La increíble historia de Federico Alvarez Castillo: de chico, conoció la pobreza; de la mano de una oportunidad de lo más extraña, se convirtió en un exitoso y millonario empresario textil e inmobiliario - Revista Para Ti
 

La increíble historia de Federico Alvarez Castillo: de chico, conoció la pobreza; de la mano de una oportunidad de lo más extraña, se convirtió en un exitoso y millonario empresario textil e inmobiliario

Tenía 10 años cuando quedó huérfano de padre. Su mamá lo mandó a vivir con la abuela. Pasó muchas necesidades y tuvo que salir a trabajar de chico. Pero su vida dio un giro de 180 grados cuando conoció a la persona especial. De vivir en casa de techos de chapa y con la heladera siempre vacía, al salto de ser un de los empresarios top de la Argentina. 
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Vivía en un barrio de calles de tierra. Él sabe lo que es vivir en una casa sin calefacción y con la heladera siempre vacía. La infancia de Federico Alvarez Castillo estuvo signada por las carencias. Hoy es un consagrado empresario textil e inmobiliario y supo hacer una fortuna.

"Fue instinto de supervivencia. De chico, la vida me producía perplejidad. Estuve muy solo durante mucho tiempo. Tenía 11 años cuando mi padre murió de cáncer y mi madre, que estaba separada de él y debía trabajar, decidió que a mí me criara mi abuela, y a mi hermana, mi tía. De golpe, me quedé sin padre, sin hermana, sin hogar", contó en una entrevista en La Nación.

De aquella época le quedó la pasión por la mecánica. "Vino por mi abuelo, inventor, un tipo muy creativo. Tenía un taller en el fondo de la casa de otra tía mía, y yo pasaba horas observándolo. No hablábamos. La relación era muy extraña y transcurría en silencio. Pero él me influyó", señala Alvarez Castillo. Y de alguna manera plasmó esta pasión en el garage de su casa donde guarda sus autos y motos de colección: un Bentley y un Aston Martin; una moto Sunbean de 1927 y una Gilera de 1947.

Con Lara Bernasconi, su mujer, Iñaki. Foto: IG

De chico tuvo que ingeniárselas a trabajar y estudiar. La plata no alcanzaba. "Hugo Grey, el dueño del taller en Burzaco, me ofreció trabajar con él. A la mañana estudiaba. Ya de chico me convertí en una bestia del trabajo: si todos se iban a las 6 de la tarde, yo me quedaba hasta las 10", cuenta. Y cree que si a la pasión uno le suma horas de trabajo, la fórmula no falla. "Mi método de aprendizaje fue observar, descifrar, desarrollar un talento. Hacer y hacer", asegura.

"Por dentro, además de dolor, sentía vergüenza. Era consciente de que mis amigos tenían comodidades de las que yo carecía. Pero, a pesar de nuestra humidad, mi familia tenía cierto refinamiento. Intelectualmente me sentía un par, pero no lo sentía en todo el resto", expresaba en aquella entrevista. Y agrega: "A mí me salvaron mis amigos: me vistieron, me dieron de comer, me dieron acceso, cultura. Me llevaron de la mano como si fuese un chico huérfano y me metieron en su vida".

Siempre trabajando. Foto: IG

Estudiaba en un industrial nocturno en Temperley y trabajaba en Capital llevando los papeles para el papá de un amigo que era despachante de aduana: todos los días, para llegar a las 7 de la mañana en el momento en el que abrían los containers en el puerto, viajaba desde las 5 en el Roca hasta Constitución, a la noche iba al colegio y volvía a su casa a medianoche también en tren. Un día dijo "basta" y se fue de la casa de su abuela. Y la suerte se puso de su lado.

La primera oportunidad le llegó a los 19 años cuando le ofrecieron trabajar como cadete en Fiorucci. En dos años llegó a ser gerente de marketing, aunque la moda no le gustaba. Y lo más extraño que le pasó fue que "un día, cuando estaba en el local de Punta del Este, colgando un logo de la marca montado en una escalera, pasó a mi lado un tipo vestido de blanco. Siguió de largo, pero de pronto volvió sobre sus pasos y me dijo: "Me sucedió una cosa increíble. Te vi y recibí un mensaje de Dios. Vos y yo vamos a trabajar juntos"", contó Alvarez Castillo.

Y siguió relatando: "Cuando regresé a Buenos Aires, recibí su llamado en Fiorucci: "Hola, soy Alberto Cohen", se presentó. "¿Te acordás del tipo de la escalera? Estoy enfrente. ¿Podés bajar?". Era muy carismático. Me contó que tenía nueve tiendas, pero que estaba en convocatoria, porque no les había pagado a sus proveedores. Y que nadie le vendía indumentaria. "Ayudame a pensar algo", me pidió. "Porque yo recibí una señal." Yo me quería ir, pero él insistió. "Es básico", le dije. "Tenés que hacerte una marca." Me propuso hacer doscientos jeans, y me ofreció una comisión del 10 por ciento. El acuerdo era malísimo, pero él me acicateaba: "Si se venden, hacemos más". Nos dimos la mano y jamás firmamos un papel".

Con uno de sus autos de colección. Foto: IG

Compraron una marca, Mango, y se fue a vivir a Pergamino, el lugar donde se hacen los jeans. "En seis meses esos doscientos se convirtieron en setenta mil. De estar quebrado, Cohen pasó a ser multimillonario. Fue tan grande el cambio económico para mí, que yo, con 20 años, me sentía rico. Pensá en los flacos que dejé en Burzaco, en el techo de chapa. Fue una cosa violenta, muy rápida", señaló.

Federico empezó a devolver a los que tanto lo habían ayudado sumándolos para que trabajaran con él. "El dinero nunca es el motor. Lo más importante fue que esa evolución me hizo rico espiritualmente. Me dio una seguridad que no tenía", asegura. Creó Mango, Diesel, Paula Cahen D’Anvers y Motor Oil; hoy es dueño de Etiqueta Negra y Gola. Ahora invierte en el rubro inmobiliario con emprendimientos en Uruguay, como Al Río, Arenas de Rocha y The Colette.

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