Se piensa que uno tiende a relacionarse con personas semejantes porque se ahorra la energía y el tiempo destinado a conocer una mentalidad diferente a la nuestra.
Por instinto gregario tendemos a agruparnos por afinidades, por idiosincrasia, personalidad, gustos, nivel social o cultural, buscamos un grupo de pertenencia que refleje en su mayor parte nuestra personalidad, donde nos resulte fácil adaptarnos.
Sin embargo, si nos ponemos a pensar, solo crecemos en las diferencias: cuando nos encontramos con seres que nos obligan a hacer un esfuerzo de adaptación, que nos desafían a ver otra cara de la vida.
Dado que este planteo implica mayor trabajo por parte nuestra, incursionar en algo desconocido, diferente, nos genera emociones que van desde la incomodidad al miedo. Lo diferente nos asusta, hace que estemos alertas, nos impide disfrutar de la comodidad de movernos en aguas conocidas. Necesitamos estar atentos, evaluando constantemente nuestro comportamiento.
Más allá de eso, solemos sentir temor o rechazo a relacionarnos con personas diferentes debido al cruce de creencias y a la ansiedad de que nuestro sistema de creencias se desarme como las piezas de un dominó.
Las 3 estrategias más comunes para abordar las diferencias
- Reforzar nuestros puntos de vista.
Cuando nos encontramos con otros puntos de vista se generan conflictos internos. Luego de analizarlos, puede suceder que enfaticemos aún más los nuestros.
- Aceptar la manera de comportarse de los demás.
La curiosidad te ayuda a entender otras maneras de percibir el mundo y aceptas otros enfoques desconocidos.
- Cambiar.
Después de haber observado los resultados de los comportamientos de otras personas, decidimos ponerlos en práctica y encontramos resultados totalmente diferentes a los que habíamos obtenido.
Adentrarnos en lo no conocido es la forma de expandir nuestro horizonte. Darnos el permiso de salir de la comodidad significa encontrarnos con otras posibilidades, con otros retos, con otras perspectivas, con miradas ampliadas de la realidad.
Aceptar que ese otro tiene derecho a ser diferente, animarnos a conocerlo y aunque sea por un momento mirar con sus anteojos, desde sus zapatos, nos hace crecer.
Pretender cambiarlo para que sea igual a nosotros, para que piense, actúe, sienta igual que nosotros, es un atrevimiento que no tenemos derecho a tomarnos.
Cada uno porta su cultura, su educación, su historia -que nos va definiendo- y decide qué es lo que desea cambiar y qué no. Nadie tiene derecho a imponer su punto de vista sobre el otro, es la mayor falta de respeto al ser humano que podemos cometer. Cada quien sabe en su interior cuáles son sus reales motivos, sus miedos, sus fortalezas y sus debilidades, cuál es su verdad para actuar de tal o cual forma. Solo podemos acompañar, compartir lo que nos une y respetar lo que nos separa.
Lo desconocido es nuestra zona de disconfort, y también nuestra zona de evolución.
Beneficios de aceptar las diferencias
1. Aprender cosas nuevas. Todas las personas pueden enseñarte algo nuevo y podés generar una chispa de inspiración o una idea brillante.
2. Hacer amigos más interesantes. Cuando no juzgás, las personas se sienten atraídas por vos. Esto se traduce en la construcción de una red más ecléctica de amigos.
3. Te sentirás mejor. Cuando experimentas alguna forma de resistencia, la vibración de energía es más baja. Si superás esa resistencia, te sentís más ligero, más feliz y experimentas más alegría y satisfacción.
4. Harás del mundo un lugar mejor. Cuando demostrás más comprensión y aceptación hacia los demás, hacés una contribución positiva a la conciencia colectiva.
Por Adriana Francia, escritora y lectora profesional, mentora de escritura para emprendedores y profesionales, especializada en mundo holístico, @estiloadrianafrancia
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