Nacer en la pobreza de la guerra lo marcó para siempre... hasta el día de su muerte - Revista Para Ti
 

Nacer en la pobreza de la guerra lo marcó para siempre... hasta el día de su muerte

Un nuevo capítulo de Amores Random, la columna de Alejandra Lanfranqui en la que nos habla de vínculos.
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Estaba terminando la segunda guerra mundial cuando nació Fabricio en un pueblo costero del sur de Italia. Era el menor de cuatro hermanos varones. Su llegada al mundo no fue muy bienvenida, la comida no alcanzaba para tres hijos menos aún para un cuarto.

Pasaron varios años para que Fabricio y sus hermanos supieran lo que era una mesa servida con comida que no fuera previamente racionada por edad y tamaño. Su familia había quedado diezmada a causa de la guerra. Tenían una fábrica de zapatos pujante que previo al inicio de la guerra, les aseguraba un pasar confortable. Nunca hubieran imaginado que años venideros iban a dormir todos en el mismo ambiente, casi sin agua y contando las papas y los huevos para sobrevivir un día más a semejante pesadilla.

Rita, su madre, tomó las riendas de la economía familiar, con los únicos ahorros que le quedaban se compró una máquina de coser, llenó de carteles el pueblo ofreciendo sus servicios de costura de ropa y al cabo de unos meses, la supervivencia familiar dejó de ser un desafío diario.

El padre de Fabricio no pudo superar nunca el daño que la guerra había causado en su vida. Quedarse de un día para el otro sin su emprendimiento, refugiado con su familia y mendigando víveres durante años lo había hundido para siempre en las aguas de la calamidad y la impotencia. Nunca pudo salir a flote. Fabricio lo observaba, y a su corta edad, sufría la tristeza de su padre más que los destrozos de la guerra.

Los años pasaron, Rita logró instalar un negocio de venta de ropa que ella misma cosía. Sus hijos terminaron sus estudios secundarios mientras que su marido la asistía en las ventas. Fabricio creció con hambre de revancha. Había nacido en plena miseria y crecido siendo testigo de la decadencia de su padre y el esfuerzo descomunal de su madre para salir de la penuria de la posguerra.

Al tiempo que terminó la escuela secundaria empezó a trabajar en una fábrica de telas. Rápidamente se convirtió en el vendedor estrella, su cartera de clientes era cada vez más numerosa y sus ingresos por comisiones de venta lo llevaron, con los años, a formar parte del directorio de la empresa. Con 40 años recién cumplidos ya había instalado su propia fábrica de telas. Tenía 3 hijos y una mujer.

Se ocupó siempre de proveer a su familia, su forma de relacionarse con cada uno de ellos era a través de todo lo que a él le había faltado. Tener dinero lo empoderaba y lo ayudaba a desdibujar, por momentos, sus años de angustia.

Compró una casa de fin de semana lo suficientemente grande para asegurase que todos los domingos sus hijos y luego sus nietos fueran a visitarlo, comer de su mesa y escuchar sus grandezas. A sus dos hijos varones los hacía trabajar en su fábrica. Nunca permitió que ninguno tomara decisiones en la empresa. A pesar de la formación y capacidad de su hijo mayor, Fabricio quería tener el control absoluto.

El dinero que tenía, las propiedades que acumulaba, los negocios que gestionaba, todo absolutamente todo estaba bajo su dominio. Sus hijos no eran más que empleados con algunos privilegios. Su hija menor no trabajaba, estaba casada con un marido maltratador y violento, socialmente marido ejemplar y proveedor económico, que además gozaba de la aprobación del gran jefe de la manada, Fabricio.

Con 78 años, Fabricio seguía al frente de la empresa, no cedía ni un centímetro su poder ni el control de su patrimonio. La idea de desprenderse de sus bienes materiales le recordaba el miedo a caer nuevamente en la indigencia de su infancia.

Tenía en una de las cajas de seguridad un listado manuscrito de su puño y letra con el detalle de inmuebles de su propiedad, inversiones, cuentas bancarias, alhajas y relojes de alta gama. Sentía que finalmente se había desquitado de las desventuras que había sufrido desde el día mismo en que nació.

Una noche de invierno, acostado en la cama de su lujosa habitación lo encontró la muerte. No le dio tiempo a despedirse de sus seres queridos pero sí una vida entera para superar sus mezquindades. Sin embargo nunca se atrevió a que lo amen por quien era, y no por las limosnas que ostentaba para asegurarse compañía.

Fabricio fue sepultado en un cementerio privado, rodeado de flores y una frondosa arboleda. Mientras se oficiaba el responso, entre lágrimas y suspiros novelescos, su hija menor sentía el alivio y libertad que necesitaba para poder enfrentar la separación de su marido, mientras que los dos hijos no paraban de pensar dónde estaba aquel listado manuscrito de su padre. Fabricio había nacido en la pobreza de la guerra, sin embargo y a pesar de la revancha que la vida le había dado, murió en la peor de las miserias.

Fuente: Alejandra Lanfranqui es autora de "El día después del amor". De profesión abogada, descubrió que su verdadera vocación es escribir y se animó con su primera novela que ya es un éxito y en la cual nos invita a viajar por el amor.

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