El teléfono de Nesma guarda una foto que hoy duele más que cualquier recuerdo: es Jana Ayed, su hija, con los ojos grandes y el cabello alborotado, como si la vida aún le perteneciera. Esa vida que unos meses atrás parecía haberle dado una segunda oportunidad, cuando la llevaron a un hospital en el sur de Gaza y pudo comer, respirar, reír.
Pero la tregua fue efímera. El hambre volvió a acecharla, silenciosa y lenta, como una sombra que se desplaza por los pasillos vacíos de los hospitales. La niña que había superado la desnutrición por segunda vez, sucumbió el 17 de septiembre. Su hermana Jouri, apenas dos años, había muerto antes, víctima de la misma condena invisible.

Nesma recuerda cómo sostuvo la frágil manito de su hija mientras la ayudaba a subir a la ambulancia. Esa manito ahora es un recuerdo que arde. “El mundo le falló a Jana muchas veces; le falló en cuanto a la alimentación, dos veces”, dijo Tess Ingram, médica de UNICEF que hizo un video y lo posteó en Instagram -desesperada- para hacer un llamado de atención.
En Gaza, la guerra no solo destruye edificios: destruye cuerpos diminutos, inocentes, cuerpos que deberían estar jugando y que, en cambio, luchan por sobrevivir. Más de 320.000 niños menores de cinco años están hoy en riesgo de desnutrición aguda. Cada hospital es un espacio de desesperanza y resistencia. Solo quedan catorce funcionando.
Jana y Jouri son nombres, sí. Pero también son cifras, cifras que pesan como piedras en la conciencia de un mundo que mira de lejos. La evacuación médica que podría haber salvado a Jana no llegó a tiempo. Ningún país dio un paso al frente. Y la niña se fue, dejando un vacío que no se mide en estadísticas sino en lágrimas.
La guerra continúa, y con ella, el hambre. Los niños de Gaza pagan el precio de decisiones que no entienden, de políticas que ignoran sus vidas, de adultos que deciden desde lejos. “Esta guerra debe terminar ya. Los niños están siendo castigados por estas decisiones y eso los está matando”, concluyó Ingram.
Y mientras hablamos de bloqueos, restricciones y cifras, Nesma sigue mirando la foto de su hija y el mundo sigue girando. Pero en Gaza, la infancia se nos muere, una niña a la vez.
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