Hoy compartía con una colega que en estos días de junio me siento tranquila, en paz, con confianza en la vida, en lo que sucede con ella. Y me dijo: "¿No será que ya no querés controlar lo que pasa afuera?".
Y me quedé pensando. Cuánto de lo que nos pasa o sentimos tiene que ver con no aceptar lo que sucede afuera y con querer controlarlo o cambiarlo, sea lo que sea.
Me enojo porque mi hija no me llama, porque mi cliente no toma mi sugerencia, porque el auto que frenó adelante no puso el guiño, porque mi jefe promovió a otra persona, porque la cajera del supermercado me miró seria.
Ejemplos como estos inundan nuestra vida de todos los días. ¿A quién le entrego mi paz? ¿A quién le entrego mi poder? ¿A lo que pasa afuera y no controlo? ¿O a lo que depende de mí y solo de mí?
Es que en este juego de querer controlar al otro para que haga lo que a mí se me ocurre, voy directo al sufrimiento. ¿Por qué pensás que puede ser? Porque el otro básicamente va a hacer lo que quiera, cuando quiera, como quiera.
Lo único que depende de vos es cómo elegís vivir eso que pasa afuera. Puedo elegir enojarme, entristecerme o aceptarlo así como está siendo.
¡Ojo! La aceptación no quiere decir que me guste o que esté de acuerdo. Simplemente quiere decir que doy por válido que el otro hace lo que hace y que a mí me pasa lo que me pasa. Y en lo que me pasa sí tengo el pleno poder de elegir cómo quiero sentirme. Me puedo enojar, sentir tristeza, que me sea indiferente. Depende de mí al ciento por ciento.
Esto que parece tan fácil implica tomar responsabilidad sobre mi vida y dejar de señalar con el dedo al que está afuera.
Y en volver a darme el poder de lo que me pasa a mí misma. Un gran desafío que te invito a explorar y a observar.
Fuente: Zelmira Kroselj, directora de Zelmira K Comunicación y Coach Ontológico Fundación Protagonista de Cambio.
