandaron traer todos los materiales de Italia. Puertas, ventanas, mármoles, manijones de bronce, cerámicas, cristalería y más de 150 metros cuadrados de vitraux. El edificio presenta una estructura metálica con mampostería de ladrillo como cerramiento y entrepisos de perfilería metálica con bovedilla y, como novedad tecnológica, componentes de hormigón premoldeado.

La nueva esquina se convirtió en un claro representante del Art Nouveau, estilo que nació a principios del siglo XX y se expandió por grandes capitales, como en España con Gaudí, Francia, Alemania e Italia con el movimiento Liberty.

En Buenos Aires el Art Nouveau quiso erigirse como "expresión de progreso", razón por la cual, la mayoría de estas obras, aparecen en barrios como Once, Congreso, San Telmo, lugar de fuerte inmigración que trabajaba "de sol a sol" para garantizar su progreso.

Único, con un frente revestido en mayólicas de vidrio con incrustaciones de oro puro. Tenía trece estatuas sobre sus laterales, una por cada provincia allá por 1916, en homenaje al centenario.

Su desaparición no puede explicarse con la precisión de un centavo, lo cierto es que esas estatuas ya no están y no hay rastros de su existencia en nuestros días.

El edificio cuenta con 7.600 metros cuadrados distribuidos en 5 pisos con 8 departamentos de renta, una azotea con torre-cúpula accesible y 3 subsuelos.

En la planta baja funcionaba la confitería. El salón de fiestas en primer piso junto al área de elaboración de pastelería, productos de confitería y el molino harinero. El tercer subsuelo se destinaba a depósito de combustible, en el segundo las cisternas, la sala de máquina y mantenimiento.

La cúpula de 72 metros es de estructura liviana y esbelta, cubierta por vitrales de colores. En su interior aloja una vivienda pequeña, habitable, que tiene tres alturas y a la que se accede por una escalera caracol.

El fláneur porteño conocía bien los merengues, el marrón glasé, el panettone de castañas y el imperial ruso, famoso "postre argentino" que fuera creado por Cayetano Brenna (1917).

La especialidad de la casa era el "postre Leguisamo", que cuentan Gardel había encargado para su amigo. Tenía una base de milhojas, dulce de leche, marrón glasé, merengue, crema de almendras, bizcochuelo, fondant y pionono. Trabajaban tres enormes hornos, que hasta la llegada del gas se encendían con carbón por un sistema de tipo ferroviario llamado "vía decouville" que era también usado en minería. Después vino el petróleo y luego el gas. Más tarde se sumó el horno eléctrico.

Escritores, artistas, políticos y familias elegían la esquina del Molino, con sus aspas giratorias y su espigada figura rematando una cúpula como faro porteño.

A caballo de los años venideros surgieron nuevas opciones de salidas y paseos, otras costumbres, la clientela disminuye por lo que los nietos de los fundadores se ven obligados a cerrar el negocio.

Después de dos décadas de olvido, el decreto 1.110/97 inicia la admirable tarea de restauración. Una comisión de patrimonio inició la búsqueda de información para recuperar la historia entre los vecinos y ex empleados.

Fotografías de quienes habían realizado eventos en la confitería sirvieron para rastrear imágenes y reconstruir su identidad.

Citadinos se acercaron a donar material cuando se enteraron de la puesta en valor. Desde libretas de trabajo o fotos de sus propios casamientos en el lugar hasta uniformes de empleados, latas y objetos guardados como recuerdo. Todo servía para recuperar su memoria y reflotar los momentos allí vividos de la mano de los viejos empleados y las historias de quienes la frecuentaron.

En el tercer subsuelo, que está sellado, había tres metros de agua. Debieron trabajar con buzos tácticos para manipular cañerías y liberar el espacio inundado. Instalaron una subestación de energía eléctrica para dotar al edificio de la potencia necesaria adaptándose a las necesidades del trabajo.

Por estos meses finalizaron las obras de la planta baja, el primer piso y la maravillosa terraza. Fue heroico el esfuerzo de los profesionales calificados para cada tarea de puesta en valor.

Para mostrar orgullosos el progreso de restauración, han habilitado algunas visitas guiadas.

Fue emocionante ver largas filas de público esperando entrar al recinto. Ya adentro pude recorrer algunos sectores y subir a la terraza, lo más admirado.

Aunque aún no hay fecha de final de obra, sabemos que además de la confitería de planta baja y el salón de eventos habrá un museo y un espacio cultural.

El edificio forma parte del patrimonio material, pero hay otro patrimonio, el emocional colectivo. Restaurar la identidad nacional, esa que se teje de cada pequeña historia vivida en el Molino traerá las presencias de quienes alguna vez vivieron ese pasado para recuperar nuestro sentido de pertenencia.

Desde el recientemente recuperado roof top, como desde una atalaya veo el horizonte a mis pies. El sonido del tránsito abruma Buenos Aires y las luces encienden los balcones testigos de décadas pasadas. Volverán el café, una cita, un poema sobre la mesa, los merengues o las masas para un brindis por el recuerdo de esas pequeñas historias vividas en la gran historia del Molino, que aún tiene mucho por qué brindar.

Texto: Silvina Gerard @silvina_en_casapines.

Fotos: gentileza @delmolinook / @silvina_en_casapines.

Más información en parati.com.ar

 

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